Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 19 de agosto de 2017

Todos somos Barcelona. Todos somos el mundo

No van a ser estas unas palabras de condolencia ni de dolor por las víctimas del atentado en las Ramblas de Barcelona, por los inocentes de tantas barbaries perpetradas por esos bestias y desequilibrados en nombre de nada, pésames que ya de por sí asumo por bien nacido y por solidaridad. Asumo por afecto, por hermandad y sinceridad. La violencia, el asesinato, no tienen argumentos, solo excusas igual de atroces y alucinadas. Y a estos del azufre del infierno más que del corán adulterado, no quiero tildarlos de terroristas,  de yihadistas... u otros eufemismos que suavizan la síntesis de estar solo tocados del ala (sin acento la aguda) por una ridícula interpretación de una religión según un ridículo dios del que es ajeno muchos de sus nobles creyentes. Darles la espalda, contraponer el silencio al ruido de estos salvajes. Lucha fraternal, nuestra, de todos, callada y rotunda. Insistir en la paz y no en el miedo. Insistir en un ¡basta ya!, de amor contra el odio. Y sin embargo,  por frustración,  por impotencia, por aflicción,  por desahogo, o porque me da la gana, a estos desalmados sanguinarios voy a apelarlos, a descubrirlos en su estupidez y en su estúpida creencia o fe de guerras santas o yihads o de alcanzar un paraíso, yanna, o como los llamen en su locura o desesperación o prozac versiculado. Así que, o bien carburan si acaso con la única neurona no chamuscada y entienden que marchar por la vía más rapida al edén es quitarse de la calle de en medio por voluntad propia y sin necesidad de arrastrar consigo a vidas inocentes, o que piensen y tiemblen en lo que les espera, precisamente, en el periplo circular y escalonado por ese más allá. Y es que son tan cortos de entendederas que no dan margen a la lógica en su absurdo destructivo, pues para llegar a ese supuesto jardín de eternidad hay que ser puro, piadoso, estar sin mácula, sin odio y sin miedos, sin manchas de sangre y sin conciencias agujereadas. Puesto que de no alcanzar ese estado absoluto de equilibrio, llamémosle así, les toca dar a la rueda del purgatorio, o de purgar estas imperfecciones hasta que a través de distintas reencarnaciones, misericordias en orden creciente a sus maldades, logren ser dignos de entrar en el yanna o en el hipotético idílico y megalómano que anhelen. Y con seguridad,  estos asesinos de Barcelona, de París, de Bruselas... aunque se inmolen en sus crímenes como lanzaderas de anormal salvación,  no iran directos al cielo y como se han creído del rebuzno del santurrón de turno y a salvo de arriesgar el tipo, el turbante o los dinares del tocomocho muslin. Estos menguados anormales que solo saben matar volverán a la vida reencarnados, según sus abominaciones, en lo más bajo de la escala evolutiva; tal vez en cerdos, con perdón a estos y por otro grotesco prejuicio de su grotesca interpretación religiosa,  en lo más primario por sus deudas contra la humanidad. En cochinos más que por asesinos por imbéciles supinos. 

Todos somos Barcelona. Todos somos el mundo.

(c) F.J. Calvente


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