Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 31 de octubre de 2018

«LUZ PARA LOS MUERTOS»



Muertos. Ese vacío de la pared, la frontera con el otro lado... Muertos. No. Solo estáis muertos cuando ni el peso de vuestras lápidas ocupan un lugar en la memoria; cuando vuestro recuerdo se diluye como una hoja en blanco, tan fría e impoluta como los mármoles que nada más sostienen, acogen todo lo que no fuisteis, lo que no hicisteis, cuanto imaginasteis y no buscasteis. Algunos hoy tendréis flores, qué importa si por Todos los Difuntos, Todos los Santos, Halloween o Samhain; flores de vistosa generosidad, para henchir la presunción de los vivos, vivos entre los vivos o muertos en vida. El dispendio floral en competencia con el vecino, con el que taparán vuestros nombres, unas cifras, este insignificante remedo de eternidad, en una deuda cada vez más liviana entre quienes resisten con lo que tienen o con lo que no consiguieron perder, ni olvidar. El vacio acaso plano de la muerte, de unas historias ocultas en libros bajo el peso de la noche. Muertos. ¿Qué entonces? Reminiscencias más o menos detalladas, más o menos intensas. Luz. La luz que acabo de prender con estas letras, las que os mantendrá vivos; y con las que yo, a los que aquí quedamos, en este lado, servirán para no querer también sepultar la parte de unas vidas que se fueron con vosotros. Luz para los muertos. La luz que durará siempre, mientras se encienda con un cabo de cobijo y añoranza. Luz, la que bastaría ardiera cuando esta noche callen las campanas, el silencio grite tinieblas entre el rumor de la lluvia y un carraspeo de la cercana tormenta, cuando el luto lo cubra todo y el miedo haga aparecer los fantasmas en la oscuridad, como un reflejo, el fulgor de estos relámpagos en las platas y dorados de los epitafios, en uno o en todos los libros manchados de la humedad de unas lágrimas o de desidia, en un desconchón de la pared, y en un rastro huidizo de  pisadas del gato. 

© F.J. Calvente.

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