Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 16 de mayo de 2018

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Un andar solitario entre la gente" de Antonio Muñoz Molina.


“Soy no lo que pienso o recuerdo o imagino sino lo que van viendo mis ojos y lo que escuchan mis oídos, el espía en la misión secreta de percibirlo todo, de coleccionarlo todo”




Escribir todo y de todo, sin juicios ni reflexiones, sin premeditación, en un solitario andar pertrechado con un lápiz, un cuaderno, la grabadora del móvil, y con suficientes bolsillos y retentiva para recoger las palabras e imágenes de las calles, los papeles, publicidad, las conversaciones al aire, los insólitos encuentros, y reanudar los antiguos pasos de famosos literatos y artistas. Esta es la propuesta de Antonio Muñoz Molina en “Un andar solitario entre la gente” (Seix Barral, 2018), una novela que no lo es y quizás un ensayo pero tampoco. Si en verdad hubiese algo en el que encuadrar este texto “que reconstruye los pasos de los grandes caminantes urbanos de la literatura y del arte que han querido explicarse la época que les ha tocado vivir”, sería el collage. Un collage, al fin y al cabo, de lectura difícil, ora confusa, ora indisciplinada, de reconocida osadía, de notable singularidad, que presenta el desorden, el desmán de una realidad que supera, por tanto, a la ficción, y en la que nos sentimos extraños. Con todo, un placer literario.

“Llevo conmigo mi oficina ambulante, mi oficina de los instantes perdidos, de los titulares y los anuncios recortados o copiados, de los cuadernos escritos a lápiz de la primera a la última página, intercalados con recortes de periódicos diarios, de folletos de publicidad o de revistas de modas, ilustrados por siluetas, eslóganes y palabras sueltas que pego en las páginas interiores, en la cubierta, en cualquier espacio libre”

Sinopsis editorial:

“Un andar solitario entre la gente es la historia de un caminante que escribe siempre a lápiz, recortando y pegando cosas, recogiendo papeles por la calle, en la estela de artistas que han practicado el arte del collage, la basura y el reciclaje —como Diane Arbus o Dubuffet—, así como la de los grandes caminantes urbanos de la literatura: de Quincey, Baudelaire, Poe, Joyce, Walter Benjamin, Melville, Lorca, Whitman… A la manera de Poeta en Nueva York, de Lorca, la narración de Un andar solitario entre la gente está hecha de celebración y denuncia: la denuncia del ruido extremo del capitalismo, de la conversión de todo en mercancía y basura; y la celebración de la belleza y la variedad del mundo, de la mirada ecológica y estética que recicla la basura en fertilidad y arte.

«Me gusta la literatura que me trastorna y me embriaga como vino o música, que me saca de mí, que me fuerza a leerla en voz alta y a favorecer su contagio, que me explica el mundo y me pone en pie de guerra con el mundo y me refugia de él y me revela con la misma vehemencia todo su horror y toda su belleza.»

“Un andar solitario entre la gente”, es un errático paseo por New York, por Madrid, por París y también Lisboa, o solo se infiere que puedan ser estas ciudades como sorprendentemente ninguna. Es una mirada y auscultación hacia atrás pero vividas en el presente, en la actualidad con sus tecnologías y destierros; acompañando a grandes escritores, Thomas de Quincey, Charles Baudelaire, Fernando Pessoa, Allan Poe, James Joyce, Walter Benjamin, Herman Melville, García Lorca, Walt Whitman…, o artistas como Tichy, “solo renunciando a todo podía hacerse invulnerable al chantaje de que le quitaran algo”, con los que el cronista o escritor se siente identificado por su también desconfianza, por su agotamiento en universos inéditos de hartazgos. Una mirada novedosa, atrevida, tan singular y tan poco circunscrita que incluso aquel, el narrador que no parece ser quien es, se rebela como un solitario paradójicamente rodeado de gente; o rodeado por un aluvión de reseñas y comunicaciones que acumula sin criterio, en el que nadie repara, y del que tal vez busca nada más que pergeñar si no su historia, la de un mundo que quizás sea igual de excesivo e impasible al que asimismo recorrieron aquellos escritores y artistas de ayer.

