“Sólo aspiro a encontrar mi paraíso en la
tierra. Y soy digno de compasión porque es posible que lo haya conocido en
varias ocasiones y no me haya dado cuenta.”
La frase que abre esta reseña pertenece, no sé en estos momentos a
cuál, a uno de los tres tomos que componen las memorias de Terenci Moix, El
Peso de la Paja, y resume cuanto fue la vida, y la literatura, ambas tan unidas
que no podrían desligarse, de este genial y nunca ponderado como merece escritor.
En este segundo volumen, (El Peso de la Paja, 2. El beso de Peter Pan.
Memorias. (Círculo de Lectores, 1993/ Planeta DeAgostini, 2002) encontramos la
encrucijada y su determinación, la clave que inventa a Ramón Moix en Terenci,
el descubrimiento de la identidad que le hizo universal como escritor y el
vínculo cardinal para entender su prodigiosa obra literaria. El paso de aquel
disparatado niño del primer volumen, “El cine de los sábados”, a una madurez en
la que jamás quiso caer, o que aconteciera, con todo su dolor por quien siempre
quiso ser Peter Pan, un niño. En la búsqueda de una identificación personal que
trasciende, a mi modo de ver, lo cultural y erótico, y para significar una
huida feroz a su frustración, de todos los fantasmas por un ideal que no
terminó de aparecer pero que le fue marcando inexorablemente, más en aquel
entorno represivo y adverso de la España de la dictadura, de la censura, de las
perspectivas inalcanzables, de los deseos utópicos en el marco de una
generación ansiosa de libertad. “Sigue la
memoria llenándose de voces que corresponden a la adolescencia de los demás y
apenas a la mía, que son mi testimonio y, en cambio, ya no pueden ser mi
biografía”. Incluso me permito subrayar, en una noción casi sibilina, o
como si Terenci pusiera entonces los puntos sobre las íes de lo que el futuro
impregnaría o acusaría o relacionaría o acomodaría en las sorprendentes ángulos
de su complicada y desafiante personalidad, cómo a éste, a Terenci, no podrá
encasillársele en políticas u otras asumidas concreciones sociales, en esa gris
cotidianidad que emergía contrapuesta a los sueños que encontraba en el cine y
en la cultura; un ejemplo de esto son las atribuciones de los nacionalismos
reduccionistas que vuelven a estar tan de moda en su tierra: “Volvía aquí mi esnobismo invertido: defendía
lo español contra su equivalente extranjero, en cambio supeditaba el localismo
inmediato a la fascinación por la ida artística de Madrid, que las revistas me
presentaban en sus aspectos más atractivos. Yo era la perfecta imagen del
jovencito colonizado y, al reconocerlo ahora, no pienso aceptar el menor
reproche. Bastante hacía intentando edificar mi propia cultura con todos los
esfuerzos imaginables, buscando a ciegas, sin la ayuda de nadie. Sería injusto
exigirme que, encima, aprendiese a ser nacionalista por correspondencia”.
Terenci Moix, inolvidable.
