Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 19 de octubre de 2018

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Los ojos del perro siberiano" de Antonio Santa Ana.

“No lo sabía en esos años y no estoy seguro de estar en lo cierto ahora, pero sospecho que uno se hace lector para completar lo inacabado. Para completarse.”



La perfecta novela, o cuento largo, para leer en unas pocas horas en estas tardes de lluvia, recogidas y veladas, idóneas para que la reflexión aflore de manera casi inconsciente, reveladora. “Los ojos del perro siberiano” (Grupo Editorial Norma, 2010) de Antonio Santa Ana, no es una novela, o un cuento largo, exclusivamente para adolescentes, no; ya desde su primera frase: “Es terrible darse cuenta que uno tiene algo cuando lo está perdiendo”, nos hace atestiguar que a lo largo de la vida no nos encontramos indemnes a su expresión. De hecho, esta afirmación condiciona el peso de la historia, de esta muy buena historia, no tan desgarradora como parecería aunque bastante conmovedora, la que con independencia de sus referencias (edad, cultura o prejuicios sociales), susurra cómo la muerte nos puede cambiar el sentido de la existencia, lejana o cercana o aquí a través del testimonio de un joven que primero anhela y luego se aferra, próximo el fin, a cuánto le fue vedado en su vínculo y relación con su hermano Ezequiel; de cómo la mirada de un perro, Sacha, la hermosa metáfora, llena de vida a éste mientras, por una terrible enfermedad, se le va inexorable y con tanto por vivir; y la que, al fin y al cabo, ayuda a aquel, al hermano menor y narrador de este bello relato, a admitir y también llenarse con su memoria. Tras su lectura, y aún al escribir esta reseña, repaso sus letras, cavilo en los convencionalismos, la intolerancia, el amor y la belleza; o conforme a la cita de entrada de Tabucchi, en que la literatura tiene que provocar desasosiego.


“Nos quedamos un rato en silencio, envueltos en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté:
- ¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel?
Apoyó las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la mano. Luego la vista y dijo en un susurro.
- Hay cosas de las que es mejor no hablar.”


Hay cosas de las que es mejor no hablar”. Eso creen la madre y el padre de Ezequiel. Pero su hermano menor quiere saber qué pasa, entender por qué Ezequiel está enfermo y por qué hay una parte de la familia que eligió abandonarlo. Los pocos encuentros entre los hermanos, a veces a escondidas, renovarán ese vínculo y darán forma al legado fraternal hecho de libros, música, un perro y una crítica conjunta a la tradición familiar.”


“En la literatura hay una gran tradición de viajes, no me refiero a los espaciales ni a los de piratas, sino a esos viajes que los protagonistas realizan para volver al mismo lugar pero transformados”


Un joven cuyo nombre desconocemos, de San Isidro (Buenos Aires), quien está a punto de viajar a Estados Unidos, recuerda el tenso clima familiar cuando, con 5 años, su hermano mayor, Ezequiel, de 18 años, se marcha de la casa tras una violenta discusión con los padres. La razón de esta ruptura se le oculta hasta que consigue enterarse de que su hermano tiene SIDA. Entonces, los hermanos se encuentran, ajenos a la familia, a los prejuicios sociales, y traban una profunda relación, fraternal, en torno a diversos temas e inquietudes, de cultura, arte, realidad, amor, animales, música...  hasta que la muerte los separa físicamente pero continúan unidos en el recuerdo y mediante un perro de raza siberiana, Sacha, que tanto ayudó a Ezequiel a sobrellevar la decepción, el miedo y la desnudez ante la última hora. “Los únicos ojos que me miran igual, en los únicos ojos que me veo como soy, no importa si estoy sano o enfermo, es en los ojos de mi perro. En los ojos de Sacha.” La narración se aleja de cualquier dramatismo sobre la enfermedad, incidiendo sin más en su mensaje, en la lección que encierra, “Ninguna enfermedad te enseña a morir. Te enseñan a vivir. A amar la vida con toda la fuerza que tengas. A mí el Sida no me quita, me da ganas de vivir”, en la perspectiva unificada con los otros, transversal en unos personajes emocionales, diáfanos, trasparentes.


“Todos los muertos están solos. Todos.”


“-Tal vez lo bueno de los abismos sea –concluyó la abuela- que se pueden hacer puentes para cruzarlos”


El libro, corto, de breves capítulos, está escrito en primera persona de forma sencilla, traslúcida, pero capaz de hacer llevar al lector hacia honduras impactantes, sentimentales, lo que posibilita una lectura resuelta, ligera, y un efecto duradero de reflexión y por supuesto emoción.


“… el hombre necesita del misterio como del pan y el aire, necesita de las casas embrujadas, de las personas innombrables, de las calles sin retorno que hay que esquivar.”


Un hermoso libro, conmovedor, expresivo, sincero y sencillo, muy recomendable.


“Eran miles las cosas que no podía entender, lo único que sentía era que había algo que no encajaba en el mundo. Y que ese algo era yo”

jueves, 18 de octubre de 2018

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "La fuerza de un destino" de Martí Gironell.

