Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 22 de diciembre de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "No soy un monstruo" de Carme Chaparro.

Todos llevamos un monstruo dentro, al que solo le falta un empujón (a veces solo un empujoncito) para salir a devorar el mundo”



Para muchos afortunados entramos en un periodo de vacaciones henchido de frivolidad, glotonería, simulaciones y de buenos propósitos que no resisten siquiera su mero enunciado. Sea como sea, también es un tiempo propicio para, en primer lugar, buscar esa tranquilidad insospechada y dedicarse, sin términos ni urgencias, a lecturas que entretengan y entusiasmen; y si este requisito, por cierto morbo despechado de la liviana y distorsionada esencia de estas fechas, lo acapara una buena novela policíaca, oscura, negra, intrigante, cruda, inteligente… pues entonces hasta consolaría el hecho de no haber sido agraciado con la lotería, de aguantar a propios y ajenos, y ya que el recurso de la salud resulta huero y empachoso. En este ambiente vacacional y bajo estas premisas, la “opera prima” de la conocida presentadora de televisión, Carme Chaparro, “No soy un monstruo” (Espasa, 2017) acogería y elevaría estas pretensiones. Tanto llega a ser la adicción a esta novela, tanta es la transgresión a cualquier límite impuesto por el lector y según la trama en la que se ven envueltos sus personajes, que en estos momentos desaconsejaría su lectura en el último día del año, y por si se olvida, absorbidos indudablemente por la lectura, de tomar las uvas y brindar por el nuevo año. Avisados quedan.

Sinopsis editorial:

“Si hay algo peor que una pesadilla es que esa pesadilla se repita. Y entre nuestros peores sueños, los de todos, pocos producen más angustia que un niño desaparezca sin dejar rastro.

Eso es precisamente lo que ocurre al principio de esta novela: en un centro comercial, en medio del bullicio de una tarde de compras, un depredador acecha, eligiendo la presa que está a punto de arrebatar. Esas pocas líneas, esos minutos de espera, serán los últimos instantes de paz para los protagonistas de una historia a la que los calificativos comunes, «trepidante», «imposible de soltar», «sorprendente», le quedan cortos, muy cortos.

Porque lo que hace Carme Chaparro en No soy un monstruo, su primera novela, es llevar al límite a sus personajes y a sus lectores. Y ni ellos ni nosotros saldremos indemnes de esta prueba. Compruébenlo.”

Carme Chaparro ha escrito una muy buena novela policíaca. Novela que le valió el galardón del Premio Primavera de Novela 2017, y aunque, para mayor mérito de la autora y sin excusas en su fama televisiva, se presentó bajo pseudónimo. A esto alude el siguiente fragmento: “Como a toda persona medio famosa, hacía años que las editoriales me perseguían. Escribe, escribe, escribe. Te damos el argumento, me decían algunas. Te damos las ideas que quieras, me decían otras. Te ponemos a un escritor que te ayude, me propusieron también. Yo sabía —para qué nos vamos a engañar— que no me perseguían solo porque supiera contar muy bien las historias, sino porque querían aprovechar la fama que me daba la tele. Para vender más libros, claro. El mercado literario está así de jodido y si eres famoso, vendes más. Da igual lo que hayas escrito”. Una novela que ya desde sus primeras páginas, (quienes tengan hijos pequeños comprenderán el terror de que uno de ellos desaparezca en un santiamén de nuestra mano), el horror atrapa, desarbola y deja indefenso al lector en una angustia desesperada por pasar páginas, en una intriga palpitante por dilucidar al monstruo, para sentirse protegido, hasta que llega el alivio y la emoción en un final igual de irresistible y fascinante.

