Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 5 de julio de 2018

"Todo muere"

Quizá por la proximidad del medio siglo, porque el día se ha presentado así de metafísico, de incertidumbres existenciales o espirituales o del más allá cuando el más acá está tan irresuelto, tan precario, he echado mano de mi íntima discoteca, de las canciones que se van soldando a mi personalidad, o incluso la condicionan, en los tiempos, los espacios, y los sentimientos, para rescatar y disfrutar esta “Everything Dies” (“Todo muere”), correspondiente al quinto álbum, “World Coming Down” (1999), de la banda de gothic/doom metal, Type o Negative, en el que su líder, fallecido a los 48 años, Peter Steele, acaso el prototipo del Übermensch o súper hombre que buscaba Nietzsche, se mostraba más humano, más accesible a temas como Dios o la muerte.

"Estoy buscando algo que no puede encontrarse, pero tengo esperanza / Sigo soñando con mi padre -aunque murió / Mi madre está muy enferma -quizá muera / Aunque mi pequeña está bien -ella morirá / Sigo buscando a alguien que ya se fue - apenas puedo continuar / Ahora me odio a mí mismo -ojalá muriese / ¿Por qué? -oh Dios te echo de menos / Te echo de menos de veras. / Todo muere -todo muere / No, no, no, no."


Morirá hasta este día con sus reminiscencias filosóficas en torno al tánatos, o uno de “los disfraces de la muerte” como definió Sciacca, y en el que volveré a recurrir a Epicuro para seguir su ejemplo y no preocuparme de estas abstracciones.


martes, 3 de julio de 2018

"De lo mucho en lo poco"

No soy Epícuro para afirmar que "el que no está satisfecho con un poco, no está satisfecho con nada", máxima que sostengo y subrayo y comparto con la foto y experiencia dichosa que ilustran estas letras. En la que nosotros tres, Mari, Antonio y yo, en la mejor compañía, en este un "poco" discurrido por unas cuantas tardes doradas del estío, en unos momentos del atardecer, o de tímida bienvenida de la noche, de los que ya escribí dotados de una bella ausencia o abandono, tras el esfuerzo recompensado  de la recolección de cerezas en Pujerra, en los primores verde azulados del Valle del Genal, nos entregábamos al fluir, como el agua lustral del Nacimiento cercano, de un "poco" de la vida; sentados a la puerta del Bar Los Curritos de Igualeja, acogedor y confiable, frente a unas cervezas, unas risas, algunas confidencias, sin que nos desbaratara el rumor de los partidos del Mundial de fútbol, algún coche que pasaba, la algarabía de los pájaros en su ordenado caos, alguna sorpresa difusa, y degustando unas avellanas, por supuesto con cáscara, unas aceitunas aliñadas, y las tapas de lomo probablemente más ricas del mundo. Allí, junto a la iglesia de Santa Rosa de Lima, en la influencia de la taberna, la honesta amabilidad, la sencilla calma húmeda del pueblo, con este "poco" vivaz encontrábamos la satisfacción de lo mucho, la felicidad de lo suficiente, la conjura por la reiteración mañana, y despiertos para siempre con el recuerdo de unas gratas sensaciones que dormían la nada. De lo poco que para nosotros tres, satisfechos, suponía tanto, o lo mucho.

(C) F.J. Calvente. 


domingo, 1 de julio de 2018

"Esta ausencia de hace un poco"

No terminaba de acostumbrarse a estas antesalas del atardecer, no quería, no quería perder la sorpresa, la excepcionalidad del momento, acaso su magia. Con todo, hoy, el vacío de la tarde, el silencio o la calma inalterable, los abismos planos, se ideaban más dilatados, más empeñados en la escurridiza irrealidad, como la ausencia malva que teñía el tránsito hacia el enmascaramiento de la noche. Oyó a Julio Cortázar en la sinuosidad de un viento extrañamente fresco: "Hay ausencias que representan un verdadero triunfo". Sonrió, cerró los ojos, llenándose los pulmones con otro triunfo de la vida.

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "El asesinato de Laura Olivo" de Jorge Eduardo Benavides.

“Lo único para lo que no hay una pauta que valga, Colorado: el ser humano”



Me voy a permitir una excepción, o un desahogo, o algo que llevo en las tripas y que necesita salir para dejar sitio a lo que verdaderamente importaría y que no es otra cosa que mi reseña de la novela de Jorge Eduardo Benavides, “El asesinato de Laura Olivo” (Alianza Editorial, 2018). Y es que, tal vez en el desconsuelo de un consuelo, huero e inconsistente pero apurado, necesitado (pudiera haber escrito venganza aunque ni se ajustaría al tema y ni siquiera serviría de intención), estoy satisfecho que una parte de mi dinero rapiñado por la usura bancaria, apremiante, atosigante, desesperante y desoladora, la de las losas hipotecarias y otras rapacerías de guante blanco, sirva para financiar, por ejemplo, el Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones que en su XIX edición ha galardonado a esta obra del autor peruano; y más por la calidad de la misma, siendo considerada por el jurado “una intriga muy bien sostenida en el canon clásico de la novela negra, que sitúa al lector en un punto de vista desconocido del mundo literario, donde se entremezcla la parodia y la crítica”. Una novela policíaca muy bien estructurada, marcando cabalmente los tiempos, los giros, la acción, con una prosa eficiente, poderosa, cuidadosa, que lleva en volandas el interés del lector desde la primera hasta la última página.

