“La ficción es siempre un ejercicio de
superación”
“El 11 de marzo de 2004
Madrid sufrió el peor ataque terrorista de su historia. Entonces yo trabajaba
como periodista. Tenía 24 años. Toda la información que aparece en esta novela
es real. Y sin embargo se trata de un estricto ejercicio de ficción. Un viaje
de la imaginación hacia una realidad movediza y llena de fisuras”. De esta
manera Nuria Labari presenta su “Cosas que brillan cuando están rotas” (Círculo
de Tiza, 2016) “Es mentira -añade Nuria Labari en el prólogo-: la realidad no
supera la ficción. Necesitamos la ficción para superar la realidad”. Síntesis o
intención de este extraordinario libro: la quiebra de la realidad tras los
atentados del 11-M en un reencuentro de la autora con el dolor derramado en
aquel tiempo durante su trabajo periodístico, necesitando ahora, y con ella de
quienes quieran, afrontarlo, superarlo, y aunque sea a través de un ejercicio
de superación a través de la ficción. Una reflexión sobre el dolor, la
fragilidad, de la importancia del amor en momentos terribles… de la luz que
surge cuando algo se rompe.
“Hacía ocho años que no votaba en unas
generales. Una cosa es defender la democracia y otra tener que elegir entre
opciones igualmente malas. Ya sé que no participar cuando no quieres hacerlo,
no significa estar fuera del sistema ni estar en contra. Pero hoy me he sentido
un poco más dentro porque una de las opciones me parecía peor que todas las
demás”
Desconozco si el atentado
terrorista de Madrid ha sido suficientemente emprendido por la literatura a
como fue el caso de la Guerra Civil, por ejemplo, o incluso el 11-S, o el holocausto
nazi que la propia autora introduce en el relato, en esa semana que los
protagonistas, padre e hija, permanecen en Berlín, en un recorrido por la
geografía del horror, por el campo de concentración de Sachsenhausen… o hasta por
el mismo edificio del Reichstag como una metáfora de la debilidad de la
democracia. Sea como fuere, Nuria Labari acomete el tema con solvencia,
credibilidad y de forma magistral. Aconsejo a quienes tengan a bien leerme, más
a los que no se interesan por estos temas, ni en novela ni en ensayo o tal vez según
el modo de novelar la historia, lean esta novela, sí o sí, les guste o no,
léanla, porque será un ejercicio que les dejará una honda huella, seguro. Recuerdo
que la autora tenía 24 años cuando cubrió como periodista lo que significó la
gran “quiebra de sentido” de toda la sociedad, y de aquellos duros días surge
esta novela, una narración de ficción con una base muy real; tampoco es una
novela-testimonio, pero ofrece de una manera franca el testimonio de aquella
tragedia, desde el planteamiento de dos crisis que se desenvuelven paralelas:
la del atentado y el conflicto de un matrimonio y su hija.
“...
usamos las palabras como escudos y no nos defienden de nada. Ante ellas se abre
el abismo. No podemos consolarnos solos”
275 páginas distribuidas
en diez capítulos y correspondientes a los diez días del argumento del libro,
en una estructura que da alternancia a dos puntos de vista narrativos o a tres
voces o planos marcados por el desamor, por el miedo que éste conlleva, por la
tragedia ajena a la que nadie ni nada resulta indemne: Eva, periodista, en
Madrid, siguiendo la última hora de los atentados, sola, acompañada del sufrimiento
de las víctimas, fusionado con el suyo propio; Eric, el marido, en Berlín, a
través de fluidos correos electrónicos con su mujer y en los que ambos, desde
distintos aspectos, analizan su matrimonio, su convivencia junto a su hija, justificando
él su alejamiento durante una semana de lo que considera una relación agotada y
apremiada por tanto de marcar esa distancia para tomar otra perspectiva de la
situación o su término, y de su relación con su propia hija, tan desconocida; y
ésta, Clara, la adolescente inmadura inmersa en una crisis personal, desafecta
con todo, hasta de su familia en la que aprecia una desestructuración de
sentimientos indefinidos, una clamorosa falta de empatía. Tres miembros de una
familia que no carecen de nada, pero “se
puede tener todo y tener también una vida que no sea suficiente”.
