Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 9 de agosto de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Voces de Chernóbil" de Svetlana Alexievich

“Lo que más me asombró fue la combinación de belleza y miedo. El miedo dejó de aparecer separado de la belleza, y la belleza, del miedo. El mundo al revés. Tal como lo veo ahora. Al revés. Un desconocido sentimiento de muerte”



Hace ahora un año que publiqué una engañosa felicitación a Svetlana Alexievich por la concesión del Premio Nobel de Literatura. Engañosa solo porque no había leído nada, hasta este momento, de esta autora bielorrusa. Leer “Voces de Chernóbil” (DeBolsillo, 2015) ha sido una amarga pero vital experiencia, ineludible; terrible, mas interesante; la que ha supuesto una lectura pausada y reflexiva que no ha propiciado, como a veces pretendí, saltar las páginas en un ahorro, o en la preocupación por eludir la dureza y horror de las experiencias verídicas allí compendiadas, sino con atención por asimilar todos los detalles de un ensayo, de un relato que evade lo que pasó en Chernóbil para centrarse en lo que se vivió, en las historias trágicas provocadas por la catástrofe, “voz a aquellas personas que sobrevivieron al desastre de Chernóbil y que fueron silenciadas y olvidadas por su propio gobierno”. “Svetlana Alexievich trata de acercarse a la dimensión humana de los hechos a través de una yuxtaposición de testimonios individuales, un collage que acompaña al lector y a la propia Alexievich a un terrible «descenso al infierno»”. Una lectura inolvidable.

“El sarcófago es un difunto que respira. Respira muerte”

Bielorrusia. Para el mundo somos una tierra incógnita, tierra ignorada, aún por descubrir. La Rusia Blanca, así suena más o menos el nombre de nuestro país en inglés. Todos conocen Chernóbil, pero en lo que atañe a Ucrania y Rusia. A los bielorrusos aún nos queda contar nuestra historia…” De una forma u otra, con mayores o menores datos, creo que todos conocemos qué pasó en Chernóbil, cuando el 26 de abril de 1986 una serie de explosiones destruyó el reactor y el edificio del 4º bloque energético de la Central Eléctrica Atómica, causando el mayor desastre tecnológico y ecológico del siglo XX. Aunque en Ucrania, la catástrofe de Chernóbil afectó gravemente a Bielorrusia, un pequeño país de 10 millones de habitantes, provocando la pérdida de 485 pueblos y aún hoy el 20% de su población está afectada por la contaminación radioactiva. Este libro de Svetlana Alexievich, publicado en 1997, recoge estremecedores testimonios de personas afectadas por la hecatombe:

“Chernóbil, 1986. «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto.» Esto fue lo último que un joven bombero dijo a su esposa antes de acudir al lugar de la explosión. No regresó. Y en cierto modo, ya no volvió a verle, pues en el hospital su marido dejó de ser su marido. Todavía hoy ella se pregunta si su historia trata sobre el amor o la muerte.

Voces de Chernóbil está planteado como si fuera una tragedia griega, con coros y unos héroes marcados por un destino fatal, cuyas voces fueron silenciadas durante muchos años por una polis representada aquí por la antigua URSS. Pero, a diferencia de una tragedia griega, no hubo posibilidad de catarsis.

«[...] por su escritura polifónica, que es un monumento al valor y al sufrimiento en nuestro tiempo.», palabras del Jurado de la Academia Sueca al otorgar a la autora el Premio Nobel de Literatura 2015

La crítica ha dicho...
«Alexievich describe de manera muy elocuente la incompetencia, el heroísmo y el dolor: mediante los monólogos de sus entrevistados crea una historia que el lector, por muy distante que esté de los acontecimientos, será capaz de palpar.»
The Daily Telegraph

«Terribles y grotescas, las historias se consolidan página tras página como los radionúclidos instalados en los cuerpos de los supervivientes.»
The New York Times

«En sus libros es capaz de rescatar lo que quedó bajo los escombros de la historia para escribir con ello una crónica del futuro.»
Carmen G. de la Cueva, Ahora”


