Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 7 de diciembre de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Cosas que brillan cuando están rotas" de Nuria Labari.

La ficción es siempre un ejercicio de superación”




“El 11 de marzo de 2004 Madrid sufrió el peor ataque terrorista de su historia. Entonces yo trabajaba como periodista. Tenía 24 años. Toda la información que aparece en esta novela es real. Y sin embargo se trata de un estricto ejercicio de ficción. Un viaje de la imaginación hacia una realidad movediza y llena de fisuras”. De esta manera Nuria Labari presenta su “Cosas que brillan cuando están rotas” (Círculo de Tiza, 2016) “Es mentira -añade Nuria Labari en el prólogo-: la realidad no supera la ficción. Necesitamos la ficción para superar la realidad”. Síntesis o intención de este extraordinario libro: la quiebra de la realidad tras los atentados del 11-M en un reencuentro de la autora con el dolor derramado en aquel tiempo durante su trabajo periodístico, necesitando ahora, y con ella de quienes quieran, afrontarlo, superarlo, y aunque sea a través de un ejercicio de superación a través de la ficción. Una reflexión sobre el dolor, la fragilidad, de la importancia del amor en momentos terribles… de la luz que surge cuando algo se rompe.

Hacía ocho años que no votaba en unas generales. Una cosa es defender la democracia y otra tener que elegir entre opciones igualmente malas. Ya sé que no participar cuando no quieres hacerlo, no significa estar fuera del sistema ni estar en contra. Pero hoy me he sentido un poco más dentro porque una de las opciones me parecía peor que todas las demás”

Desconozco si el atentado terrorista de Madrid ha sido suficientemente emprendido por la literatura a como fue el caso de la Guerra Civil, por ejemplo, o incluso el 11-S, o el holocausto nazi que la propia autora introduce en el relato, en esa semana que los protagonistas, padre e hija, permanecen en Berlín, en un recorrido por la geografía del horror, por el campo de concentración de Sachsenhausen… o hasta por el mismo edificio del Reichstag como una metáfora de la debilidad de la democracia. Sea como fuere, Nuria Labari acomete el tema con solvencia, credibilidad y de forma magistral. Aconsejo a quienes tengan a bien leerme, más a los que no se interesan por estos temas, ni en novela ni en ensayo o tal vez según el modo de novelar la historia, lean esta novela, sí o sí, les guste o no, léanla, porque será un ejercicio que les dejará una honda huella, seguro. Recuerdo que la autora tenía 24 años cuando cubrió como periodista lo que significó la gran “quiebra de sentido” de toda la sociedad, y de aquellos duros días surge esta novela, una narración de ficción con una base muy real; tampoco es una novela-testimonio, pero ofrece de una manera franca el testimonio de aquella tragedia, desde el planteamiento de dos crisis que se desenvuelven paralelas: la del atentado y el conflicto de un matrimonio y su hija.

“... usamos las palabras como escudos y no nos defienden de nada. Ante ellas se abre el abismo. No podemos consolarnos solos”

275 páginas distribuidas en diez capítulos y correspondientes a los diez días del argumento del libro, en una estructura que da alternancia a dos puntos de vista narrativos o a tres voces o planos marcados por el desamor, por el miedo que éste conlleva, por la tragedia ajena a la que nadie ni nada resulta indemne: Eva, periodista, en Madrid, siguiendo la última hora de los atentados, sola, acompañada del sufrimiento de las víctimas, fusionado con el suyo propio; Eric, el marido, en Berlín, a través de fluidos correos electrónicos con su mujer y en los que ambos, desde distintos aspectos, analizan su matrimonio, su convivencia junto a su hija, justificando él su alejamiento durante una semana de lo que considera una relación agotada y apremiada por tanto de marcar esa distancia para tomar otra perspectiva de la situación o su término, y de su relación con su propia hija, tan desconocida; y ésta, Clara, la adolescente inmadura inmersa en una crisis personal, desafecta con todo, hasta de su familia en la que aprecia una desestructuración de sentimientos indefinidos, una clamorosa falta de empatía. Tres miembros de una familia que no carecen de nada, pero “se puede tener todo y tener también una vida que no sea suficiente”.