“-¿Los que han perdido a alguien? –responde
ella-, son otros para siempre. Distintos a los que eran. Son personas para las
que todo ha cambiado para el resto de sus días. Cada uno hará algo distinto con
su pérdida. Pero todos tienen por delante el reto de construirse desde el
dolor. Y no todos van a lograrlo”
Los personajes están perfectamente
definidos, en especial Eva, alter ego de la autora en su labor periodística, y puesto
que en torno a ella pivota la narración, la excepcionalidad de converger en la misma
protagonista las circunstancias de los propios atentados, las heridas, (el
recorrido por el lugar de los hechos, las vías del tren, hospitales, tanatorios…
el conflicto ético de las primeras fotos de la tragedia que no compra para su
periódico, la historia de los fallecidos, sus nombres, el testimonio de los
familiares, el relato de los supervivientes, sordos de tragedia y ciegos de
olvidos, las muestras de solidaridad, velas, flores, escritos… junto a objetos
de los muertos con todas sus reminiscencias de usos y experiencias, sin
consuelos, la manifestación multitudinaria, lemas y lemas y lemas… siempre los silencios
expresivos, la entrevista a la madre de uno de los autores materiales de los
atentados, Jamal Zougan…), con el deseo de solucionar sus problemas personales,
familiares, y además reivindicando su tiempo, su necesidad de abstraerse al
dolor, a la ruptura, mediante sus momentos de frivolidad, momentos de
imaginación, para vivir, ser ella, leyendo revistas “rosas” o comprando una
joya costosa. Y es que no hay problemas aislados, no hay conflictos
independientes, y quizás la única manera de vencerlos es cuando la persona frágil,
Eva y todos, se rompe y entonces brilla.
“La vida no es una línea recta, por eso no
podemos volver atrás. El tiempo es irreversible. No hay retorno ni elección
posible. Y en esta fatalidad está parte de la gracia. ¿Cómo podría separarme de
la mujer que ya soy? Tú estás en mí, aunque no quiera. ¿Y quién soy yo? Soy el
rostro falto de horizonte que aparece en mi identificación profesional:
desesperanzado y perplejo”
Nuria Labari plantea un
estilo depurado, limpio, muy de periodista, incisivo, quizás el idóneo para
escribir sobre un tema del que no es nada fácil hacerlo; preservando en el testimonio
la ética y el compromiso social, la unificación del dolor colectivo con el
cotidiano, la fractura personal que encuentra su comprensión, el brillo, en la
quiebra suscitada por la catástrofe de los atentados; arrancándonos la
reflexión, la emoción, a que veamos desde nuestra propia fragilidad, a cómo
también el dolor nos desenmascara, nos hace contemplarnos como en verdad somos,
marcándonos caminos, los de nuestra vida, los que nos hacen brillar, con todos
nuestros defectos y virtudes, imperfecciones o abismos. Sin duda alguna, todos,
de una manera u otra, ante una tragedia como esta o más personal, cambiamos, no
seguimos siendo los mismos, y será por aquello de que una vez tocado fondo, lo
único que queda es salir de este. Y esto es lo que nos transmite de manera
sincera Nuria Labari, con especial intensidad e impresión, a sobrevivir al
miedo, a convocarlo, a manejar la angustia de tenerlo todo y sentirse perdido, a
seguir adelante, a construirnos desde nuestra propia flaqueza, a no olvidar, a
restar poder al dolor. Y nadie, ningún lector, está exento de no entender, a no
sentir el mensaje; si bien lo haga a través de una historia que no es
agradable, ni entretenida, un drama de muerte y dolor, pero también de
esperanza o de un compromiso verdadero con esta.
“-Supongo que me siento identificada con la
mujer que acabo de entrevistar. Mi hija también es una desconocida para mí. Tú
eres un desconocido para mí. Si hicierais algo terrible, ¿sería yo inocente en
ese caso? ¿Somos inocentes de lo que hacen nuestros hijos? –pregunto a mi
marido”
Esta “Cosas que brillan
cuando están rotas” de Nuria Labari es una de las tres novelas que recordaré siempre
en este año que ya termina. Ni decir tiene que es una obra muy buena, un
testimonio real perfectamente estructurado a través de una inteligente ficción,
el atentado islamista del 11-M de Madrid que se saldó con casi doscientos
muertos y numerosas víctimas, relatado a través de la perspectiva rasgada de
una mujer, de una periodista que hace de su fragilidad el valor para entender
el desastre, la quiebra de la realidad. Y con el perfecto complemento, parecería
una discrepancia, de la mirada de la propia familia de la protagonista, padre e
hija, indispensable en la visión de la trama, aquella que está más allá del
drama periodístico, y no solo por la desestructuración y alejamiento familiar,
sino del horror absoluto presente en los campos de la muerte nazi, capaz de
cambiar la falta de afecto ajeno por parte de la hija, haciéndola madurar. Y
todos, incluido el padre que se empeña en atrapar la vida en una lista de excel,
en el encuentro o en la dispersión de un final abierto; sometidos por el dolor
y el miedo de la rotura, se agarran a su propia esperanza.
“La
muerte puede verse hoy atravesando el alma de todas las cosas”
Una reseña fabulosa. Anotado para leerlo prontísimo!
ResponderEliminarUna reseña fabulosa. Anotado para leerlo prontísimo!
ResponderEliminarGracias. Un libro extraordinario.
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