Quizá las desgracias ajenas nos hacen pensar que nuestra vida de mierda no es tan mala. Además, la piedad siempre conjuga con la soberbia

Una muy buena novela policíaca, de impecable estructura narrativa, de historia verisímil y llena de giros sorprendentes que la hacen muy dinámica, intensa, fácil de leer, con un perfecto manejo de los tiempos, y de una sutilidad inesperada. Cincuenta capítulos contienen su argumento alternado entre las dos protagonistas principales, dos mujeres correctamente perfiladas y aunque no profundizadas: Inés Grau, la que narra en primera persona, periodista, madre, acaso un lejano alter ego de la autora, y la inspectora jefa Ana Arén, independiente, decidida, tremenda, y en torno a las cuales, también como esta última a través de un narrador omnisciente, pivotan el resto de personajes: Laura, Joan, Nori, Sam, Patricia, Jesús, Richi... Unos personajes, además, con los que llegan asombrosos momentos en los que parece se pasan la pelota por ser y no ser el malvado, quién o no el monstruo, para solo dilucidarse el enigma en unas últimas páginas,
como marcan los cánones, frenéticas. Encontramos una primera parte con un ritmo más pausado, por establecer alguna divisoria con lo que vendrá después, en la que se perfilan los universos personales de los protagonistas, los antecedentes de Slenderman, ese monstruo mítico de las redes y al que se asocia el secuestrador de niños. El acento de la historia adquiere en su mediación un grado que se hace cada vez más implacable en sus giros, sospechas, acción, al que se engancha irremediablemente el lector hasta no dejarlo ni en un colofón que retoma el principio, como ya he escrito, trepidante y excepcional donde todo se desvela, todo se anuda, y si bien el hormigueo continúe por más tiempo y en otras lecturas.

Por supuesto, la novela es tan buena que se la perdona, quizás por ser el primer relato de la autora, digresiones aquí y allá, gustos propios de la escritora, recursos manidos o tópicos del género, que no encajan del todo, que hubieran sido prescindibles, que poco o nada aportan al conjunto, pero a los que, ciertamente, no se les tiene en cuenta por la intensidad que Carme Chaparro logra insuflar a la narración. Y es una buena novela por esa dimensión de terror, de desasosiego, de inquietud que construye en sus ritmos descriptivos, en los diálogos, en la ambientación de dos mundos aunque disparejos tan cercanos, el del periodismo y el policial, y que no la hace decaer en ningún momento, con un carácter visual y realista estremecedor.

No hay que obviar el mensaje de la novela, o los distintos enfoques no necesariamente policíacos: la responsabilidad de la maternidad, los malos tratos infantiles, los miedos transformados en patologías, el morbo por las desgracias ajenas, las nuevas tecnologías, el agresivo sensacionalismo en el mundo periodístico y editorial, incluso en el propio contexto policial, de las pérdidas y los traumas, la amistad y la confianza… es decir, nadie está libre de ser en un momento determinado un monstruo.

Los adictos la miraban embobados. Enganchados a esa historia como yonquis a la heroína. Cerraban los ojos por pudor, pero también para disfrutar más, concentrándose solo en el fluir de la droga por sus venas. Yo también, la verdad. Quizá por eso las reuniones de ese tipo tenían siempre tantos asistentes, porque las personas necesitábamos cada día nuestro chute de desgracias ajenas. Somos adictos al dolor de los demás. ¿Era yo también así? ¿Me hacía falta el dolor ajeno para sentirme bien? ¿O quizá para trabajar?

Un thriller psicológico perfectamente hilado, con una intriga tan bien cosida que sus puntadas complejas o contradictorias, llenas de incógnitas sobre el tapiz, cobran un sentido extraordinario justamente al final. He disfrutado mucho con esta novela cruda y humana de Carme Chaparro. Me ha sorprendido su solvencia narrativa. Una novela, para estas fechas navideñas y para cualquier otra, muy recomendable.

Doce horas en una celda le hacían a uno un poco más receptivo. Hay que dejarlos madurar, Ana, tienes que dejarlos madurar antes de ir a sacarles el jugo -le decía siempre el comisario Bermúdez-. Que se cuezan en su propia conciencia. Y los que no tengan conciencia, que se cuezan en su propio miedo. Y a los que no tengan conciencia ni miedo los cueces tú


jueves, 21 de diciembre de 2017

INVIERNO...