“Me encaminé hacia la nueva posibilidad
embarcado en la idea que me sugerían continuamente mis poetas románticos: “The
eternal spirit of the chainless Mind”, según Byron; el espíritu que, liberado
de cadenas, se interioriza al máximo en la construcción de sí mismo. Nada más
noble pero, al mismo tiempo, nada más difícil, toda vez que debía conseguirlo
partiendo del desconcierto”
Por otro lado, muy personal, no voy a descubrir ahora a Terenci Moix
en mi escritor preferido, lo es. El maestro de una prosa inconmensurable,
inigualable, con un perfecto dominio de la narrativa en un abanico diverso de
registros, innovadora, sorprendente, abarcando desde la nostalgia a la crudeza,
del sufrimiento al humor, de la ironía al desgarro, con un lirismo muy visual y
más por cuanto este se efectúa más allá de los sentidos, o tal vez solo con la
emoción; es decir, una visualización para la que no se necesitan exclusivamente
los ojos, sino el corazón. Rotunda y expresiva más aquí, en este desnudo de su
existencia, en esa batalla inacabable de la memoria, de lo que ya no podrá
recuperarse y experimentarse salvo a través de una nostalgia agridulce, y de la
fugacidad del tiempo. “… la vida es
implacable con los románticos: nos va llenando de cosas que, al final, acaban
ocupando aquel vacío que creímos imposible de llenar”
“El azar del arte actúa al margen de la
voluntad del aprendiz, arrojándolo inesperadamente a experiencias que no
sospechaba. Un libro, una melodía, un cuadro aparecen por sorpresa en el momento
necesario y su impacto actúa de inmediato, pulsando las cuerdas de una voluntad
desprevenida. Nada los anunciaba y sin embargo están ahí, dispuestos a
cautivarnos y a influirnos durante toda la vida. Son las revelaciones que
llegan vírgenes de promoción, nunca impuestas. Es un impacto completamente
libre”
“Entre 1956 y 1962 transcurre, marcada por la soledad y la nostalgia
la infancia perdida, la adolescencia del autor. Al igual que Peter Pan, tampoco
él quiere crecer, pero, incapaz de detener el tiempo, se ve arrojado a un mundo
que se le antoja hostil e inhóspito. Huyendo de éste y del ambiente de clase
media de su entorno familiar y cotidiano se refugia, ansioso de hacerse con el
preciado bien de la cultura, en las lecturas de todo tipo o en los paraísos de
ficción que le procura el séptimo arte, hasta el punto de que su casi obsesiva
cinefilia aparece como la única vía de escape posible para el siempre frustrado
afán de encontrar el amor ideal en el marco de una sexualidad que de forma cada
vez más patente se le revela como distinta.
Su itinerario espiritual discurre además enmarcado en un espacio y
una época muy determinados. Es la España franquista de finales de los cincuenta
y principios de los sesenta, en la que de pronto empiezan a imponerse de manera
patética consignas importadas de modernidad y consumismo y en la que toda una
generación comienza a rechazar el conformismo de sus mayores.
A través de las vivencias del adolescente que fue Terenci Moix
asistimos a los primeros choques de esa generación con la ideología oficial, a
los atisbos de una rebelión que se expresa a través de un lenguaje musical, el
del rock´n´roll, y a la utopía de un paraíso de libertad, cuyo centro
emblemático, para los jóvenes intelectuales y artistas de la época, era la ciudad
de París”
“Por causa de un mal amor -¿o un excelente
amor que se volvió malo por el uso?- yo tenía el alma destrozada, si alma me
quedaba; mi dolor se había convertido en costumbre cotidiana, de manera que
también Atenas tiene poder para hablarme de mis propias ruinas”
El Tiempo, “… el tiempo es mi
enemigo, y el tiempo, para confirmarlo, devora las horas, los días, las semanas
con la misma ferocidad que ha devorado los años”. El Tiempo, “… el Tiempo pariendo un presente que, de
pronto, ya es pretérito de dolor…” El Tiempo, el paso del tiempo, este que impidió
a Terenci Moix ser Peter Pan, el eterno “niño del invierno”, a perpetuarse en
la juventud, mas en una conmoción distinta, por ejemplo, a la del Dorian Gray
de turno; y el cual, por contrario, tiempo que pacientemente, inexorablemente, moldeó
la identidad del escritor. Una identidad ambigua puesto que su búsqueda, o su
encuentro, sucedió tal vez como esos encontronazos tras bordear una esquina,
como ese cambiar de acera cuando no se quiere afrontar la decisión que marcha
por la otra. La homosexualidad, o su reconocimiento, fue muy importante, de
acuerdo, pero no exclusiva en el joven maduro que arrancaba a la vida, y al
igual que cualquier otro combinado que pudiera justificarse en la construcción
identitaria, como la de la sexualidad con la pasión cinéfila.