Estos puntos suspensivos sintetizarían las opiniones y comentarios sobre este texto de Alexievich, numerosos, y probablemente ninguno alcanzaría la trascendencia de esta obra. Sin duda alguna, o al menos eso me ha parecido a mí, este ensayo plantea una exigencia: cada lector tiene que enfrentarse a las evidencias y realidad recogidos en sus páginas, solo sus emociones estarán en consonancia con la fuerza y significado de este magistral libro. De hecho, la propia autora no juzga, solo abre su objetividad periodística para que los protagonistas, testigos, víctimas, héroes… habitantes de la zona, liquidadores de la catástrofe, responsables de las explosiones, familiares de los soldados y bomberos muertos como consecuencia de la radiación, viudas, campesinos y científicos, fotógrafos y periodistas, niños y adultos y ancianos... Todo el espectro de la sociedad hasta ahora callados por imperativos políticos y sociales y patrios, hablen y compartan sus experiencias y sentimientos, abran su alma, de lo que aconteció en aquellos fatídicos días.

“Y allí he comprendido que me veo impotente. Que no comprendo. Y me estoy destruyendo con esta incapacidad de comprender. Porque no reconozco este mundo, un mundo en el que todo ha cambiado. Hasta el mal es distinto”

Por su objetividad periodística, la escritora no ahorra ni mitiga la potencia y crudeza de los testimonios, no entrevista a la gente, no participa ni se pone a favor o en contra de ellos, solo recoge fielmente lo que quieran decir, ordena y estructura las declaraciones para que la lectura, en su cadencia, tenga soltura, un fluir narrativo sin saltos ni mayores brusquedades que los hechos pavorosos que se relatan. Ya en su comienzo nos encontramos con el monólogo desgarrador de la mujer de uno de los bomberos que apagaron el incendio en la central nuclear, con la terrible experiencia de ver cómo su marido, cómo su cuerpo se caía literalmente a trozos por la radiación y entre grandes dolores: “Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... Todo esto tan querido… Tan mío… Tan…  No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo colocaron en el ataúd descalzo” Semblanza que se amplia en un abanico de desamparo desgarrador, de una espeluznante serie de historias, de una guerra que no era como otra guerra, aunque sigue segando muertes y sufrimientos, una declaración de soledad por los muertos, por lo absurdo de la muerte, por la incompetencia de las autoridades, por la nula información de lo que pasaba y de cómo afrontarla, sin ninguna medida terapéutica ni prevención de la que fuera, la resignación de niños que sabían que iban a morir demasiado temprano… “Creíamos en nuestra suerte; en el fondo de nuestra alma todos somos fatalistas, y no boticarios. No racionalistas. La mentalidad eslava. ¡Yo confiaba en mi buena estrella! ¡Ja, ja, ja! Y hoy soy un inválido de segundo grado. Enfermé enseguida. Los malditos “rayos”. Ya se sabe. Hasta entonces no tenía ni siquiera una ficha en la clínica. ¡Que los parta un rayo! Y no era yo solo” El hombre de Chernóbil marcado por la tragedia, despreciado por los demás por la tragedia.

“Chernóbil es un tema de Dostoyevski. Un intento de justificación del hombre. ¡O puede que todo sea muy sencillo: entrar en el mundo de puntillas y detenerse en el umbral! Este mundo de Dios”

Además, ofrece el testimonio del fin de una mentalidad, de la mentalidad eslava o soviética, con todos sus estereotipos: “¿Y nosotros? ¿Nosotros cómo nos comportamos?¡Mira a estos alemanes, siempre tan planchados, tan almidonados, qué histéricos!¡Miedosos! Midiendo la radiación de la sopa, de las hamburguesas. Saliendo a la calle cuanto menos mejor. ¡Qué risa! ¡Nuestros hombres sí que son hombres de verdad! ¡Qué machos los rusos! ¡Dispuestos a todo! ¡Luchando contra el reactor! ¡Y sin ningún temor por sus vidas! Se suben al tejado fundido a cuerpo descubierto, con guantes de lona (ya lo habíamos visto en la televisión) ¡Y nuestros hijos van con sus banderines a la manifestación! ¡Con los veteranos de la guerra! ¡La vieja guardia!”.
El testimonio del fin de un mundo: “El mundo se ha partido en dos: estamos nosotros, la gente de Chernóbil, y están ustedes, el resto de los hombres. ¿Lo ha notado? Ahora entre nosotros no se pone el acento “yo soy bielorruso” o “soy ucraniano”, “soy ruso” … Todos se llaman a sí mismos habitantes de Chernóbil. “Somos de Chernóbil”. “Yo soy un hombre de Chernóbil”. Como si se tratara de un pueblo distinto. De una nación nueva” Algunos establecían que Chernóbil fue la ejecución brutal de la Perestroika de Gorbachov no solo para los que vivían, por ejemplo, en Prípiat, también para liquidadores y científicos y profesionales y todos los que venían de todas partes de la Unión Soviética. Luego están los que querían permanecer junto a su terruño, al lugar, a su concepción, a un mundo que moriría con ellos; aquellos que se negaron a ser evacuados de sus casas, de sus aldeas, de sus campos… en otra perspectiva igual de dolorosa. “El precio que pagó por su acto fue perder la salud y la vida de su hija. Pero ¿cómo elegir entre el amor y la muerte? ¿Entre el pasado y el ignorado presente? ¿Y quién se creerá con derecho a echar en cara a otras esposas y madres que no se quedaran junto a sus maridos e hijos? Junto a esos elementos radiactivos. En su mundo se vio alterado hasta el amor. Hasta la muerte

