“El
amor hacía y deshacía la Historia, movilizaba las voluntades, desordenaba el
mundo”
Rosa Montero es una
magnífica novelista, y a estas alturas, haga lo que haga, siempre será una
garantía de buen hacer literario, de entretenimiento y reflexión. “La carne”
(Alfaguara, 2016) no es una excepción, al contrario, es una buena e intimista novela
donde el oficio de la autora se hace indeleble, memorable, lo cual podría valorarse
como la mayor virtud reconocida a un escritor o escritora. Ratifico. Y admiro. “La
carne” es un libro, no solo por sus 240 páginas, que se lee en un suspiro; y en
el que la intriga, la reflexión y la literatura concretan los mimbres, junto a
un abanico de emociones (miedo, tensión, ternura, escepticismo, comprensión,
prejuicios, humor…), con los que Montero entreteje un cuerpo narrativo equilibrado
que rezuma un grito vital acerca de la vejez o del fin, del amor o de su
necesidad, y por qué no de esperanza. Una novela en la que el lector va a
encontrar muchísimo más a cuanto indica su sinopsis que ahora sigue:
“Una noche de ópera,
Soledad contrata a un gigoló para que la acompañe a la función y así poder dar
celos a un examante. Pero un suceso violento e imprevisto lo complica todo y
marca el inicio de una relación inquietante, volcánica y tal vez peligrosa.
Ella tiene sesenta años; el gigoló, treinta y dos.
Desde el humor, pero
también desde la rabia y la desesperación de quien se rebela contra los
estragos del tiempo, el relato de la vida de Soledad se entreteje con las
historias de los escritores malditos de la exposición que está organizando para
la Biblioteca Nacional.
‘La carne’ es una novela
audaz y sorprendente, la más libre y personal de las que ha escrito Rosa
Montero. Una intriga emocional que nos habla del paso del tiempo, del miedo a
la muerte, del fracaso pero también de la esperanza, de la necesidad de amar y
de la gloriosa tiranía del sexo, de la vida entendida como un lance fugaz en el
que devorar o ser devorado.”
“La carne está triste y ya he leído todos los libros” Este verso en
el comienzo del poema “Brise Marine” de Mallarmé y que Rosa Montero recoge al
final de “La carne”, puede, o de suponer, considerarse el embrión, el cimiento con
el que erigió este edificio literario en torno, justamente, de la “carne”, del
sexo, manifiesto y recíproco, ejercitado y deseado; y el adjetivo “triste” de
Mallarmé tenga quizás su probable traslación en “La Carne” de Montero dentro del
sino de la vejez o en el ansioso desasosiego de lo que una vez fue, de lo que todavía,
y a pesar del tiempo, es posible, y quizás luego, o ya, no lo es ni lo será. Ni
mucho menos, por otro lado, es un libro en el que “la carne”, el sexo, sea en
exclusividad el leit motiv de su
historia, no es una historia frívola, ni lo es tampoco de un dramatismo
vehemente o anhelante sobre la senectud y su prejuicio por una sociedad injusta
o insolidaria. Un relato intimista, de hondo realismo, que hace reflexionar,
también reír, (la propia autora se ríe de sí misma y a la que se hace aparecer
en sus propias páginas, en un curioso cameo junto al personaje cardinal,
Soledad), e instructiva por las tildes y referencias literarias, principalmente
en esa parte argumental referida al proyecto de exposición o galería con la que
la protagonista, Soledad, en su trabajo de comisario de arte de la Biblioteca
Nacional, se dispone a realizar sobre escritores malditos (de excéntricos los
califica otro personaje, odioso). Y ahí aparecen Philip K. Dick, Guy de
Maupassant, María Lejárraga, Pedro Luis de Gálvez, María Luisa Bombal o María
Carolina Geel, presentando aspectos biográficos de estos escritores renombrados
que vieron torcidos sus destinos por acción antojadiza de éste o por una
decisión desacertada de ellos. Todos salvo uno, Josefina Aznárez, escritora
inventada e incluida en esa galería de malditos por Rosa Montero.
“—Ser
maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que
lleguen a entenderte. En esto se parece a la locura —soltó de repente Soledad—.
Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu
lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear
ser como los demás pero no poder. Y querer que te quieran pero sólo producir
miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no
soportarte a ti mismo”
No es fácil escribir una obra
como esta, y lo es más cuando se escribe con ese viso de ligereza encaminado
para que al lector le resulte así de sencillo lo que es tan difícil por
naturaleza. Muy hábil hacer de un tema penetrante, arduo por sus sutiles ramificaciones,
una reflexión y una trama franca, cautivadora y llana.
He ahí pues el gran
oficio de Rosa Montero en esta novela (en todas): en el ritmo propio, en la
caracterización de sus personajes a quienes desnuda e incluso vuelve de revés,
en las reflexiones o pensamientos profundos, en las alusiones literarias o
sobre la literatura, en las emociones, en la construcción de un argumento
sincero que engancha, aquel suspiro, desde la primera hasta su última página; y
todo hilvanado con una prosa impecable, diáfana, donde no falta nada y porque
se recoge todo o todo lo que es necesario recoger o abarcar para hacer
asequible el relato, creíble la historia. Gran narrativa. Manejo
magistral de la simplicidad. Rosa Montero mantiene una expectación viva en sus
diversas gradaciones; al igual que un suspense policiaco que no tiene en el
crimen, o en la investigación del crimen, sino en el amor su factor básico. El
amor recíproco, o que debe ser mutuo y no personal o unidireccional, ya que
cuando solo es el deseo de uno no es amor, es expectación, y sufrimiento, y
resignación; más al estar personificado en Soledad, por su soledad, “Ella estaba sola, vieja y desesperada”, por
el miedo atroz a la vejez y cuando ya ha atravesado el escalón físico de esta,
y la cruel incertidumbre por no amar jamás y no ser amada.
“Fracasar
en el amor desataba el apocalipsis. Las rupturas sentimentales no se limitaban
a reventarte el corazón: su onda expansiva debía de llegar hasta la base misma
de tu personalidad, porque además te destruían el mundo”
Y no voy a decir más y porque
ella, Rosa Montero, así lo deja dicho en los agradecimientos del libro: dejad
que descubran la novela. Una excelente novela que empieza de esta manera en la
que termina mi reseña:
“La
vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has
vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”
No hay comentarios:
Publicar un comentario