-¿Los que han perdido a alguien? –responde ella-, son otros para siempre. Distintos a los que eran. Son personas para las que todo ha cambiado para el resto de sus días. Cada uno hará algo distinto con su pérdida. Pero todos tienen por delante el reto de construirse desde el dolor. Y no todos van a lograrlo”

Los personajes están perfectamente definidos, en especial Eva, alter ego de la autora en su labor periodística, y puesto que en torno a ella pivota la narración, la excepcionalidad de converger en la misma protagonista las circunstancias de los propios atentados, las heridas, (el recorrido por el lugar de los hechos, las vías del tren, hospitales, tanatorios… el conflicto ético de las primeras fotos de la tragedia que no compra para su periódico, la historia de los fallecidos, sus nombres, el testimonio de los familiares, el relato de los supervivientes, sordos de tragedia y ciegos de olvidos, las muestras de solidaridad, velas, flores, escritos… junto a objetos de los muertos con todas sus reminiscencias de usos y experiencias, sin consuelos, la manifestación multitudinaria, lemas y lemas y lemas… siempre los silencios expresivos, la entrevista a la madre de uno de los autores materiales de los atentados, Jamal Zougan…), con el deseo de solucionar sus problemas personales, familiares, y además reivindicando su tiempo, su necesidad de abstraerse al dolor, a la ruptura, mediante sus momentos de frivolidad, momentos de imaginación, para vivir, ser ella, leyendo revistas “rosas” o comprando una joya costosa. Y es que no hay problemas aislados, no hay conflictos independientes, y quizás la única manera de vencerlos es cuando la persona frágil, Eva y todos, se rompe y entonces brilla.

La vida no es una línea recta, por eso no podemos volver atrás. El tiempo es irreversible. No hay retorno ni elección posible. Y en esta fatalidad está parte de la gracia. ¿Cómo podría separarme de la mujer que ya soy? Tú estás en mí, aunque no quiera. ¿Y quién soy yo? Soy el rostro falto de horizonte que aparece en mi identificación profesional: desesperanzado y perplejo”

Nuria Labari plantea un estilo depurado, limpio, muy de periodista, incisivo, quizás el idóneo para escribir sobre un tema del que no es nada fácil hacerlo; preservando en el testimonio la ética y el compromiso social, la unificación del dolor colectivo con el cotidiano, la fractura personal que encuentra su comprensión, el brillo, en la quiebra suscitada por la catástrofe de los atentados; arrancándonos la reflexión, la emoción, a que veamos desde nuestra propia fragilidad, a cómo también el dolor nos desenmascara, nos hace contemplarnos como en verdad somos, marcándonos caminos, los de nuestra vida, los que nos hacen brillar, con todos nuestros defectos y virtudes, imperfecciones o abismos. Sin duda alguna, todos, de una manera u otra, ante una tragedia como esta o más personal, cambiamos, no seguimos siendo los mismos, y será por aquello de que una vez tocado fondo, lo único que queda es salir de este. Y esto es lo que nos transmite de manera sincera Nuria Labari, con especial intensidad e impresión, a sobrevivir al miedo, a convocarlo, a manejar la angustia de tenerlo todo y sentirse perdido, a seguir adelante, a construirnos desde nuestra propia flaqueza, a no olvidar, a restar poder al dolor. Y nadie, ningún lector, está exento de no entender, a no sentir el mensaje; si bien lo haga a través de una historia que no es agradable, ni entretenida, un drama de muerte y dolor, pero también de esperanza o de un compromiso verdadero con esta.

-Supongo que me siento identificada con la mujer que acabo de entrevistar. Mi hija también es una desconocida para mí. Tú eres un desconocido para mí. Si hicierais algo terrible, ¿sería yo inocente en ese caso? ¿Somos inocentes de lo que hacen nuestros hijos? –pregunto a mi marido”

Esta “Cosas que brillan cuando están rotas” de Nuria Labari es una de las tres novelas que recordaré siempre en este año que ya termina. Ni decir tiene que es una obra muy buena, un testimonio real perfectamente estructurado a través de una inteligente ficción, el atentado islamista del 11-M de Madrid que se saldó con casi doscientos muertos y numerosas víctimas, relatado a través de la perspectiva rasgada de una mujer, de una periodista que hace de su fragilidad el valor para entender el desastre, la quiebra de la realidad. Y con el perfecto complemento, parecería una discrepancia, de la mirada de la propia familia de la protagonista, padre e hija, indispensable en la visión de la trama, aquella que está más allá del drama periodístico, y no solo por la desestructuración y alejamiento familiar, sino del horror absoluto presente en los campos de la muerte nazi, capaz de cambiar la falta de afecto ajeno por parte de la hija, haciéndola madurar. Y todos, incluido el padre que se empeña en atrapar la vida en una lista de excel, en el encuentro o en la dispersión de un final abierto; sometidos por el dolor y el miedo de la rotura, se agarran a su propia esperanza.


“La muerte puede verse hoy atravesando el alma de todas las cosas”

3 comentarios: