Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 19 de noviembre de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Ensayo sobre la lucidez" de José Saramago.

“… pero el ayuntamiento, ése, es de la ciudad, no la ciudad del ayuntamiento”



Tan vigente. Tan alusivo…

 Leer o releer a José Saramago debería estar fomentado por las autoridades ya no solo literarias sino sanitarias, quizás con una pegatina en sus libros como se hace en las cajetillas de tabaco, aunque a la inversa, de algo beneficioso para la salud y en especial de la intelectual. Ironías aparte, “Ensayo sobre la lucidez”, (Punto de Lectura, 2006), es otra de sus reflexivas novelas que abre las conciencias con un singular discernimiento de la realidad; en este caso sobre la política o sobre su uso o abuso o tergiversación por determinados políticos, el cómodo poder y actitud de los gobernantes, tan de malograda actualidad, rígidos, inflexibles a los cambios o lejanos de cualquier vocación de servicio, alertados por una revolución pacífica en la que el pueblo, cansado, desesperanzado, casi por inercia, reivindica la legitimidad de la democracia a través de las elecciones y el peso innecesario de los políticos encaramados a sus propios intereses. “Planteo dudas para avanzar”, según el Nobel portugués. Un “ensayo” analítico y complementario, de continuidad con su memorable obra anterior, 10 años las separan, “Ensayo sobre la ceguera”, con la que asimismo comparte lugar o ciudad y ciertos de sus personajes principales (“la mujer del médico”, “el marido”, “el primer ciego” “el perro de las lágrimas”…); además de la metáfora unificadora en ambas novelas, ese “blanco” o “blancura” personificado en una a través de la ceguera y en esta en el “voto en blanco”.

“He aprendido en este oficio que los que mandan no sólo no se detienen ante lo que nosotros llamamos absurdos, sino  que se sirven de ellos para entorpecer la consciencia y aniquilar la razón,…”

Así, la historia comienza en un día lluvioso de elecciones, en una ciudad que no se identifica (la incertidumbre no despeja la única referencia que se hace a Portugal en todo el libro y de relacionarla con su capital, Lisboa), y en la que una mayoría de los electores, luego aplastante en una segunda vuelta o repetición electoral, decide, libremente, votar en blanco. Ante este hecho inesperado el gobierno, alarmado, sintiéndose ultrajado, en peligro, “una carga de profundidad lanzada contra el sistema”, emprende una serie de investigaciones, para “salvar al país”, tras la búsqueda de una sibilina y agresiva conspiración a la que aquel solo éste ve, y ante la cual toma decisiones autoritarias, represivas, de censura, de estado de sitio, ilícitas; relacionando, ante la falta de confirmación, de seguridad, la victoria del voto en blanco con la llamada “ceguera blanca”, la enfermedad que afectó a todo el pueblo, salvo a la mujer del médico cuatro años atrás… La nerviosidad de los gobernantes contrasta con la impresionante tranquilidad de los votantes, y en especial de cómo la ausencia de gobierno, de policía… no constituye ningún problema para un grado de convivencia mayor, sorprendente y admirable.

“Esas palabras que, probablemente, tal como se le presentaron, nadie las había dicho antes, esas palabras han tenido la fortuna de no perderse unas de las otras, han tenido quien las reuniera, quién sabe si este mundo no sería un poco más decente si supiéramos cómo juntar unas cuantas palabras que andan por ahí sueltas,…”

No sé, ni me atrevería a considerar esta novela como de política o de ensayo político. En cualquier caso, y en esto se basa una buena parte de su genialidad, es un texto que se libera de cualquier eufemismo, incorrecta a posta, deliberada, ponderada. Del mismo modo no debe entenderse según una semblanza pesimista, resignada de la realidad, al contrario: muy alusiva, reivindicativa del poder del pueblo, de la sensatez de la democracia, y de la que, paradójicamente, atribuye en uno de sus protagonistas, el ministro de justicia, cuando afirma: “el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado”. No obstante, Saramago o “quien esta fábula viene narrando”, no apoya el voto en blanco de manera decidida, simplemente plantea esa alternativa ante la deriva en la que ha caído la política por el adulterado uso de algunos políticos profesionalizados o institucionalizados y auspiciados por el poder económico: “Sufro la manía de mirar qué hay detrás de las cosas y digo lo que todo el mundo sabe: la democracia es un sistema bloqueado, vigilado. Tenemos todas las libertades, pero estamos dentro de una burbuja. En las elecciones podemos quitar a un gobierno y poner a otro, pero no podemos cambiar el poder. El poder real es el económico y es el Fondo Monetario Internacional quien determina nuestras vidas”, para añadir: “Los políticos prefieren la abstención al voto en blanco, porque para la abstención pueden encontrar todo tipo de explicaciones. Se ha dicho que yo quiero destruir la democracia y eso es una estupidez. El voto en blanco es absolutamente democrático”.