“En Ibiza fuma opio con un amigo alemán. La habitación en la que fuman tiene una ventana con una cortina que se mueve en el viento. Benjamin inventa la palabra “cortinología”. Dice, en la ensoñación del opio, que la cortina es la intérprete del lenguaje del viento”

Y de tanta acumulación de letras e imágenes, de voces y anécdotas, por la que, casi resignados, acompañamos al autor o narrador en su dificultoso fárrago de fragmentos, al final, nos sentimos consumidos como él, cansados, extraños aun por ciudades de las que creíamos conocer; y sin saber fehacientemente si su trabajo de recopilación, si nuestra lectura atenta y ardua, pero placentera, han merecido la pena, han tenido algún sentido. Sin embargo, en sus letras rezuma o revive un sentimiento de felicidad por este quehacer, por esta vida, y nos anima, pues, a seguirlo.

“Era preciso encontrar metáforas nuevas para contar lo que hasta entonces no había existido”

La lucha épica frente a un mundo tan comunicado y relacionado en el que el hombre, la humanidad, en contraste, se ha trasformado en frágiles islas aisladas y cerradas, individuales. En un mundo a la deriva, el desconocido narrador, el emboscado autor, sin énfasis ni dispendios, se conjura contra esta situación de la única manera en la que cree posible si no de revertir las cosas, no hace falta, a que adquieran un sentido, acaso una necesidad, o un puntal de felicidad: a través de la “deambulogía” o “topobiografía” (“El ideal de la Deambulogía es estudiar un texto literario y deducir de él, de manera constatable, la estatura, la edad, la salud, la forma de andar de quien lo produjo, por usar un término satisfactoriamente académico”), contándolo todo, lo propio y lo ajeno, lo vivido o soñado, lo visto u oído, lo leído o espiado, lo excéntrico o lo romo, lo bello o lo sórdido, “parecen mucho, dobles posibles o heterónimos”, en definitiva acopiar la esencia de un mundo por el que pasamos indiferentes con literatura, con una literatura vital basada en una absurda prolijidad de voces, anuncios,
Causa melancolía lo que se queda inacabado, pero lo muy acabado y completo puede dar horror”; como esa frase de un paseante anodino a la búsqueda del Grial del poema único, quien le dice aquello de “el gran poema de este siglo solo podrá ser escrito con materiales de desecho”. Y esta es la síntesis de esta novela o ensayo o collage escrita a lápiz, “Escribir a lápiz es como hablar bajando la voz”, una búsqueda del sentido de un mundo, de una sociedad, que ha perdido, como “Proudhon en los últimos cuarenta y tantos años. Dice: “El bienestar sin educación embrutece a las personas y las vuelve insolentes”…”, la voluntad de crear imaginarios y de vivirlos. El notario de una entidad perdida y buscada en sus restos.

“Yo buscaba una música de palabras que fuera al mismo tiempo la de la poesía y la del habla cotidiana y la de los anuncios y los periódicos y las revistas de moda y los mensajes eróticos y las profecías del horóscopo: una música transparente que se respirara como el aire y que sin embargo nadie hubiera imaginado ni escuchado nunca”

Un atrevido libro que no es una novela ni tampoco un ensayo, fragmentario, sin argumento, de capítulos interrumpidos y encabezados por frases publicitarias, un enorme collage salpicado por retazos de auténtica belleza en los que un narrador desorientado recorre las calles de unas ciudades actuales pero que bien pudieran ser las de ayer, aislado en un mundo extraño y en sí conocido. “Dice James Joyce que los hechos futuros proyectan una sombra anticipada sobre el presente. El pasado que pudo haber sucedido imprime una sombra parecida sobre lo que vino después. En ese espacio-tiempo conjetural es donde habitan los fantasmas, asomándose con caras borrosas detrás de un telón, cruzando de incógnito por los lugares en los que pudieron haber vivido” Un libro raro, difícil por su enredo, pero al mismo tiempo con el que se está satisfecho; por una lectura interesante donde se reconoce al gran Muñoz Molina, por su audacia, estilismo y vitalidad, por su ironía e inteligencia, y en la que, si no ya por la animación de seguir las biografías de los autores que menciona, no solo por esto, ha hecho al lector pasarlo muy bien. Una obra recomendable.

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