Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 26 de diciembre de 2016

"Maigret en casa de los "Flamencos"" de Georges Simenon

“Cuando Maigret descendió del tren, en la estación de Givet, la primera persona que vio, justamente delante de su compartimento, fue Ana Peeters.”



Así comienza esta novela de Georges Simenon, “Maigret en la casa de los flamencos” (Planeta-DeAgostini, 1988), y así he querido terminar este año, a lo grande, en cuanto se refiere a mis lecturas policíacas. La prolífica obra de Simenon, siempre, por su habilidad narrativa, es un atractivo y un valor seguro de entretenimiento y delectación literaria. Un autor magistral. Sus historias protagonizadas por el comisario Maigret atrapan y absorben por su peculiaridad, por su ambientación, por su aliento ajeno a esas piezas policíacas sustentadas en el entramado de una intriga a cual más compleja y difícil y la que tiene que dilucidarse en sus últimas páginas; con un protagonista, asimismo, lejano de esos detectives o investigadores atormentados; alguien tranquilo, silencioso, que desentraña la psicología de las personas y de los lugares con una disección rigurosa, honesto, humilde, perspicaz, y cuya lógica y responsabilidad se tienden a la moralidad, en la ética de una justicia equilibrada. De ahí que Simenon cree unos personajes muy auténticos, y a los que en ningún momento diferencia en el antagonismo entre buenos y malos; es decir, no hay culpables ni inocentes absolutos, solo, como es este el caso, personas que en un momento determinado de sus vidas, por unas circunstancias precisas, cometen un crimen; y es esta circunstancia, la motivación, lo que para Maigret constituye la razón de su profesión y estudio. Y ahí encontramos la sorprendente pluma de Georges Simenon, insisto que extraordinaria, quien hace de lo complejo una construcción sólida y simple y llena de belleza, atrapándote, enajenándote de todo lo que no sean las páginas de la novela, escribiendo como si trazara esbozos escuetos con un pincel adecuado y mientras sostiene una abigarrada paleta de colores o el uso lucido de una amplia gama sensorial, perfectamente idealizada y acompasada, y en la que vemos las formas, los rostros, oímos los ruidos… la lluvia, el frío, el sonido del enfurecido río Mosa de esa pequeña población fluvial en la frontera de Francia y Bélgica, y sentimos las emociones de sus historias en un ejercicio hipnótico y placentero.

“Los Peeters no son como los demas habitantes de Givet, una pequeña ciudad a orillas del Mosa. Son flamencos, ricos, y muy devotos. Germaine, una pobre obrera, mantuvo relaciones con el hijo de los Peeters, y como resultado nació un niño. Una tarde, la chica entró en la casa de los flamencos y desde entonces nadie ha vuelto a verla. En Givet se rumorea que los Peeters la han asesinado y arrojado al Mosa.

Maigret observa, pregunta aquí y allá. No le gusta la malsana seducción que los Peeters ejercen sobre su entorno, ni ese salón demasiado tranquilo donde las hijas cantan acompañándose del piano. Lo que descubre le llena a la vez de repugnancia y de piedad. ¿Cumplirá hasta el final la misión que le ha llevado hasta Givet ?”


Siempre, pues, una lectura muy recomendable, indispensable.

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