Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 25 de agosto de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "La invención de la soledad" de Paul Auster

“Soledad como forma de retirada, para no tener que enfrentarse a sí mismo, para que nadie más lo descubriera”



Paul Auster es uno de mis escritores predilectos. Y dicho esto, me gustaría hablar, o tal vez confesarles mi reparo a la hora de, primero, leer esta “La invención de la soledad” (Anagrama, 1994) y, en especial, por tratarse de una novela intimista, personal, casi autobiográfica. Siempre guardo un enorme, y acaso absurdo, respeto a la lectura de este tipo de libros introspectivos, no sé, quizá por miedo a que todo aquello que me fascina del autor, decline en estas obras de registro distinto, a que se desmorone mi admiración; y aun con antecedentes imponderables para no dudar, por ejemplo el “Mortal y Rosa” de Francisco Umbral. Sin embargo, como en aquel, este texto de Auster es magnífico, verdadero, intenso, perdurable. Indudablemente no es un libro para leer en verano, y menos en este verano de temperaturas sofocantes y aires molestos; no es la mejor lectura porque nos obliga a luchar contra el amodorramiento para centrar la atención y reflexión en sus páginas y en sus asertos. Bien merece la pena hacerlo, leerlo.

Hojeo la contraportada: “Una mañana de enero de 1979, el escritor se enteró de que su padre había muerto. Y comenzó a escribir La invención de la soledad, que, como él dice, fue el comienzo de todo. Entre la memoria, el ajuste de cuentas y la investigación de la «novela familiar», esta obra germinal de todo el edificio literario austeriano se divide en dos partes. En «Retrato de un hombre invisible» se nos descubre el misterio de un asesinato ocurrido en la familia sesenta años antes, un episodio que permite sospechar las claves del frío carácter del padre muerto. En «El libro de la memoria» Auster encadena la reflexión acerca de su papel de hijo con su propia paternidad y la soledad (¿orfandad?) del escritor. «Una emocionante reflexión sobre la paternidad y sobre la muerte, sobre el ejercicio de la memoria y de la escritura», Miguel Sánchez-Ostiz”.

Tras leer el libro, además de su recorrido por las miserias y expectativas del autor, entre los renglones de sus memorias, de esa imagen del cuarto cerrado como metáfora de la soledad del escritor, me ha hecho reflexionar, o ahondar, en que la escritura no es que sea un ejercicio exigente para soltar, digámosle así, necesidad y desahogo, o de suponer cierta catarsis a cuanto asfixie de la existencia; podría ser una desmitificación del noble arte de escribir, de acuerdo, aunque me interesa la idea de Auster o su sentimiento de que la escritura, por tanto, no cicatriza heridas, sino que las abre, algo de hecho ineludible para crear.

“Era un hombre invisible, en el sentido más profundo e inexorable de la palabra. Invisible para los demás, y muy probablemente para sí mismo”

“La invención de la soledad” está dividida en dos partes: “Retrato de un hombre invisible”, escrita en primera persona, como si se tratara de un diario o de una íntima reflexión sobre momentos tan importantes en la vida de Auster, tales como el nacimiento de su hijo, su carrera, y, al caso, la muerte del padre. En “El libro de la memoria”, la tercera persona literaria penetra la narración, un hombre llamado A., trasunto del escritor, y donde, a través de un abanico de experiencias vitales, la soledad, el olvido, la memoria, la paternidad y la escritura, muy austerianas, desarrolla un ensayo en torno a lo que podía entenderse como una filosofía existencial con algún que otro corte o tono surrealista.

“Al situarse en aquella oscuridad, S. inventó una forma de soñar con los ojos abiertos”

“Retrato de un hombre invisible” surge ya no de una decisión personal, sino como obligación tres semanas después de la muerte del padre de Paul Auster, con esa imposición por perpetuar la memoria de aquel y ante la casi imposibilidad de hacer inmortal a quien fue un hombre invisible. El autor hurga en la intimidad de su familia, en los recuerdos, y particularmente en la relación con su progenitor, con los que despliega una conmovedora evocación henchida de tristezas y frustraciones, de deseos y decepciones, como hijo y, a su vez, de ahí lo meritorio de la historia, dándole una trascendencia que nos toca a todos, en la que se da cabida a los lectores, en esa relación universal entre padres e hijos. A través de estas sentidas, muchas recuperadas, experiencias de ternura y de dolor, desarrolla su proyecto con el cual pretende inmortalizar la imagen de ese padre distante. Experiencias afines a los objetos de éste, fotografías, ropa, coche, huerto…, y en los que centra su búsqueda, el sostén definitivo para la memoria, el significado; pero que conducen a una falsa ilusión de la intimidad; más tras la recreación del gran “secreto”, el origen de la “invisibilidad” del padre, o su anécdota.

“Nunca antes había sido tan consciente del abismo entre el pensamiento y la escritura”

“El libro de la memoria” es ajeno a cualquier encuadre narrativo, de género, incluso editorialista o mercantil, ligero, simple, complejo, propio, un ensayo de Auster donde reluce toda su ostentosa escritura. Efectivamente es algo que brota directamente de sus entrañas, sin matices ni filtros, una honda introspección que salta el tiempo, que retrocede cuanto quiere y en lo que quiere, apuntala el presente e imagina el futuro, en ese espacio indefinible entre lo real y lo ficticio, del que no nos es imposible discernir cuál es cuál, permitiéndose inclusive reflexionar en torno a referencias en un principio absurdas y luego reveladoras del Jonás bíblico, del Pinocho infantil, Mallarmé, Proust… y que dan buena prueba de lo magistral de su pluma.

“Dicen que si el hombre no pudiera soñar por las noches se volvería loco; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo modo que el hambre”

Indudablemente Paul Auster no inventa la soledad, pero aquí la reinventa: “Cada libro es una imagen de la soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de la soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro puede hablar de soledad y compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad”. Una invención de la soledad que nos permita, a todos, crear historias sobre nosotros mismos, reflexionar sobre ellas, sin prejuicios ni mezquindades, sin miedos, sin importar que estos ejercicios sean quiméricos o sustanciales, puros, casi instintivos, y con la única intención de hacernos mejores personas. Un libro imprescindible.


“La invención de la soledad. O historias de vida o muerte”

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