Hoy es 21 de diciembre de 2017, mirad la hora... sí,  son las 17:28, hora oficial peninsular. Así que, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional (Instituto Geográfico Nacional dependiente del Ministerio de Fomento), empieza el invierno. Bienvenido invierno. Hasta el 20 de Marzo de 2018 esperan 88 días y 23 horas para vivirlo o, de acuerdo a su esencia o expectativa, para reflexionar en el alcance de nuestras vidas, sepultar lo innecesario para engendrar el germen adecuado para otros renacimientos en primavera. 

Nos espera un cielo matutino  dominado por Marte, Júpiter y Saturno, y el vespertino por Urano, al que se unirá Venus a mediados de febrero. El día, o mejor en la noche del 31 de enero, tendrá lugar un eclipse total de Luna que, de mediar en mi caso la fortuna por algún juego de azar (¡pero mete, hijo, mete!), sueño grato o proyección astral, veré en Asia, Australia o Norteamérica, a elegir. Ojalá. Y si no entonces, allá por el 15 de febrero tendré otra oportunidad,  otro eclipse, esta vez parcial y de Sol, visible en la Antártida y Sudamérica.

Solsticio. Solsticio de invierno. Suena a magia, a ritual, a arcanos misteriosos. Lo son, y lo es. El día más corto, seguido de la noche más larga. O acaso la metáfora concretada en el triunfo de la oscuridad sobre la luz. Ahí queda. Y a partir de estos momentos, conforme a lo suscrito, que cada cual haga de su capa un sayo, o lo que le venga en gana. 

La noche más larga.

No voy a resistirme a la reflexión, a esta mística o pensamiento esotérico. Me agarro a la cola de la anterior alegoría, en su punto de inflexión o la realidad indiscutible del triunfo del solsticio: las noches se iran haciendo cada vez más cortas y los días más largos… O acaso, bajo una perspectiva más mítica, asistimos a la eterna batalla entre la oscuridad y la luz, el mal y el bien, nuestras dos naturalezas confrontadas y del mismo modo compenetradas, indivisibles, como la oscura matriz de la noche ante la lanza penetrante del día. La luz que nace y vence a la oscuridad. Este invierno, pues, permitirá, para quien quiera, busque y consiga, ver la dimensión de la luz, del conocimiento, del aliento vital, de asumirla y entenderla, apreciarla, una vez experimentada la oscuridad absoluta.

El invierno o el período oscuro hacia la luz. Porque todos somos un compendio de luces y sombras. Porque si no conocemos y aceptamos nuestras sombras, jamás veremos la luz, la propia y única. Hoy quizás sea el mejor momento para comenzar, para procurar esta comunión intrínseca. La reconciliación interna. El encuentro con la luz desde o tras el trayecto tenebroso donde perdonamos, nos perdonamos, soltamos lastres, prejuicios, juicios y resentimientos, para si no volar, avanzar, caminar, seguir adelante en la vida. 

Pero hoy 21 de diciembre, segundos antes a estas 17:28 horas, también hemos dicho adiós al otoño. Este otoño cada vez más esperado y cada vez más inesperado, inédito, fugaz y desapercibido. Este otoño del que año tras año incide sobremanera en la melancolía, paradójicamente, la savia que fluye por sus arterias como los nervios en el envés de las hojas ocres y caídas en suelos que en ocasiones lloraron la escarcha. Una melancolía, sin embargo y de ahí la paradoja, escrita por su misma ausencia. Adiós ya otoño, y perdona porque, aun aguardándote, no te había visto llegar. Adiós otoño. 