“Nos marchamos. Quiero contarle cómo se despidió mi abuela de nuestra casa. Le pidió a papá que sacara del desván un saco de grano y lo esparció por el jardín: "Para los pajarillos de Dios". Recogió en un cesto los huevos y los echó al patio: "Para nuestro gato y para el perro". Les cortó unos trozos de tocino. De todos los saquitos echó las simientes: de zanahoria, de calabaza, de pepinos, de cebolla. De diferentes flores. Y las esparció por el huerto: "Que vivan en la tierra. Luego le hizo una reverencia a la casa. Se inclinó ante el cobertizo. Recorrió los manzanos y los saludó a cada uno. Y el abuelo se quitó el gorro cuando nos marchamos”

El desasosiego, el terror, sí el terror, el que durante y mucho después de la lectura me resultó abrumador, desmedido. Uno llega a preguntarse cómo la dimensión del terror, según los valores y escenarios actuales, tan disimulados, pueden estar detrás, o al lado, de nuestras casas, ahí enfrente, por un atentado yihadista, por esa gasolinera que estalla, por el vertido contaminante de ese barco que naufraga o ese avión que estalla… cualquier desastre como que estalle una central nuclear y contamine y mate hasta tus propios sueños. Nunca hemos estado seguros, protegidos, y creo que nunca llegaremos a estarlo. “No se hallaban palabras para unos sentimientos nuevos y no se encontraban los sentimientos adecuados para las nuevas palabras” No soy catastrofista, pero experiencias como la de este libro, hace que la mente se abra a situaciones que pueden sucederse ahora mismo, mientras escribo estas letras o tú que las lees sin sospechar que el café, el helado, o la ensalada que te estás comiendo está contaminada o adulterada por unos intereses secretos. Por ello insisto en avisar que es un libro difícil, duro, crudo. Y sin embargo, conjuntamente a la habilidad narrativa, admirable el compromiso, la responsabilidad de Alexievich, por hablar tan claro, por exponer los hechos como son, “En un país donde lo importante no son los hombres sino el poder, la prioridad del Estado está fuera de toda duda. Y el valor de la vida humana se reduce a cero”, por denunciar a quienes hicieron que los hechos sucedieran así y se silenciaran de manera tan ominosa, por enfrentarse al inmovilismo del poder que solo atiende a sus intereses y no a los colectivos, a los humanitarios.

“Después de Chernóbil ha quedado la mitología de Chernóbil”

“Voces de Chernóbil” no es un libro de lectura fácil, pero es imprescindible leerlo. “Chernóbil es ante todo una catástrofe del tiempo” Un ensayo de lectura conmovedora, intensa, dura, la que perdurará siempre, y para situar nuestra memoria, nuestra comprensión, en un límite muy superior a otra experiencia narrativa parecida. “Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes” Indudablemente una crónica y testimonio muy necesario por aquello del axioma histórico, también humano, o no era cierto que reconociendo los errores del pasado puede ponerse nombre a las preocupaciones del futuro e intentar solventarlas o atemperarlas. Imprescindible.


“Tengo un hermano pequeño. Le gusta jugar a "Chernóbil. Construye un refugio, cubre de arena el reactor...O se viste de espantapájaros y corre detrás de la gente y los asusta: "¡Uh, uh, uh...! ¡Soy la radiación! ¡Uh, uh, uh...! ¡Soy la radiación!... Aún no había nacido cuando ocurrió aquello”

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