Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 30 de abril de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Los carros vacíos" de Francisco García Pavón

“- O yo soy un zote, o el criminal es un tipo que lo tiene todo muy bien estudiado y no hace las cosas así como así.”



Petra Delicado, Amaia Salazar, Rubén Bevilacqua, Diego Cañas, Mauro, de Zuñiga, Zarco y Quiñones, Beatriz Noguer, Roberto Esteban, Mercado, Liberto Ruano, Mariana de Marco, Milo Malart, Héctor Salgado, Ramiro Sancho, Cobos… o, por supuesto, los legendarios Pepe Carvalho, Ricardo Méndez, o el detective anónimo de Eduardo Mendoza; pero ninguno de éstos, tan espléndidos, ningún personaje de la novela negra española como Plinio y al que guardo mi más alta estima y deferencia. El antecesor de todos ellos, el primero o pionero, imposible no cogerle cariño. Consideración a la que contribuye, además, el perfecto manejo de la prosa de su autor. Una debilidad, lo reconozco. “Los carros vacíos” (Rey Lear, 1965), de Francisco García Pavón, es la primera, y breve, novela en la que aparece Manuel González, alias Plinio, el jefe de la guardia municipal de Tomelloso, Ciudad Real; y, por lo demás, el nacimiento de la novela policíaca española, en todo su esplendor costumbrista, ambientada durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), y tan imprescindible para seguir y entender la novelística de género posterior.

“—Un melonero que en vez de hacerle cala a los melones se la hace a los meloneros —y don Lotario echó una media risa a su medio chiste.”

Sinopsis:

“Tomelloso está consternado. Y Manuel González, alias Plinio, no está contento. Un asesino en serie de meloneros anda suelto y el rutilante y eximio jefe de la guardia municipal no da con la tecla para descubrir el culpable. Hasta Rocío, la buñolera, le gasta pesadas bromas a cuenta de su fracaso. El alcalde advierte a Plinio que va a hacer traer a la Guardia Civil de la capital porque, como le dice: "Manuel, me parece que en este caso estáis tocando el violón a dos manos". Plinio, compungido, se defiende: "Lo que yo no averigüe en Tomelloso, no lo averigua nadie". Pero cada poco siguen apareciendo carros sin conductor que traen al pueblo muertos con heridas de cuchillo melonero a la altura del corazón... “

“—No es fácil de contar porque la investigación ha sido mucho más psicológica que otra cosa. Ya saben ustedes que la psicología es la especialidad de Manuel.”

Intriga, misterio, en un tiempo que queda muy pasado, en otra época oscura, casposa, rústica, gazmoña, la España de Primo de Rivera, en un pueblo de la meseta, en la semblanza de un mundo rural sometido al poder económico de los señoritos, … y es aquí, aunque no lo parezca, en donde surge el crimen y al que se enfrenta, o procura elucidar, y lo consigue, Plinio, Manuel González, el jefe de la guardia municipal. Un personaje inteligente, intuitivo, serio, ingenioso, tranquilo, que ni siquiera lleva bien el sable protocolario al traje policial y cargo, acompañado por su fiel amigo y veterinario del pueblo Don Lotario. Ambos tratan de descubrir y detener a un asesino en serie de meloneros a los que asesta un navajazo mortal en el corazón. Al igual que sucediera el año anterior, en Tomelloso por Agosto, aparece un carro de melones tirado por un caballo y con el cadáver de su dueño. Cuatro las víctimas hasta el momento. Sin pistas, ni testigos, en la calurosa indolencia del estío. Contextos con los que Plinio tiene que lidiar, ampliados con la desconfianza del alcalde, del jefe de la Guardia Civil, de vecinos, quienes por miedo e indignación dudan de la capacidad del guardia municipal para esclarecer el caso y detener al asesino de meloneros. Plinio pone todo su ingenio y observación para devolver la apacible tranquilidad al pueblo y a sus gentes.

De lectura fácil, amena, con momentos divertidos, de diálogos muy bien construidos y entre personajes definidos, dinámicos, con ese interés que despierta un costumbrismo añejo y no solo alusivo a las faenas del campo, o al tranquilo devenir de un pueblo en verano, o por la tradicional cercanía entre sus vecinos y por la que todos se conocen y conviven de manera estrecha y para los que sería imposible, de ahí los hechos, los asesinatos, como excepción y ejemplo, la maldad, el crimen, la brusca alteración a su monotonía. Atractivo, del mismo modo, el relato por las señas principales de la época. “Los carros vacíos”, recomendable.

“-¡Y tan estudiado! Tanto que nunca ha fallado.
-Ya fallará

-A lo mejor cuando no queden ya meloneros en Tomelloso.”

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