“Arduo hallarás pasar sobre el agudo filo de
la navaja. Y penoso es, dicen los sabios, el camino de la salvación”
Una obra maestra de la literatura, “El filo de la navaja” (Biblioteca
Clásicos del siglo XX El País, 2003), de acuerdo, primorosamente escrita por
William Somerset Maugham, también, un escritor extraordinario, sin duda; y sin
embargo a mí me ha dejado una ambigua sensación y consideración, me ha faltado
conmoción en su lectura, acaso porque esperaba más y dado en estimarse una de
las novelas más importantes del siglo XX. No, no se trata de una de esas
expectativas, de una gran oportunidad perdida por el escritor, no, quizás se
deba a mi miramiento subjetivo en el argumento o al desarrollo del mismo, conforme
en que hilvanado con precisión, con maestría, con una profundización y
descripción psicológica de sus personajes muy definida; pero al que considero ciertamente
plano, y desenvuelto en una idea particular del escritor, la de escribir acerca
de una búsqueda llamémosle espiritual y con la que trascender de un mundo
degradado y materialista a través de la filosofía hindú o del tenor que así
pueda identificársele. La misma sensación ambigua que tuve al leer “Siddhartha”
de Herman Hesse, con sus propias diferencias, por los momentos en la lectura de
una y otra, y por esos elementos convergentes para mi evasivo reparo.
“Nada ocurre sin efecto. Si arrojas una
piedra en un estanque, el universo ya no es exactamente el mismo que antes.
Cuando un hombre alcanza la perfección y la pureza, la influencia de su
carácter se extiende, y quienes buscan la verdad se sienten naturalmente
atraídos hacia él”
Elementos que en mi apreciación tienen que ver con el ambiente en el
que se despliega la historia, en esa clase frívola, acomodada, a la que solo importa
las apariencias, el decoro de clase elevada, de cómo esquiva un mundo en aprieto
y transformación, (entre la primera guerra mundial, la crisis económica del 29
y la segunda guerra mundial), de lujos y frivolidades; y en contraposición a
esa búsqueda tal vez humanista de la felicidad, sencilla y humilde que emprende
uno de su misma esfera social, Larry Darrel. Y es aquí, o por esto, donde entonces
yo considero a esta fantástica oposición, este sugerente contraste insuficientemente
trazado o abarcado o descrito. Ese escenario aristocrático y artificial,
constreñido, henchido de figuraciones, es el que me cansa o por el cual no
tengo gusto y preferencia y por tanto no lo considere interesante; al igual, según
este mundo de opulencia y elegancia, de exclusión y reduccionismo, de hedonismo
noble, al encontrado en ciertas lecturas de Oscar Wilde , o Coward o Scott
Fitzgerald o Truman Capote… No obstante, sin obviar la magistral capacidad de
observación y refinación del escritor en sus descripciones, y sean éstas circunscritas
a un uso especial y preponderante por los diálogos; recursos estilísticos más
cuando no encuentro la definida frontera, ese abismo esperado entre la
concepción de un mundo artificioso y en decadencia con el otro y representado
en su protagonista principal, Larry Darrel, o del mismo modo en el propio
autor, Maughan, quien en su empleo de la primera persona narrativa, por muy
despreocupada que se aprecie, pueda considerarse el actor cardinal de una
historia anodina a la que tampoco tildo de romántica y como han dicho algunos por
la inconsistente e inclusive anecdótica relación entre sus personajes Isabel y
Larry.
“Ya ve, querida, la bondad es, al fin y al
cabo, la fuerza más poderosa del mundo y él (Larry Darrel) la posee…”
No por ello deja de ser un texto interesante, un goce literario, a
pesar de sus bajones narrativos, más en el meridiano de la historia con la
introducción de nuevos personajes que asimismo incrementan ese menoscabo
ambiguo a mi entender; y, en especial, al tocho final sobre filosofía hindú u
oriental o como quiera definirse o llamarse. Con todo, pongo énfasis en que me
ha faltado ese factor emocionante.
“Aunque la rosa a mediodía haya perdido la
belleza del alba, la belleza que entonces tenía no deja de ser verdadera. No
hay nada permanente en el mundo, y somos necios cuando pedimos que algo
perdure, pero no cabe duda de que seríamos aún más necios de no solazarnos con
lo que tenemos mientras dura. Si el cambio es consustancial con la existencia,
parece sensato hacer de él una premisa de nuestra filosofía”.