“Los premios no estaban dotados del dineral que reparten ahora y que se los conceden a presentadores de televisión, personajillos soeces de la farándula y mamarrachos cuyo mejor valor es ser fotogénicos”

“Colorado Larrazabal es un expolicía peruano negro, de origen vasco, que ha abandonado su Lima natal tras haberse enfrentado a un caso de corrupción en la época de Fujimori.
Sobrevive en Madrid, en el barrio de Lavapiés, haciendo trabajos ocasionales para el abogado peruano Tejada, también expatriado, y mantiene una relación sentimental semi-clandestina con una joven marroquí, Fátima.
Tras resolver el secuestro del padre de Fátima a manos de unos delincuentes de poca monta, su casera le encomienda ocuparse del caso de su sobrina, una joven periodista a la que todos los indicios señalan como única sospechosa de la muerte de una célebre agente literaria, Laura Olivo, con la que estaba viviendo un tórrido romance.
Mientras Larrazabal se adentra para su investigación en el mundo de las agencias literarias y en el lado menos amable del ambiente editorial, el lector se asoma a un entretenido fresco de escritores reconocibles y desencantados, novelas perdidas y ambiciones frustradas.
Larrazabal es un buen policía y sufre la perplejidad que le causa un mundo complejo en el que se siente desplazado y donde a veces lo que no vemos está justo delante de nuestros ojos. Personajes verosímiles, diálogos ágiles, ambientes reconocibles, una sutil ironía y una estructura muy bien construida llevan al lector con mano maestra de sorpresa en sorpresa ofreciéndole también materia para la reflexión. Como en los mejores clásicos del género.”

No importa, incluso se los espera, la tentación o la innovación o el matiz en los propios clichés del género negro, pero J.E. Benavides logra que estos, además de colorear la trama, funcionen con una cadencia vigorosa. “Los egos inflados casi siempre son inversamente proporcionales al talento de quienes los detentan”. Desde su protagonista, “El Colorado” Larrazábal, quien comparte no pocas de esas peculiaridades clásicas, un negro peruano de ascendencia vasca, singular, justo o de moral intachable, con su libreta donde recoge el maremágnum de la investigación y en la que, tras asir el hilo lógico, encuentra la clave del crimen, hasta unas mujeres con personalidad y decisión como la novia marroquí Fátima, o las que dirigen el competitivo mundo editorial por el que transcurre la historia; incluso con las miserias y grandezas de los escritores que aparecen y de los que, como es el caso de Marcelo Chiriboga, un personaje ficticio de Carlos Fuentes y José Donoso, o de Jorge Edwards, dotan al relato de un punto de originalidad en las pautas tradicionales del estilo.

“… así como todo en el universo estaba conectado, así todo estaba conectado en el universo del delito, y que, por tanto, no había ninguna pista, por pequeña e insignificante que pudiese parecer, que no fuera digna de seguirse, ni ninguna relación de la víctima, por alejada que pareciera a simple vista, que no estuviera mínimamente emparentada con el caso”

Personajes que abren la narración, que la matizan y desarrollan y la hacen ágil, atractiva, vertiginosa, con conseguidos diálogos y descripciones muy visuales no solo del ambiente multicultural del barrio de Lavapiés de Madrid, sino de otros escenarios más sofisticados en torno a la investigación criminal y el de la biografía del detective negro Larrazábal del que esperemos haya nuevas entregas en el futuro. Una investigación que nos ofrece un cuadro muy conseguido del drama o tragicomedia del mundo editorial o del libro, de sus agentes, escritores o comerciales, de sus injusticias y humanidades, de sus escándalos y reconocimientos… “el negocio era bastante arduo y colocar a un autor sin trayectoria era más difícil que enjaular un trueno”.

“… a veces tenemos la verdad frente a nuestras narices y no podemos verla. O a veces, simplemente, no queremos”

En definitiva, una magnífica novela policiaca con la que hacer más agradable estos tiempos detenidos, el bochorno de un verano que acaba de empezar, de incluir a su autor en la lista de escritores a seguir por su elegancia e imaginación; y de felicitar, sea con un brindis al sol, el acierto del certamen literario patrocinado por un banco que igual nos ofrece a diario otro thriller negro, nervioso y malo. Una novela recomendable.


““Salvo en las novelas de detectives, nadie mata por venganza pasados unos años”, le advertía siempre el comandante Carrión.”