“Mientras el cuerpo reprime
sus necesidades, el alma se va llenando con los productos más humildes de la
pequeña historia”
El recorrido adolescente por los cines, por las revistas, por los
sueños con los que revestía la grisura de su realidad, por las imágenes que
fueron diseñando su propio imaginario con el que sobrevivir en un mundo que en
todo momento le enfrentaba su admitido fracaso, o acaso todo era miedo. “El miedo a los demás me llevaba a crear
situaciones que me permitían vencerles, superando todos sus méritos. En
ocasiones sucesivas fueron méritos que yo les atribuía, engañado siempre por un
mundo de apariencias que a la postre resultaba falso oropel. Pero en su momento
les creía superiores, me humillaban con su apariencia, luego, tenía que
reaccionar oponiendo realidades que ellos nunca pudieran conquistar”. Las
empatías, el deseo, con galanes, divas, con actores, protagonistas de la
ficción, con tantos modelos que luego esbozaron la vida de sus personajes
literarios; y los que, además, permitieron llenar los vacíos, iluminar las
sombras de determinadas y dolorosas cuestiones individuales, con rebeldía, sí,
y también con una nostalgia profunda y una sensibilidad inquietante. “Un
adolescente gris, destinado a servir y a perder progresivamente el gusto por la
servidumbre” Emotivo y sincero el periplo por aquel Ramón Moix que aspiraba
ser actor, que ambicionaba ser dibujante de comics, que codiciaba engrandecer,
hinchar su frustración hasta hacerla desaparecer con una cultura diligente y abrumadora.
Alguien, procedente de una familia de clase media, que se hizo a sí mismo, que
fue capaz, una vez descubierta su identidad y vida a través de la literatura, del
milagro de la belleza desde el caos de su cabeza, en el desorden de su corazón,
en la indisciplina de sus emociones.
“Y
aunque sentía que mis conocimientos contribuían a hacerme distinto de los
demás, no me importaba porque ya no tenía la menor intención de ser igual a
nadie” Con todo, un ejercicio nada fácil, más ante la magnitud y
complejidad con la que el propio autor la emprende, “¿Cómo transmitir sus cenizas al Niño del Invierno? Siento vértigo al
pensar en esa distancia que él debe salvar día a día, en todo este tiempo que
yo he visto transcurrir. Es largo para él, porque no lo tiene; es corto para
mí, porque lo tuve” Y es que lo pasado, pasado está, con lo cual resulta
imposible, de ahí el titánico esfuerzo y empeño, de volver a suscitar,
recuperar las mismas sensaciones. “Es pasión renovada, por tanto ya no es la
misma pasión”.
“¡Tenía entonces tanta fe en todo -en mí
mismo, en mi capacidad de atrapar el mundo con una sola frase-, tanta fe
acumulada, mientras esperaba que los demás me diesen credibilidad! Y cuando
ellos me la otorgaron, desapareció aquella capacidad de creer en las cosas, que
era, en el fondo, lo más envidiable de la juventud”
Terenci Moix era literatura. Carlos Castilla del Pino, en el Epílogo
de este libro, afirma que “… siempre se puede diferenciar dos tipos de
escritores: unos, para los cuales hay en su vida una parte que ocupa la
literatura; otros, para los cuales la vida parece ser en su totalidad
literatura… Terenci Moix pertenece a esta segunda hornada de escritores…
Terenci es, en vida, personaje literario… resultado de la impotencia,
impotencia para la versatilidad y la adaptación, y que se compensa, para
sobrevivir, en la búsqueda de su identidad y afirmación de sí mismo en un solo
e hipertrófico yo: el yo literario… gracias a la escritura literaria Terenci
Moix logra su identidad, es decir, ser, y a partir de ella la comunicación. Esa
comunicación expandida que es su relación inacabable con el lector… Su vida no
es más, ni es nada menos, que la entrega a su obra literaria.” Su obra literaria es el espejo de su vida,
allí está todo contenido y satisfecho, en sus páginas siempre vivirá Terenci
Moix. “¿Qué hacen mis libros al ingresar
en la memoria? Me enfrentan a mí mismo.” Él, un personaje más de entre
tantos de sus personajes: “He bloqueado
durante años el recuerdo de aquellos tiempos, disimulando con los tientes
inciertos de la melancolía un mundo empapado de gris oscuro. A no dudarlo, me
ha ayudado la literatura: al traspasar a mis personajes mi tristeza he llegado
a creer que no era yo quien la sentía”. Literatura, pura literatura y nada
más que literatura.