“Dean exprimía el presente para que nunca muriera”




Con “La fuerza de un destino” (Planeta, 2018), la novela de Martí Gironell galardonada con el Premio Ramón Llull 2018, encontré todo cuanto eché en falta en una novela anterior, “Mi pecado” de Javier Moro, reseñada en (http://fjcalv.blogspot.com/2018/06/libros-que-voy-leyendo-mi-pecado-de.html), un decepcionante e insulso collage sobre la actriz Conchita Montenegro que triunfó en Hollywood y al igual, de ahí la referencia y comparación, aunque en el mundo de la restauración, de otro español, Ceferino Carrión; pero aquí en una semblanza dinámica, atractiva e interesante, muy bien desarrollada narrativamente, con una visualidad cinematográfica oportuna y agradable. Este es un relato, asimismo, de lo que podría ser ya no solo la realidad del sueño americano, sino un mensaje para los sueños de todos, los que solo se concretan creyendo en ellos, con disposición y trabajo, con fuerza para cambiar el destino o concebirlos, precisamente, en una historia de película.


Sinopsis editorial:


“Con veintiún años, Ceferino Carrión huye de la gris y asfixiante España franquista en busca de aires nuevos, por lo que embarca en un buque desde Le Havre con destino a los Estados Unidos. En Nueva York cambiará de identidad y se convertirá en ciudadano estadounidense como Jean Leon. Su peripecia vital lo lleva hasta California, donde su espíritu emprendedor y una serie de golpes de suerte lo sitúan a un paso de la gloria, junto a las estrellas de cine a las que admira y de las que se convertirá en amigo y confidente.
Con James Dean planea abrir La Scala, un restaurante que, a pesar de la muerte prematura del actor, se convertirá en un referente en el Hollywood de los años cincuenta y sesenta y que contó con clientes habituales como Paul Newman, Warren Beatty, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor o los Kennedy.
Con una vida de película, Jean Leon demostró que, con sacrificio y esfuerzo, los sueños, incluso el de elaborar su propio vino, están al alcance de la mano.”


Porque fue un sueño, o un sueño americano quizás, el del cántabro Ceferino Carrión quien, con poco más de veinte años, al igual que miles de europeos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se lanzaron tras la consumación de sus objetivos hacia la seductora Norteamérica. El protagonista, de una España franquista en blanco y negro y sin perspectivas, maniatada, retrógrada, huye a una Francia más proclive, y de ahí, como polizón en un carguero, con frío y hambre, era la octava vez que lo intentaba, alcanza Estados Unidos donde pronto comienza a forjar su destino, a perseguir su ideal: primero como taxista y cuando en uno de sus servicios, Frank Sinatra y Ava Gadner olvidan algo en el vehículo que Ceferino les devuelve más tarde, en gratitud se le ofrece y acepta un puesto de camarero en el prestigioso local de Sinatra, Villa Capri, donde conoce y mereció la amistad de Natalie Wood, Robert Wagner o un Paul Newman de quien dijo que de no ser por él jamás hubiera llegado al actor que fue. Extraordinarios golpes de suerte (y es que la suerte la consigue quien la busca y arriesga) para el conocido Jean Leon, nombre adoptado para burlar su búsqueda como desertor en España, labrándose un futuro prestigioso en la restauración y codeándose con glorias del celuloide norteamericano, como el malogrado James Dean (actor que aparece en la portada de la novela) con quien inició el proyecto del restaurante La Scala en Beverly Hills, y por el que pasó lo más granado de las figuras del momento: Marylin Monroe, Gary Cooper, Lauren Bacall, Clark Gable, Elizabeth Taylor, J. F.Kennedy… Con todos Jean Leon tenía un trato personal correcto, íntimo, receptivo, el perfecto confidente, y una carta gastronómica insuperable, como el famoso plato “mostaccioli Natalie”, en honor a Natalie Wood. Tras un viaje a Vilafranca del Penedès, decidió elaborar su propio vino, el Cabernet Sauvignon Jean Leon, el  que tiempo después se convirtió en uno de los caldos más considerados del mundo, el mismo vino elegido para la cena de investidura como presidente de los EEUU de Ronald Reagan, también amigo, en la Casa Blanca.


“Y cuando los dos descubrieron que habían elegido Hollywood para empezar una nueva vida, se sintieron más cercanos, más aliviados y, de alguna manera, menos solos en aquella ciudad tan abrumadora”


La labor de documentación de Martí Gironell sobre Ceferino Carrión-Jean Leon ha sido impecable, si bien en la novela chirríe un poco el enorme salto entre el antes y su devenir en los Estados Unidos. Por otro lado, resulta meritoria la descripción, viva y fascinante, de la época, de los contrastes de la sociedad americana, con un hábil manejo de los incentivos que aportan las anécdotas, en el ambiente gastronómico, vinícola, o el sentimental destacado con la muerte de James Dean que tanto conmovió y deprimió al protagonista, o la última cena de Marylin Monroe.


“La fuerza de un destino” es una novela histórica, o de época, sugerente, entretenida, que narra la historia de un hombre que consiguió cumplir su sueño; y con quien, con su ejemplo, hacernos entender que siempre es posible perseguir y consumar los deseos. Un libro recomendable.



“-¡Todos hacemos política! Aunque no nos damos cuenta –sentenció-. Hacemos política constantemente en nuestra vida y con nuestras decisiones, porque toda la política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros”

martes, 16 de octubre de 2018

"Cristales rotos"

"Que llueva, que llueva,
la virgen de la
cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan,
¡que si!
¡que no!
que caiga un chaparrón,
con azúcar y turrón,
que rompa tus cristales y los míos no" 

(Días de agua. Detalle de una ventana de cristales rotos en calle Empedrada, Barrio San Francisco de Ronda)