Sea como sea, de ahí mi impresión en que Maughan deja escapar una
oportunidad magnífica a través de esta historia de Larry Darrel, ”la de un hombre profundamente religioso que
no cree en Dios”, en su búsqueda de la felicidad, de Dios, o de sí mismo; pues
también es la historia que, de una manera u otra, todos nos plantearíamos en un
momento de nuestras vidas, en esos lapsos, o detenciones, en los que tanteamos una
determinada e ineludible duda existencial, cierta insatisfacción por la
realidad, acerca de cuál es el verdadero sentido de nuestras vidas; a lo que luego
sería emprender la búsqueda o el viaje espiritual o la dilucidación de la misma
sería harina de otro costal. En el fondo siempre hay un empuje para ser los
protagonistas de nuestra propia historia, de nuestra íntima andanza, aunque se
desarrolle justamente por el filo de una navaja…
Del mismo modo, razonable plantear
cómo esta novela admite una particular aventura del escritor ocasionada por una
crisis de identidad o duda existencial que le llevó a interesarse por la
filosofía o trascendencia oriental. “Nunca
he dado principio a una novela con tanto recelo (…) Este libro está compuesto
con mis recuerdos de un hombre a quien traté íntimamente con largos intervalos,
y poco sé de lo que pudo acontecer durante ellos” De hecho, la frase que
abre esta reseña es la misma que aparece en el frontis del libro, una cita
extraída de los Upanishad Kathara.
No en vano Maugham utiliza la primera persona narrativa más que como recurso
retórico para formar parte del elenco de personajes de la novela, como un
observador omnipresente, como un narrador para unos momentos entresacados de su
propia vida, entremezclados e indistinguibles entre la ficción y la realidad, tales
fueron por ejemplo su existencia en Paris o cuando, a colación, conoció en la
India al maestro hindú Bhagavan Sri Ramana Maharashi.
No he leído otras obras de Maugham, pero espero que el tema esbozado
en esta novela, la de mundos nuevos que suceden a otros en decadencia o, de una
manera más intimista, la de vivir de acuerdo a las creencias personales
manteniendo encendida la llama de la esperanza, tengan una mayor concreción o
recreación, tengan o despierten en mí esa emoción que no he encontrado en este “El
filo de la navaja”, tal vez por los momentos durante su lectura, ese amor que,
por otro lado, se atisba en esta novela y en la mencionada Siddhartha de Hesse.
El amor como esencia del universo, personal y macrocósmico, con independencia de
las clases sociales, la historia, las religiones… en el que convergen no solo
las preguntas sino todas las respuestas.
“El hombre de quien escribo no es famoso, y
puede ocurrir que jamás llegue a serlo. Quizá cuando su vida acabe no deje de
su paso por la tierra señales más profundas que las que un canto arrojado sobre
el río deja sobre la superficie del agua. Si así ocurre, si es que mi libro se
lee, lo será por el intrínseco mérito que pueda tener. Pero también puede que
el modo de vivir que para sí ha elegido y la extraña reciedumbre y dulzura de
su carácter lleguen a ejercer poco a poco creciente influencia sobre los demás
hombres, hasta que quizá muchos años después de su muerte comprendan que vivió
en esta época un hombre muy notable…”
Sinopsis editorial:
“Un hombre, Larry Darrel, mira atrás y no se ve a sí mismo. No está
muerto, ha sobrevivido a la Gran Guerra y ya nada puede ser como antes.
Necesita renacer y encontrarle sentido a su vida. Larry romperá su compromiso
de boda y renunciará a su radiante porvenir en el mundo de las finanzas. París,
la India y el Tibet serán algunos de los escenarios en los cuáles buscará otro
modo de enriquecerse: en sabiduría y en conocimientos, sumergiéndose en nuevas
culturas y espiritualidades. Sin Darrel, la vida continúa en Chicago, en donde
Isabel ha renunciado a esperarle y el crack del 29 amenaza fortunas y sueños de
oro. Novela imprescindible de uno de los autores más leídos del siglo XX. Un viaje
al interior de la condición humana, un testimonio extraordinario que el propio
Somerset Maugham nos cuenta en primera persona sobre la búsqueda de la paz
espiritual y la felicidad de vivir.”
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