“… llamemos la atención de la gente con el paralelismo entre la blancura de la ceguera de hace cuatro años y el voto en blanco de ahora,…”

A modo demostrativo, informativo, este ficticio triunfo del voto en blanco narrado por Saramago, tuvo un antecedente real en las elecciones argentinas de 1957 cuando, en un intento del poder imperante de silenciar, de prohibir cualquier referencia al peronismo, de no dejarlo participar en la convocatoria electoral, Perón llamó al voto en blanco desde el exilio, con tanto apoyo que resultó vencedor en las urnas. No es exactamente a lo contado por Saramago, pero sí en cierto modo concerniente.

“… lo incomprensible puede ser despreciado, pero nunca lo será si se encuentra una manera de usarlo como pretexto.”

Sea como fuere, ahí está el mensaje, o la reivindicación o protesta o decisión de votar en blanco. Una opción tan válida como cualquier otra en unas elecciones democráticas. Una opción, o una decisión, tan libre y soberana como la de votar a un partido determinado o de no hacerlo; aunque precisamente los partidos políticos se lleven las manos a la cabeza por esta actitud a la que no puede entender ni justificar puesto que atenta contra su dogma y provecho. Votar en blanco no es lo mismo que la abstención. Votar en blanco supone participar, ir a votar, no votar a ninguna opción política porque ninguna acapara la ilusión, la inquietud, la esperanza del electorado. Votar en blanco no es desinterés, no es dejadez, no es apatía, no es irresponsabilidad… Votar en blanco, pues, es el mayor instrumento que acapara y arroja el inconformismo de los ciudadanos para expresar que las cosas deben cambiar y que el sistema “democrático”, vigente, no atiende a los intereses primordiales de la colectividad, de la sociedad, de la convivencia ciudadana.
De ahí que para el poder dominante, el sistema consensuado e impuesto por ellos, ratificado por el poder económico, este voto en blanco e inclasificable, sea tan peligroso, y a que los partidos preponderantes, en defensa de su realidad, lo ataquen calificándolo de antidemocrático o antisistema. Quiero incluir aquí una consideración o una experiencia personal, fruto de un hecho real. En unas elecciones autonómicas, en España, un político lleno de sentido común, de alma ciudadana, nos dijo a los interventores de una mesa electoral que el vencedor de esas elecciones andaluzas, contra todo pronóstico, era… (se sabe), puesto que Braulio Medel, a la sazón Presidente o “Vicario” de Unicaja Banco, ya lo había decidido. Así fue.

“Que no lo oiga el diablo, señor ministro, El diablo tiene tan buen oído que no necesita que se le digan las cosas en voz alta, Entonces que dios nos valga, No vale la pena, ése es sordo de nacimiento”

Políticas aparte, la narrativa o metanarrativa de Saramago es claramente perceptible en este “Ensayo de la lucidez”, de su poética novelística intensa, fuerte, inconfundible, tan personal, de texto compacto hasta en su más alta expresión y obsesión, de diálogos intrínsecos en la narración, de descripciones sucintas, abstractas, direccionadas en el mensaje, en incentivar la reflexión antes que cualquier identificación o ventaja en la trama y en sus personajes. Estilo Saramago. Estilo Saramago, además y según él, dentro de las características de la fábula. O en esta fábula que, con independencia de sus singularidades, de lo artificioso de su argumento, encumbra una verdad que el lector asume como revelación, de lo que tiene que llegar indefectiblemente. Antes comenté que no sabía, que no me atrevía a calificar esta novela de política, y me reitero en ello. Porque también es una novela de intriga (con homenaje a Chandler inclusive), de una intriga política acaso, pero en cualquier caso intelectiva, postrada a los principios, a la lucidez de la justicia y de la razón.

Aullemos, dijo el perro” es el epígrafe que abre “Ensayo sobre la lucidez”. Más: “Es como una patada, una muestra de indignación, de protesta", en contra del mal funcionamiento de la democracia”, afirmó José Saramago. Una novela imprescindible, magistral, de una vigencia pasmosa, necesaria, iluminadora.

“… en toda verdad humana hay siempre algo de angustioso, de afligido, nosotros somos, y no me estoy refiriendo simplemente a la fragilidad de la vida, una pequeña y trémula llama que en todo momento amenaza con apagarse, y tenemos miedo, sobre todo tenemos miedo,…”



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