“Cuando
Maigret descendió del tren, en la estación de Givet, la primera persona que
vio, justamente delante de su compartimento, fue Ana Peeters.”
Así comienza esta novela
de Georges Simenon, “Maigret en la casa de los flamencos” (Planeta-DeAgostini,
1988), y así he querido terminar este año, a lo grande, en cuanto se refiere a
mis lecturas policíacas. La prolífica obra de Simenon, siempre, por su
habilidad narrativa, es un atractivo y un valor seguro de entretenimiento y delectación
literaria. Un autor magistral. Sus historias protagonizadas por el comisario
Maigret atrapan y absorben por su peculiaridad, por su ambientación, por su
aliento ajeno a esas piezas policíacas sustentadas en el entramado de una
intriga a cual más compleja y difícil y la que tiene que dilucidarse en sus
últimas páginas; con un protagonista, asimismo, lejano de esos detectives o
investigadores atormentados; alguien tranquilo, silencioso, que desentraña la
psicología de las personas y de los lugares con una disección rigurosa, honesto,
humilde, perspicaz, y cuya lógica y responsabilidad se tienden a la moralidad,
en la ética de una justicia equilibrada. De ahí que Simenon cree unos
personajes muy auténticos, y a los que en ningún momento diferencia en el
antagonismo entre buenos y malos; es decir, no hay culpables ni inocentes
absolutos, solo, como es este el caso, personas que en un momento determinado
de sus vidas, por unas circunstancias precisas, cometen un crimen; y es esta
circunstancia, la motivación, lo que para Maigret constituye la razón de su
profesión y estudio. Y ahí encontramos la sorprendente pluma de Georges
Simenon, insisto que extraordinaria, quien hace de lo complejo una construcción
sólida y simple y llena de belleza, atrapándote, enajenándote de todo lo que no
sean las páginas de la novela, escribiendo como si trazara esbozos escuetos con
un pincel adecuado y mientras sostiene una abigarrada paleta de colores o el
uso lucido de una amplia gama sensorial, perfectamente idealizada y acompasada,
y en la que vemos las formas, los rostros, oímos los ruidos… la lluvia, el
frío, el sonido del enfurecido río Mosa de esa pequeña población fluvial en la
frontera de Francia y Bélgica, y sentimos las emociones de sus historias en un
ejercicio hipnótico y placentero.
“Los Peeters no son como
los demas habitantes de Givet, una pequeña ciudad a orillas del Mosa. Son
flamencos, ricos, y muy devotos. Germaine, una pobre obrera, mantuvo relaciones
con el hijo de los Peeters, y como resultado nació un niño. Una tarde, la chica
entró en la casa de los flamencos y desde entonces nadie ha vuelto a verla. En
Givet se rumorea que los Peeters la han asesinado y arrojado al Mosa.
Maigret observa, pregunta
aquí y allá. No le gusta la malsana seducción que los Peeters ejercen sobre su
entorno, ni ese salón demasiado tranquilo donde las hijas cantan acompañándose
del piano. Lo que descubre le llena a la vez de repugnancia y de piedad.
¿Cumplirá hasta el final la misión que le ha llevado hasta Givet ?”
Siempre, pues, una
lectura muy recomendable, indispensable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario