"Hoja!” “¿Qué sucede?”
No contestó, era imposible que lo
hiciera. Tampoco se movió, nada, ni un nimio temblor en sus puntas, ni en su
base ni en su ápice, ni en su pecíolo como una batuta maleable; quieta, adherida
a lo que parecía un mortero de plomo como el asfalto mojado o el charol de unos
zapatos de fiesta en los que gotearan los humores del baile, junto al
conglomerado de guijarros del pavimento de la Alameda del Barrio San Francisco
de Ronda. Y siquiera sin contestarme, o sin poder hacerlo, ninguna acentuación
en los nervios de su envés, en la tonalidad de su limbo, desconocía su haz, me
llegó una sensación fresca que como un escalofrío venía a expresar lo que la
hoja hubiera dicho si pudiera decirlo y que yo entendí desde un resquicio
mágico interior o el de una conciencia alterada, y según mi oído adiestrado
para ciertos ecos épicos, muy elocuentes allí, o de un alma resonante de éstos y
dada la prodigalidad del entorno y de su Historia.
Del horizonte de colores como una témpera
húmeda y conmovedora, del ocre subrayado que delimitaba los espacios, de la
línea de cobre del manto de hojas caídas, pero no muertas, oí la respuesta de
un “Nada sucede”, para añadir de inmediato: “El otoño”. La obviedad, sin
embargo, no mitigó un hormigueo adentro de mí por la excepcionalidad de lo que,
en esta mañana de lluvia, de fuertes lluvias, de ausencias bajo la alharaca de
unos cielos grises y convulsos, de trazos trágicos, se escribía en la explosión
de color que el agua eternizaba y sujetaba al lienzo empedrado del parque.
No lo dijo, pero vi, oí, sentí que
la hoja era música. La clave de sol tal vez, porque lo era, o por su matiz y
sobrenombre. El origen. El pronóstico de una música para este otoño que acababa
de llegar, saludaba, y ya se iba. La hoja trasmutada en un símbolo relamido, esa
“G” de cursiva grande, dispuesto ahí, tras los anchos escalones de acceso a la
Alameda o al pentagrama donde en su extremo izquierdo se ubicaba con elegancia,
con nostalgia, indicando el registro más o menos mágico de la música que yo tenía
que descubrir solo en aquel lugar y tiempo, tensadas las cuerdas del
instrumento de mi corazón, los compases de mis agudos sentimientos como
espirales estilizadas agitadas por el viento.
“Hoja” “¿Qué sucede?”
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