“Es así como él pensaba, sin pensar, a
migajas, por pedazos de ideas que ni trataba de desarrollar desde el principio
al fin”
No voy a escribir, o no es mi intención en principio, sobre el
Comisario Maigret, un personaje de ficción a la altura de los clásicos de la
novela negra (Sherlock Holmes, Poirot, Marlowe…), sino de George Simenon, su
creador, acaso por considerar el no habérsele dado el mérito suficiente por su
destreza narrativa y extraordinario trabajo. Más porque esta novela, una más de
su inmortal personaje Jules Maigret, “Cécile ha muerto” (Luis Caralt editor, 1973),
también es una donde mejor reconocemos al talento de Simenon, de su literatura,
bien en torno a su protagonista cardinal y de una investigación policíaca concreta.
El escritor belga no solo fue un novelista de una abundancia pasmosa, con casi
doscientas novelas publicadas con su nombre y una treintena bajo 27 seudónimos
distintos, sino por alguien que escribía como si nosotros comiéramos pipas en
un cine; sus libros, de los que alcanzan unos seiscientos millones de
ejemplares vendidos, están escritos con una habilidad, con una calidad
incomparables. Hacía fácil lo difícil, posible lo imposible, de ahí que su
prolífica actividad, su poderosa sencillez expresiva, construya, al contrario
de la pauta general de complejidad impuesta entre los autores del género negro,
una trama simple, nítida, una intriga dosificada, pero con una hondura
psicológica en sus personajes, indudablemente en Maigret, con un componente
humanitario por encima incluso de la lógica o de lo políticamente correcto.
“Cuando instalaron la calefacción central en
el Quai des Orfèbres, había solicitado y obtenido que le permitieran conservar
la vieja estufa de carbón. Los inspectores jóvenes se habían encogido de
hombros. ¡Allá ellos! Era siempre el mismo truco… Cuando no podía más, a fuerza
de echarse sobre un problema, éste se le vaciaba de toda sustancia,
apareciéndosele como un tejido de frías incoherencias. Entonces, llenaba la
estufa hacia los topes y se calentaba ora de un lado, ora de otro, atizando las
brasas, abriendo la enorme llave del tiro y, poco a poco, su carne se dilataba
de bienestar, los párpados le escocían y los objetos, a su alrededor, se
esfumaban, como el humo de su pipa.
En este estado de regodeo físico, la mente,
como en los sueños, atrapaba relaciones a veces ridículas, siguiendo caminos
que la pura razón no habría descubierto.”
Aquí, en “Cécile ha muerto”, vamos a encontrar un anuncio clarificador
de esta presteza de Simenon, la que por compleja y ambigua no deja de
presentarse de sencilla y directa; por ejemplo en el hecho de que no existan en
sus tramas, en sus personajes, culpables o inocentes absolutos, opuestos, sino éste
centra la importancia en el porqué de la acción, del crimen, la causa; y todo
ello envuelto en una atmósfera sutil que atrapa y lleva, con equilibrio, con sorprendente
aplomo, en volandas al lector hasta el final de sus páginas.
-
“¿Sabe usted, señor Spencer, por qué los
criminales prefieren tratar con nosotros que con los magistrados?
-
Eso es algo que yo empiezo a adivinar.
-
Observe usted que nosotros somos a veces
brutales. Menos de lo que se pretende, pero más que un juez de instrucción o
que un substituto. Pero, durante el desarrollo de la investigación, hemos
vivido en el medio del acusado. Hemos estado en su casa. Conocemos su casa, sus
costumbres, su familia y sus amigos… Yo he hecho esta mañana la distinción
entre el criminal antes y el criminal después. Y lo que nosotros
tratamos de conocer es el criminal antes… Cuando lo ponemos en las manos
del magistrado, se acabó. Rompe, casi siempre definitivamente, con su vida de
hombre. Es un criminal nada más y los magistrados lo tratan como tal…”
En cuanto a esta novela: “Cécile Pardon hace meses que acude al
despacho del comisario Maigret para denunciar las extrañas transformaciones que
su piso sufre por las noches. No obstante, tras vigilar en vano la casa, todos
creen que Cécile tiene alucinaciones. Hasta que un día la encuentran
estrangulada... Atenazado por los remordimientos, el comisario no descansará
hasta meter entre rejas al asesino.”
Una novela simple, entendida por la que no es excesiva en nudos, en
tramas enraizadas en subtramas, ni extensa y confusa hasta el distintivo redoble
final en el que se dilucida el enigma de la historia; de poco más de 200
páginas, pero sorprendente, por su concreción, en describir un ambiente preciso
y visual, sensitivo, tanto del París de mediados del siglo pasado como de unos personajes
definidos y del que me gustaría destacar a Spencer Oats, acaso un alter ego de
Maigret y tal vez del propio autor. Indudablemente, recalcar al siempre cercano
y atractivo comisario Maigret en sus cuitas no solamente profesionales, aquí más
vacilante, más irritado, en esa investigación, al hilo de lo que escribí más
arriba, por encontrar la causa, la motivación, por cómo era la persona del
criminal antes de perpetrar el crimen.
Una obra, una más de Simenon, imprescindible.
“Sabía por experiencia que el hombre se
conforma con cualquier nido, con tal de que pueda llenarlo con su calor, su
olor y sus costumbres”
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