Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 25 de septiembre de 2018

Alejandra Pizarnik


Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar.” Incluso llegar a la situación extrema, e irreversible, la de ir al fondo de los fondos y terminar allí con todo. Tal día como hoy de 1972, a los 36 años, Alejandra Pizarnik, una portentosa poeta, no sé si la última poeta maldita, se quitó la vida ingiriendo 50 pastillas de Seconal.


“En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.”


Dejó de ser un signo de interrogación para ser metáfora de unos puntos suspensivos, sobrecogedores, revulsivos e hirientes, como fueron sus versos, como fueron los últimos que en una pizarra dejó escritos:

no quiero ir
nada más
que hasta el fondo.



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