No
deja de sorprenderme, o no dejo de sorprenderme, de los inesperados hallazgos que
me brinda la pequeña calle Gallarda del Barrio San Francisco de Ronda, más en
estas fechas, en unos atardeceres en los que se aprecia va a suceder algo, algo
extraordinario y apartado de lo habitual. Allá, tras el coqueto desfiladero
inmobiliario, atravesada calle Torrejones, acompañado de una esquina del
convento de las Hermanas Franciscanas, sentí mi cuerpo confundirse en el
incendio de un crepúsculo de Otoño.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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