“Resulta pasmoso comprobar cómo la mente
juvenil avanza de la fascinación a la crítica, cómo aprende a superar el
deslumbramiento en provecho de la reflexión. Pero no es un paso que se efectúe
sin dejar un trauma destinado a marcarnos para siempre: es la nostalgia por la
maravillosa sensación de aquella primera vez; es el adiós al prodigioso, inexplicable
flechazo cuyo impacto nunca se verá anulado por las ventajas de la comprensión”
“El Peso de la Paja es tanto unas memorias cuanto -como ha dicho
Pere Gimferrer- la historia de una vocación, sustentada en la historia de la
formación de una personalidad… Este proceso de fusión de vida y literatura
acaece a partir de un descubrimiento, el del lugar desde el cual la vida de una
puede convertirse en literatura y en pensamiento y, por tanto, en conocimiento.
En Kierkegaard, por ejemplo, fue la angustia; en Kafka, lo onírico; en Pessoa,
la soledad. Ese lugar es en Terenci Moix la vida erótica.” Unas memorias,
además de lo expresado por Castilla del Pino, en las que el escritor consigue
mitigar su miedo, el dolor tan profundo de unos momentos adolescentes amargos
para él, como todo cuanto moldea la identidad, y también una reivindicación, a
pesar del tiempo homicida, de una dulzura y confortabilidad que ya no volverán
pero que permitieron el hecho de definirse: “El recuerdo, tan inmisericorde cuando sirve para confirmar las heridas
del tiempo, se vuelve dulce no bien mezcla las cosas en una dimensión donde
cada una se revela origen o consecuencia de otras que creíamos olvidadas”
Unas memorias o un monumento a la literatura convertida en vida. “La memoria está llena de libros. Seguramente
pertenezco a la última generación que leyó con avidez y, sobre todo, con
placer. Y sin embargo, ¡cuántas horas consumidas en la asimilación de
sinsabores espirituales que ya sólo cuentan a guisa de aprendizaje! Estaba yo
en la edad precisa en que el alma busca en los libros una respuesta a los
páramos en que se ve sumida. Buscaba autores que supieran plasmar el lado
oscuro de las naturalezas humanas, puesto que así sentía la mía. Llevaba las
alas del pesimismo imprescindible para volar hacia infiernos cuanto más negros
más literarios” Y en una solución de continuidad, de vuelta, el retorno en la
comunicación literaria con el lector, o tal vez en lo de devolver todo aquello
que anteriormente cogió, absorbió, si no para ser feliz, para ahuyentar el
miedo y lograr vivir con emoción. “Necesitaba
devolver a la vida todas las experiencias que le había arrebatado para
desfigurarlas, después, en mis fantasías” Memorias de la literatura.
“Era, como mucho, un empecinado soñador de
la cultura. El más complaciente de sus amantes y el menos autorizado para
propagarla”
Unas memorias indispensables. Un placer literario. Un escritor
admirable, fantástico: Terenci Moix.
“Tuve que enfrentarme de nuevo a la soledad
y, desde ella, busqué muletas en la cultura. No siempre obtuve el apoyo
esperado. Aunque la cultura me servía para evadirme de mi entorno, no
solucionaba en modo alguno mis problemas más acuciantes; si acaso los
complicaba, porque había aprendido a meditar sin perder, con este ejercicio,
mis hábitos de soñador”
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