“- La mayoría de los triunfadores son
desgraciados. Por eso triunfan. Necesitan reafirmarse, para lo cual les es
preciso hacer algo que llame la atención del mundo”
Si ya es difícil escribir la reseña de una novela negra, en esa
continua y sufrida maniobra a la esquiva o manteniendo a raya el spoiler, cuán
difícil, o de revelar parte de una información que pueda llevar al traste con el
interés, la intriga por el argumento o de la investigación policíaca relatada,
eleven a su máximo exponencial intentarlo con cualquiera narración de Agatha
Christie, la reina del género. Sea como fuere, y puesto que mi último libro
leído ha sido “Cianuro espumoso” (RBA, 2014) de Agatha Christie por su 125
Aniversario, voy a intentar reseñar, con una moderación y aviso que serán pocas,
sobre esta. Y dicho lo cual, decidí leer este volumen porque me apetecía “relajarme”,
ser parte de un enigma y estrujarme las seseras en algo que no fueran las cien
mil preocupaciones del diario, evadirme de las sombras del porvenir inmediato,
desempolvando mis galas de detective y tratar de desentrañar el misterio
policíaco que propone la autora y antes de llegar a las últimas páginas o al
último capítulo en el que se desvela su trama. Antes de nada, confiarles cómo en
esta ocasión, al igual de otras muchas, no acerté con el criminal ni con el
motivo; pero he disfrutado, como no podía ser de otra manera, de la lectura de
esta garantía fenomenal de entretenimiento literario que siempre será Agatha
Christie.
“En el reservado de un lujoso restaurante, El Luxemburgo, seis
personas cenan en una mesa preparada para siete. Ante el asiento vacío, se
halla un ramillete de romero, en memoria de Rosemary Barton, fallecida en
aquella misma mesa exactamente un año antes al injerir cianuro disuelto en su
copa de champaña. Cuando George Barton, el viudo d la fallecida realiza un
brindis en su recuerdo, todos beben y la historia parece repetirse al
desplomarse uno de los comensales en su silla.”
En “Cianuro espumoso” no vamos a encontrarnos a los célebres personajes
de la obra de Agatha Christie, Hercules Poirot, Miss Marple, o el matrimonio
Beresford…, no, sino a un investigador que no por conocido, el coronel Race (me
acuerdo de éste en “El hombre del Traje de color castaño” y “Cartas sobre la
mesa”) tampoco influye o asume el papel de detective como mandan los cánones, y
es que… ahí lo dejo. Por otro lado, y sustancial, el misterio, el crimen, se
ajusta perfectamente al estilo y a lo que esperamos de la autora: Un suicidio
que tal vez no lo sea, el de Rosemary Barton, una mujer hermosa y rica y sin
problemas que se le supongan como para poner cianuro en su copa de champán y en
compañía de sus familiares y amigos próximos, unas cartas anónimas que recibe
el esposo y las que denuncian su asesinato, la decisión de desentrañar la
muerte de su bella esposa, y una nueva muerte en este particular ambiente
aristocrático del Londres decimonónico…
En tres partes está dividida la novela, señaladas por unas frases sugerentes
que lo encabezan y tales a: “Rosemary ¿Qué puedo hacer para ahuyentar el recuerdo
de mis ojos?”, “Día de los difuntos. Rosemary es símbolo del recuerdo”, “Iris.
Porque creí que los muertos gozaban de la paz pero no es así…”; estructuradas
en capítulos cortos, asimismo enunciados por el nombre de sus protagonistas en
su primera parte, Iris Marle, Ruth Lessing, Anthony Browne, Alexandra Farraday…
Novela escrita en tercera persona con esa perspectiva y distancia objetiva que
nos hace sospechar de todos y de cada uno de los protagonistas de la historia, éstos
muy bien caracterizados en sus motivaciones y en sus singularidades, muy cercanos
a la víctima, envueltos en unas relaciones complicadas, y en el hecho atrayente,
y exigido en la temática, de que todos ocultan algo. Una trama, insisto,
magnífica, perfectamente hilada y calculada.
Espero no haberles defraudado con esta reseña que dice mucho de la
novela y, primordialmente, no dice “nada”.
Recomendable.
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