“Yo había vivido mi vida y no era sino un fantasma que flotaba en el
aire tibio de un sábado por la noche”
Repito con Patrick Modiano en
este libro de título tan sugerente, “Calle de las Tiendas Oscuras” (Anagrama,
2009) Una historia bella e inclasificable del Nobel de Literatura en 2014 sobre
el peligro de la memoria y el riesgo de reconstruir el pasado. Una historia,
del mismo modo, con la que ganó en 1978 el prestigioso Premio Goncourt, y en la
que, aunque no se dé por hecho, es una original novela negra que recuerda, y
mucho, a clásicos del género, especialmente a S.D. Hammett (“El halcón maltés”).
Cierto que cuando decidí leer la novela, lo hice ya no solo con el debido respeto
y admiración hacia el autor, sino con la mentalidad y el ánimo contrarios a una
de esas obras estructuradas en principio-nudo-desenlace, es decir, cerrada, ordenada,
pues no hubiera disfrutado en esta de su disposición abierta, de acuerdo que
caótica, pero en la que lo importante no es por cómo está escrita, sino su
mensaje, en lo que nos trasmite.
El mensaje. A mí, personalmente,
me ha infundido la incertidumbre ante una exigencia muy humana, la que surge
una o varias las veces a lo largo de la existencia de todos, y por la que
intentamos encuadrar o acomodar ciertos cambios a nuestra naturaleza, a nuestro
contexto, en la necesidad o ante el temor de salvaguardar nuestra personalidad
en la desintegración de los cambios, de las nuevas perspectivas que toman o
deben tomar el rumbo de la vida. De ahí la necesidad de buscar en el pasado el
asidero, el quiénes somos, para que nos permita construir un futuro con mayores
garantías. Y es que, al igual que el protagonista de la novela, no se trata de construir
un pasado que no se recuerda o que resulta innecesario, sino de hacerse un
futuro; aun cuando en uno u otro caso, en el pasado o en el futuro, atendamos a
un ente o yo distinto o diferente y de circunstancias imprevisibles… Resulta
difícil, muy difícil de explicar; pero es esta, creo, la intención del libro, dentro
de ese límite impreciso de la memoria y el olvido, la perplejidad ante lo que
solo el arte, como cuando observamos un cuadro, o una película de Jean-Luc
Godard, puede, y de manera íntima, sorprendernos o acuciarnos. Arduo.
“Al fin y al cabo, si nos fuera concedida la posibilidad de recordar
todo aquello que hemos olvidado, ¿es tan seguro que aceptar fuera la opción más
conveniente? Los buenos momentos olvidados que podríamos revivir, ¿compensarían
aquellos olvidos que por nada del mundo quisiéramos recordar? ¿Estaríamos tan
seguros de la integridad del ovillo como para tirar despreocupadamente del
hilo?”
Disquisiciones aparte, en esta
novela…
“Guy Roland es un hombre sin
pasado y sin memoria. Ni siquiera su nombre le pertenece. Ha trabajado durante
ocho años en la agencia de detectives del barón Constantin von Hutte, que acaba
de jubilarse, y emprende ahora, en esta novela de misterio en la que el
buscador es lo buscado, un apasionante viaje al pasado tras la pista de su
propia identidad perdida. Paso a paso Guy Roland va a reconstruir el puzzle de
su historia incierta, cuyas piezas se dispersan más allá de París, desde Bora
Bora, pasando por New York, hasta Vichy o Roma, y cuyos testigos habitan un
París que muestra las heridas de su historia reciente. Una novela que nos sitúa
ante un yo evanescente, un espectro que trata de volverse corpóreo en un viaje
de retorno a un tiempo olvidado. Pero esta búsqueda es también una poderosa
reflexión sobre los mecanismos de la ficción, y Calle de las tiendas oscuras es
una novela sobre la fragilidad de la memoria que, sin duda, perdurará en el
recuerdo”.
Modiano en estado puro. El autor
francés de prosa propia, concisa, luminosa, definida a pesar de su
fragmentación en capítulos cortos. Una narrativa de planos cinematográficos, en
blanco y negro, de matices sombríos, sin aparatos descriptivos, solo las breves
pinceladas de los escenarios urbanos, de los entramados por los que discurre la
búsqueda; dejando e incitando a que el propio lector, al que envuelve en la
misma atmósfera melancólica de los personajes, sea el verdadero protagonista
del desarrollo de la trama, de la intriga. La primera frase de la novela es una
declaración sincera de intenciones, nada es azaroso en ella: “No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella
noche, en la terraza de un café”. La confusión irresuelta:
“Había dejado caer la cabeza en mi hombro y el pelo rubio me acariciaba
el cuello. Llevaba un perfume con un toque especiado que me recordaba algo. Pero
¿qué?”
Indudablemente es aquí donde el
autor saca “el conejo de la chistera”, pues con estas páginas es más relevante
lo que no se escribe que la mera apariencia. Además, la pericia en hacer del desconcierto
de sus protagonistas, un derroche de sencillez esquemática. Y todo, reitero, en
torno a una narrativa desprendida, ejecutada por y para el lector, para que sea
éste quien deslíe la madeja; para que sea éste quien, a pesar de las
situaciones irresueltas, darle el significado o dilucidación concreta. Y de este
modo aparecemos nosotros, sí, los lectores, en el propio relato, como uno más
de todos los recuerdos, en la búsqueda inexorable de la memoria o del olvido.
“Ayer por la noche, al recorrer estas calles,
sabía perfectamente que eran las mismas de antes y no las reconocía. Los
edificios no habían cambiado, ni la anchura de las aceras, pero, en aquella
época, la luz era diferente y había algo distinto que flotaba en el aire…”
Nosotros, recorriendo las tardes, las noches de un Paris zozobrado tras la postguerra,
de luces tenues, oníricas, de bares y calles oscuras, de intrincados laberintos
psicológicos por estrechos callejones, donde su solución es tan sencilla, al
contrario del suspense negro, que incomprensiblemente no se quiere acometer; quizás
por un sentirse cómodo en ese mismo recorrido claustrofóbico, en ese camino sin
rumbo, de pistas falsas, para evitar enfrentarse a lo que sea, al final que lo
dirime todo; quizás a ese temor, una vez resuelto el rompecabezas argumental, de
no ser quien se debería ser.
“No podía por menos de mirar la portada de la revista. Denise parecía
algo más joven que en las fotos que ya tenía (...). Al fondo de una de las
habitaciones, divisaba un armario de madera oscura”
“Calle de las Tiendas Oscuras” es
una novela original que no conduce a nada, que no tiene rumbo, y porque enlaza
con todas las direcciones, con todas las que el lector quiera emprender. El
pasado del protagonista que nunca llega a resolverse y porque ignora qué futuro
desea tener. A mi entender, un aspecto existencialista, propio a todos
nosotros, dechado de una melancolía hermosa sobre el quiénes somos y a dónde
queremos llegar en los márgenes de la memoria y del olvido. Insistiré con
Patrick Modiano, indiscutible.
“Un niño jugaba solo, tranquilamente, delante del montón de arena, en
aquella tarde soleada que estaba acabando. Me senté cerca del césped y alcé la
cabeza hacia el edificio, preguntándome si las ventanas de Gay Orlow no darían
de este lado”.
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