La fotografía, tomada entre Ruedo Alameda y plaza del Barrio San Francisco de Ronda, refleja, destila este controvertido y doloroso sentido de un otoño que con su brevedad nos lega la maldición de las resignaciones ante los poderes que maniatan las existencias. Una riada de otoño, un desagüe de sangre y hojas caídas, un estertor sorprendente y tendido en la piedra, en la calle, achicado por una fuerza más poderosa e inclemente que su naturaleza o del grado exánime de su supervivencia. La dignidad de la tercera estación, la estación de la poesía y de las almas, arrastrada en una avalancha sutil de sus pentagramas; empujada, arrojada, barrida y despedida por el ímpetu feraz del invierno, en este extremo que empieza hoy a la otra esclavitud que sobre el otoño impuso el estío. La trágica fuga o huida del otoño tras un lecho muerto y profuso de hojas. 

(C) F.J. CALVENTE. 

domingo, 17 de diciembre de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "A cielo abierto" de Antonio Iturbe.

“He logrado el sueño de cualquier niño: hacer que los juguetes sean verdaderos y que la verdad sea juego”



Con seguridad, “A cielo abierto”, (Seix Barral, 2017), del escritor y periodista cultural Antonio Iturbe, no aparezca en las listas de los mejores libros del año, y a pesar del galardón del Premio Biblioteca Breve 2017. No voy a entrar en esto y como pueda suponerse de los intereses que todo lo dominan, lo dirigen y adocenan, y los que, por supuesto, no son excepcionales al mundo editorial. Sin embargo, para mí este libro ha sido una de mis lecturas preferidas del 2017 e incluso de años anteriores. Y todo porque me ha hecho sentir, imaginar, entusiasmarme, disfrutar de las novelas de aventuras con trasfondo histórico, de un género literario con sus énfasis sorprendentes en los viajes, las intrigas, los desafíos y escenarios sugerentes; de recordar, con sus lógicas distancias, a Dumas padre, Verne, Haggard, Rohmer, Tolkien, incluso Boussenard o Mayne Reid o Chandler, y por supuesto Salgari o Stevenson; el goce del trayecto narrativo a través de unos bellos escenarios desdoblados en universos exteriores e interiores, más allá de personajes como el autor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry, o de los comienzos de la aviación comercial o postal y luego en la Gran Guerra, de la épica, sino por el gusto de una literatura amena y bien hecha.

“Sabe que el autor tiende a mostrarse condescendiente con sus palabras; ningún padre consiente tanto a sus hijos como un escritor malcría a sus frases. Todas le hacen gracia aunque sean estúpidas, todas las ve hermosas aunque sean grotescas. Pero al final hay que ponerse serio. Algunas frases sirven y otras no. El escritor es un agricultor que siembra sobre una tierra en blanco”.

Sinopsis editorial de “A cielo abierto”:

“Francia, años veinte. Sólo los mejores pilotos son aceptados en Latécoère. Entre los elegidos están Jean Mermoz, Henri Guillaumet y Antoine de Saint-Exupéry, tres heroicos aviadores que abrirán las primeras líneas de reparto de correo en rutas inexploradas. Ninguna distancia es demasiado extensa para ellos, ninguna montaña demasiado alta: las cartas deben llegar a su destino. Cuando aterrizan, afrontan las turbulencias de la vida en tierra en un siglo partido por las guerras.
A cielo abierto cuenta las increíbles proezas de tres grandes amigos que marcaron la historia de la aviación, y es, además, un homenaje al autor de El Principito, un escritor inolvidable que supo ver la realidad con ojos de niño.
Antonio Iturbe ha escrito una novela apasionante gracias al cuidado equilibrio entre la acción trepidante y la sutil emotividad proyectada por la mirada de Saint-Exupéry sobre el mundo, a la perfecta caracterización de los personajes y a la ambientación tanto de los salones parisinos y los círculos literarios neoyorquinos como del universo que rodeó a aquellos legendarios aviadores. Una celebración de la esencia de la literatura en un relato de amistad, de sueños imposibles, de amor y pasión, del placer de volar y descubrir, desde el cielo, un planeta hermoso cargado de misterios.”

