Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 21 de mayo de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Cécile ha muerto" de George Simenon

“Es así como él pensaba, sin pensar, a migajas, por pedazos de ideas que ni trataba de desarrollar desde el principio al fin”



No voy a escribir, o no es mi intención en principio, sobre el Comisario Maigret, un personaje de ficción a la altura de los clásicos de la novela negra (Sherlock Holmes, Poirot, Marlowe…), sino de George Simenon, su creador, acaso por considerar el no habérsele dado el mérito suficiente por su destreza narrativa y extraordinario trabajo. Más porque esta novela, una más de su inmortal personaje Jules Maigret, “Cécile ha muerto” (Luis Caralt editor, 1973), también es una donde mejor reconocemos al talento de Simenon, de su literatura, bien en torno a su protagonista cardinal y de una investigación policíaca concreta. El escritor belga no solo fue un novelista de una abundancia pasmosa, con casi doscientas novelas publicadas con su nombre y una treintena bajo 27 seudónimos distintos, sino por alguien que escribía como si nosotros comiéramos pipas en un cine; sus libros, de los que alcanzan unos seiscientos millones de ejemplares vendidos, están escritos con una habilidad, con una calidad incomparables. Hacía fácil lo difícil, posible lo imposible, de ahí que su prolífica actividad, su poderosa sencillez expresiva, construya, al contrario de la pauta general de complejidad impuesta entre los autores del género negro, una trama simple, nítida, una intriga dosificada, pero con una hondura psicológica en sus personajes, indudablemente en Maigret, con un componente humanitario por encima incluso de la lógica o de lo políticamente correcto.

“Cuando instalaron la calefacción central en el Quai des Orfèbres, había solicitado y obtenido que le permitieran conservar la vieja estufa de carbón. Los inspectores jóvenes se habían encogido de hombros. ¡Allá ellos! Era siempre el mismo truco… Cuando no podía más, a fuerza de echarse sobre un problema, éste se le vaciaba de toda sustancia, apareciéndosele como un tejido de frías incoherencias. Entonces, llenaba la estufa hacia los topes y se calentaba ora de un lado, ora de otro, atizando las brasas, abriendo la enorme llave del tiro y, poco a poco, su carne se dilataba de bienestar, los párpados le escocían y los objetos, a su alrededor, se esfumaban, como el humo de su pipa.
En este estado de regodeo físico, la mente, como en los sueños, atrapaba relaciones a veces ridículas, siguiendo caminos que la pura razón no habría descubierto.”

Aquí, en “Cécile ha muerto”, vamos a encontrar un anuncio clarificador de esta presteza de Simenon, la que por compleja y ambigua no deja de presentarse de sencilla y directa; por ejemplo en el hecho de que no existan en sus tramas, en sus personajes, culpables o inocentes absolutos, opuestos, sino éste centra la importancia en el porqué de la acción, del crimen, la causa; y todo ello envuelto en una atmósfera sutil que atrapa y lleva, con equilibrio, con sorprendente aplomo, en volandas al lector hasta el final de sus páginas.

-          “¿Sabe usted, señor Spencer, por qué los criminales prefieren tratar con nosotros que con los magistrados?
-          Eso es algo que yo empiezo a adivinar.
-          Observe usted que nosotros somos a veces brutales. Menos de lo que se pretende, pero más que un juez de instrucción o que un substituto. Pero, durante el desarrollo de la investigación, hemos vivido en el medio del acusado. Hemos estado en su casa. Conocemos su casa, sus costumbres, su familia y sus amigos… Yo he hecho esta mañana la distinción entre el criminal antes y el criminal después. Y lo que nosotros tratamos de conocer es el criminal antes… Cuando lo ponemos en las manos del magistrado, se acabó. Rompe, casi siempre definitivamente, con su vida de hombre. Es un criminal nada más y los magistrados lo tratan como tal…”

En cuanto a esta novela: “Cécile Pardon hace meses que acude al despacho del comisario Maigret para denunciar las extrañas transformaciones que su piso sufre por las noches. No obstante, tras vigilar en vano la casa, todos creen que Cécile tiene alucinaciones. Hasta que un día la encuentran estrangulada... Atenazado por los remordimientos, el comisario no descansará hasta meter entre rejas al asesino.”


Una novela simple, entendida por la que no es excesiva en nudos, en tramas enraizadas en subtramas, ni extensa y confusa hasta el distintivo redoble final en el que se dilucida el enigma de la historia; de poco más de 200 páginas, pero sorprendente, por su concreción, en describir un ambiente preciso y visual, sensitivo, tanto del París de mediados del siglo pasado como de unos personajes definidos y del que me gustaría destacar a Spencer Oats, acaso un alter ego de Maigret y tal vez del propio autor. Indudablemente, recalcar al siempre cercano y atractivo comisario Maigret en sus cuitas no solamente profesionales, aquí más vacilante, más irritado, en esa investigación, al hilo de lo que escribí más arriba, por encontrar la causa, la motivación, por cómo era la persona del criminal antes de perpetrar el crimen.

Una obra, una más de Simenon, imprescindible.


“Sabía por experiencia que el hombre se conforma con cualquier nido, con tal de que pueda llenarlo con su calor, su olor y sus costumbres”

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