Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 22 de noviembre de 2018

"Ristras de ajos"

"... Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabolica, in nomine et virtute Domini Nostri Jesu+Christi, eradicare et effugare a Dei Ecclesia, ab animabus ad imaginem Dei conditis ac pretioso divini Agni sanguine redemptis..."





No será necesario ponerse tan grave, así de enfático, envarado o arrodillado o redicho y casi rozando el ridículo, la vergüenza ajena, la locura murmurada, con o sin crucifijo en ristre, las sagradas escrituras con el virgen celofán del estreno, la ampulosa letanía, las tinieblas, y usar este fragmento o texto entero del ritual del exorcismo de León XIII; con toda la parafernalia ocultista, tremendista, espeluznante, acaso por un quítame de allá esas pajas, ese supuesto mal de ojo, o aquella malaventura que solo puede proceder, instigada por un espíritu o demonio o de la mucha fanfarria de algún fantasma próximo, de los de carne y huesos y con mala leche y amparado quizás por la misma sábana, la misma máscara que oculta su propósito y adentro, quien acostumbra a poner la existencia, siempre la del otro, un poco cuesta arriba o bastante y abocada a un pozo oscuro e incierto.

No hace falta una escenografía sensacionalista y terrífica, pues cualquier problema, si se le quita el miedo, ya no lo es tanto, más pasajera la cosa o adversidad o contrariedad en su intensidad o desolación que fuese. Más cuando subiendo por calle Torrejones, u otra calle u otro contexto real o ficticio, hoy o una de estas mañanas comprometidas con las rutinas, observas con interés, o con esa curiosidad que acostumbra a estar adormecida, narcotizada o encallecida por los anteriores compromisos con una cotidianidad gris y uniforme, y miras la reja de la ventana de un caserón ya viejo, olvidado, todavía rezumante de gratos recuerdos, expectante por encima del portal adintelado. La ventana diáfana, exteriorizando su intimidad, su secreto, a un techo raso de bovedillas y, especialmente, a unas ristras solitarias de ajos colgadas de un gancho y a uno de los travesaños vistos del baluarte, la cruz negra de las vigas de hierro del tejado. Rosarios de ajos, el ajo, como remedio, como protección al problema, maldad o infortunio, o tal vez la excusa con la que esconder la cobardía, la responsabilidad o decisión que la valga.

Paras y ves a los ajos puestos a secar, las más o menos diez cabezas por cada uno de los haces atados con un cordel fino o con esa soguilla de las matanzas o de unos trompos que se extinguieron con una inocencia superada o defenestrada. Roto el lugar, desvelada la oscuridad, vulnerada su sequedad por el frescor de temprano, la amanecida que aún se destensa de unas legañas otoñales.

De qué sirven exorcismos tan complejos y penosos cuando resulta tan sencillo disponer de un ajo, del Ajo (el Allium sativum de las fiestas dedicadas a Hécate, dejado en las encrucijadas como sacrificio a la Diosa) el vegetal extraordinario cargado de sulfuro de alilo, este que lo mismo protege el organismo, el cuerpo, con su manigua de propiedades (facilita la digestión, estimula el sistema nervioso, depura los bronquios, elimina la mucosidad, es antiséptico, antibiótico, diurético, antibacterial, antiviral y antimicótico, perfecto contra las alergias o los parásitos intestinales o la hipertensión o venenos varios, o desde la Edad Media para combatir la peste, el cólera, o como afrodisíaco, cicatrizante, o...) que al igual protege, conjura con magia y tradición al maleficio, el hechizo, encantamientos, brujerías varias, mal de ojo, maldiciones, desgracias, o para realizar limpias, rituales... casi todos placebos, o en definitiva a un problema acrecentado por el miedo. Y no tanto por el azufre que contiene el ajo, que también.

Allí arriba, tras la enrejada ventana que lloraba el rocío, como un lazo soberbio e imponente, sientes el poder protector de los manojos de ajos, como las legiones de marineros que los llevaban en sus embarcaciones para protegerse de los naufragios, como los soldados en el medioevo para regresar sanos y salvos después de la batalla, como en esta casa que aun vieja, deshabitada, melancólica, cumplía con su arcana función de cerrar el paso a la iniquidad, a la envidia, incluso a la desolación, a los humores negros, ruinas, o al terror de su inesperada presencia.

Se insistirá en su poderío, en su salvaguardia física o espiritual, corpus et animus, en su sencillez y extraordinariedad; y es que, contra la fatalidad o solo imperfección, donde llega un buen ajo que se quiten latines, exorcismos oscuros y beatíficos, o vade retros decimonónicos a vampiros clásicos, góticos o jolivudienses. 

Ver la ristra de ajos y acordarse del más potente grimorio, del más absoluto ritual, de la pócima prodigiosa y el divino talismán regenerador del cuerpo y del alma, o de sanar ésta para curar a aquel, indispensable, sencillo, efectivo contra las grisuras de los días, el dolor de las añoranzas, la malevolencia circunstancial, o por tanto e insoportable y recalcitrante politicucho que anteponen al servicio, al bienestar común, el interés propio, de la bandería, con hipocresías, odio y hostilidad, o cualquier otro denominador fatalista que se señale. Sea como sea, se tomará aplicada nota de este, de la siguiente poción o fantástica vianda:

 Ingredientes:

- Mandrágora de siete días plantada en calabazas negras, o mejor 4 tomates de ensalada.
- 4 dientes de ajo o si se prefiere higadillos de tricornio joven.
- Unas gotas de jugo de sanguijuela. Vale aceite de oliva.
- Colmillos triturados de serpientes emplumadas. Vale sal a discreción.
- Cenizas quemadas de muérdago recogido en el crepúsculo de San Juan. Vale unos pellizcos de pimienta negra.

Preparación:

Se lavarán primero y se secarán la mandrágora o los tomates, troceándolos sobre una fuente grande o un plato generoso que resalte la prodigalidad.
Luego se pelarán los ajos y se filetearán bien finos, repartiéndolos por las rodajas de tomate.
Se regará todo con abundante aceite de oliva.
Por último, se salpimentará, espolvoreando por encima, con donosura, y se dejará reposar unos minutos para que marine un poco antes de servir; o en el tiempo necesario para ir por la cerveza, al bar o a la nevera, bien fresquista, con las que acompañar, puesto que serán varias, al perfecto manjar y si no protector contra toda energía negativa, reconfortante por su placer y pausa. Que aproveche. Salud.


“RISTRAS DE AJOS”

 © F.J. Calvente

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