“-Están ustedes completamente equivocados. Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”

Porque “A cielo abierto” triunfa como ejercicio biográfico, como novela, como mensaje trascendente o psicológico, como historia de amor… Triunfa en la dificultad de hacer posible varias novelas, o varias tramas, y fundirlas en una sola. Formidable Antonio Iturbe, por su riesgo, por su prosa poderosa y fluida, por garantizar el interés, el entretenimiento a lo largo de toda la extensión del libro, y, al final, se quede tan corto, se requiera más. No en vano, una historia tan extensa, 624 páginas la recoge, no se hace en ningún momento lenta o tediosa. Todo por el talento de su autor en marcar los tiempos narrativos de manera precisa, por una escritura pulida, plagada de bellas frases ocurrentes en diálogos naturales, de metáforas notables, ajustadas, de poéticas descripciones que realzan el contexto histórico recreado tras un meritorio proceso de documentación, y aun así sencilla. Esta novela, diga lo que se diga, funciona. Funciona en sus diversos ámbitos, funciona y maravilla, y la que trasciende ese formalismo de la consideración del jurado del Premio Biblioteca Breve: “la cuidada recreación de la figura de Antoine de Saint-Exupéry y el tratamiento de la épica de los primeros años de la aviación civil francesa en una novela de arriesgadas aventuras con un fiel trasfondo histórico”.

“La verdad está sobrevalorada. Es triste. Tal vez deberíamos inventar algo que sea mejor que la verdad”

Porque “A cielo abierto” logra, incluso para mí y supongo que para quienes no les ha importado la historia de la aviación, ni comercial o bélica o recreativa, sumergir al lector en sus pormenores, y a que aprecie las vidas de dos personajes que superan la historia para aproximarse a la mítica: Tonio o Saint-Exupéry, el escritor de “Correo del Sur”, “Vuelo nocturno”, además de “El Principito”, libros de los que conocemos el contexto en el que se elaboraron, en el que se escribieron; y el piloto Jean Mermoz, amigos y figuras legendarias de la aviación o pioneros de la aviación comercial. “Ya nadie se ríe de la pretensión de la Aeropostale de establecer líneas aéreas civiles que vuelen de noche. Algunas compañías de otros países incluso empiezan a considerarlo. Hay quienes lo ven como un camino de sufrimiento que traerá más accidentes y más tragedias. Otros lo ven como un paso firme hacia el futuro de la aviación comercial que está naciendo. Ninguno se equivoca”. Y no nos cuesta nada, al contrario, seguirlos por todo el mundo, por Francia, Siria, Nueva York, Casablanca, Brasil… amar sus romances exóticos, condescenderlos en sus contrariedades y alegrarnos de sus heroísmos y sueños.

“Los escritores tramposos crean personajes perfectos: exageradamente felices y heroicos, o exageradamente desdichados y vapuleados. Escriben historias para un teatro de marionetas. Creen que los personajes les pertenecen, pero los personajes sólo pertenecen a la propia historia”.

Porque “A cielo abierto” también la hace grande sus escenarios, exteriores e interiores, y los personajes de los que con anterioridad se ha hablado: Mermoz, tan seductor, comprometido, idealista,  arrebatado, voraz; o Tonio-Saint-Exupéry-Iturbe, tan soñador, enamorado, escritor; y a entre los que incluiríamos a Henri Guillaumet, el otro piloto leal, sincero, responsable. Los pioneros de la aviación comercial. Memorable por otro lado la alusión y peripecias de los dos amores de Saint-Exupéry: el fracasado y platónico primer amor con la caprichosa Louise de Vilmorin, y el perturbador matrimonio con la salvadoreña Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña, con su liberalidad sorda (me encantó la escena de la declaración de matrimonio). “No lo invitaron y eso le ahorró a Tonio un mal trago. Hace tiempo que todos los tragos le saben a flores muertas, como si se bebiera el agua de los floreros. Durante semanas, deambula por las calles con zapatos de plomo. Sus bolsillos están agujereados. Ha de escribir de nuevo a su madre para que le adelante algo y eso lo pone aún más melancólico. Camina y camina sin un propósito definido, con una vaga esperanza de que al doblar una esquina todo cambie. ¿Y si al doblar la siguiente calle sucede algo? No sucede. Pero ¿y si ocurre en la siguiente?”. Protagonistas con los que el lector empatiza muy bien, los que por su caracterización resultan tan cercanos, más en sus caracteres personales que complementan entre todos con habilidad y enriquecimiento, y a los que constituye un placer acompañar en sus diferentes periplos por tierra, mar, y sobre todo por el aire, volando el desierto infinito, las cordilleras elevadas o el mar inmenso, junto con sus anécdotas, enamoramientos, pasiones, supervivencias extremas, accidentes, rescates, tormentas, guerra… detalles que entretejen la novela desde 1922 hasta 1944, ya en la Segunda Guerra Mundial y en la que Saint-Exupéry desaparece durante una misión de vigilancia aérea de las tropas hitlerianas en el valle del Ródano, antes de la toma del sur de Francia por parte de los aliados.

