“- O yo soy un zote, o el criminal es un tipo que lo tiene todo muy
bien estudiado y no hace las cosas así como así.”
Petra Delicado, Amaia Salazar, Rubén
Bevilacqua, Diego Cañas, Mauro, de Zuñiga, Zarco y Quiñones, Beatriz Noguer, Roberto
Esteban, Mercado, Liberto Ruano, Mariana de Marco, Milo Malart, Héctor Salgado,
Ramiro Sancho, Cobos… o, por supuesto, los legendarios Pepe Carvalho, Ricardo
Méndez, o el detective anónimo de Eduardo Mendoza; pero ninguno de éstos, tan espléndidos,
ningún personaje de la novela negra española como Plinio y al que guardo mi más
alta estima y deferencia. El antecesor de todos ellos, el primero o pionero, imposible
no cogerle cariño. Consideración a la que contribuye, además, el perfecto
manejo de la prosa de su autor. Una debilidad, lo reconozco. “Los carros vacíos”
(Rey Lear, 1965), de Francisco García Pavón, es la primera, y breve, novela en
la que aparece Manuel González, alias Plinio, el jefe de la guardia municipal
de Tomelloso, Ciudad Real; y, por lo demás, el nacimiento de la novela
policíaca española, en todo su esplendor costumbrista, ambientada durante la
dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), y tan imprescindible para seguir y
entender la novelística de género posterior.
“—Un melonero que en vez de hacerle cala a los melones se la hace a los
meloneros —y don Lotario echó una media risa a su medio chiste.”
Sinopsis:
“Tomelloso está consternado. Y
Manuel González, alias Plinio, no está contento. Un asesino en serie de
meloneros anda suelto y el rutilante y eximio jefe de la guardia municipal no
da con la tecla para descubrir el culpable. Hasta Rocío, la buñolera, le gasta
pesadas bromas a cuenta de su fracaso. El alcalde advierte a Plinio que va a
hacer traer a la Guardia Civil de la capital porque, como le dice:
"Manuel, me parece que en este caso estáis tocando el violón a dos
manos". Plinio, compungido, se defiende: "Lo que yo no averigüe en
Tomelloso, no lo averigua nadie". Pero cada poco siguen apareciendo carros
sin conductor que traen al pueblo muertos con heridas de cuchillo melonero a la
altura del corazón... “
“—No es fácil de contar porque la investigación ha sido mucho más
psicológica que otra cosa. Ya saben ustedes que la psicología es la
especialidad de Manuel.”
Intriga, misterio, en un tiempo que
queda muy pasado, en otra época oscura, casposa, rústica, gazmoña, la España de
Primo de Rivera, en un pueblo de la meseta, en la semblanza de un mundo rural
sometido al poder económico de los señoritos, … y es aquí, aunque no lo
parezca, en donde surge el crimen y al que se enfrenta, o procura elucidar, y
lo consigue, Plinio, Manuel González, el jefe de la guardia municipal. Un
personaje inteligente, intuitivo, serio, ingenioso, tranquilo, que ni siquiera
lleva bien el sable protocolario al traje policial y cargo, acompañado por su
fiel amigo y veterinario del pueblo Don Lotario. Ambos tratan de descubrir y
detener a un asesino en serie de meloneros a los que asesta un navajazo mortal
en el corazón. Al igual que sucediera el año anterior, en Tomelloso por Agosto,
aparece un carro de melones tirado por un caballo y con el cadáver de su dueño.
Cuatro las víctimas hasta el momento. Sin pistas, ni testigos, en la calurosa
indolencia del estío. Contextos con los que Plinio tiene que lidiar, ampliados con
la desconfianza del alcalde, del jefe de la Guardia Civil, de vecinos, quienes
por miedo e indignación dudan de la capacidad del guardia municipal para esclarecer
el caso y detener al asesino de meloneros. Plinio pone todo su ingenio y
observación para devolver la apacible tranquilidad al pueblo y a sus gentes.
De lectura fácil, amena, con
momentos divertidos, de diálogos muy bien construidos y entre personajes
definidos, dinámicos, con ese interés que despierta un costumbrismo añejo y no
solo alusivo a las faenas del campo, o al tranquilo devenir de un pueblo en
verano, o por la tradicional cercanía entre sus vecinos y por la que todos se
conocen y conviven de manera estrecha y para los que sería imposible, de ahí
los hechos, los asesinatos, como excepción y ejemplo, la maldad, el crimen, la brusca
alteración a su monotonía. Atractivo, del mismo modo, el relato por las señas
principales de la época. “Los carros vacíos”, recomendable.
“-¡Y tan estudiado! Tanto que nunca ha fallado.
-Ya fallará
-A lo mejor cuando no queden ya meloneros en Tomelloso.”
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