“Olivier, no debes sufrir por mí. Piensa que un piloto que muere en vuelo llega al cielo antes. ¡Ya tiene la mitad del camino hecho!”

Porque “A cielo abierto”, a través de su marco histórico, a través de sus personajes míticos entregados sin fisuras a sus sueños, a su vocación, a sus amores, a su sexualidad, a sus pensamientos, a través de una acción muy visual y descriptiva, nos trasmite un mensaje sincero, alentador, de vivir la vida en plenitud, de reivindicar las pasiones sobre la uniformidad y grisura de lo
cotidiano. Un gran mensaje vitalista, idealista, y que no deja de ser anecdótico, o según su perspectiva, por tejerlo y entregarlo a los lectores desde las alturas, en los tránsitos por el cielo, en aviones, entre las nubes; y fundamentado en el valor de la amistad, en el compromiso y responsabilidad por el trabajo, la abnegación, en dar rienda suelta a los héroes internos en su conquista de la realidad, de la vida que hay que vivirla en su más alta expresión y sensación. De hecho, este mensaje permite la identificación y deleite con la lectura de esta bella historia.

“Le preguntó a Mermoz si era feliz. Se volvió hacia él como hacia siempre, mirando a los ojos con esa seguridad suya que intimidaba: “¡Por supuesto que no! Eso sería una tragedia. Si eres feliz, ya no queda nada que perseguir”

Porque “A cielo abierto” es un relato diáfano, llano, con esa particularidad difícil de hacerlo fácil y por esto meritorio, de hacerlo más sugestivo y cercano por la diversidad de su trama, de su pensamiento. Con un estilo donde domina la frase simple, pero sensitiva, visual, a través de un narrador que parece susurrar con calidez y detalle la historia al oído del lector. Por esto resulta tan ameno, tan rítmico y vitalista.

“Porque quiere creer que la historia de la humanidad, si es algo, es un nudo de relaciones”.

Porque “A cielo abierto” es una novela que hay que leer, ya no solo por sus fantásticas aventuras, por su historia, por sus personajes y escenarios, por sus dimensiones interiores, sino porque durante su lectura, durante su placentera lectura, descubre el lector en su interior quien le gustaría ser en verdad o aquel con el que apasionaría vivir la vida. Tal vez el propio Saint-Exupéry lo describe a la perfección de esta manera: “¿Quién es uno mismo? ¿El ser social con cascabeles cosidos a la ropa que uno agita cuando se relaciona con los demás o el ser silencioso, enroscado hacia adentro, en que nos convertimos cuando nos quedamos solos?”. Una novela muy recomendable.

“¡En la eternidad sólo mueren los relojes!”
“Tal vez deberíamos preocuparnos menos por la muerte y más por la vida”
“-El cuadro no vale nada. Sólo es una tela con algo de pintura barata. Es su manera de mirarlo la que lo hace valioso”
“Todo escritor lleva dentro un vanidoso, con diferentes grados de cortesía y disimulo”

“Escribir es una consecuencia. ¿Cómo va a escribir si antes no vive”