Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 21 de abril de 2019

'Pascua de Renacimiento"


No han procesionado Cristo Resucitado y Nuestra Señora de Loreto, o sólo han salido un poco, tal vez para cerciorarse de un cielo lechoso que rumiaba amenazas de lluvia y con las que estrujaba las nubes y había mortificado las incertidumbres en torno a la salida. Por esto, mientras Él ojeaba su Casa entre ecos de aplausos, apagados tañidos de las campanas, un oleaje de rumores apocados, no dijo, ni nadie Le oyó, el habitual mantra: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?", su Palabra de confiar en Juan 11:25-26, pintadas en el vaho de este espejo de Pascua. Él callaba, sin embargo, más quieto aún en su gesticular, ni su nueva túnica blanca oscilaba con un leve soplo de agua, arriba en su altar portado por jóvenes costaleros, como un navío reflotado con restos de sus viejas maderas, acaso desarbolado por los años y por antiguas tormentas idénticas a la acaso en ciernes que impedía iniciar el itinerario penitencial y la llegada a puerto.

Cuando recuperábamos la templada resignación por la triste y decepcionante circunstancia, observadores de la nostalgia, los pasos de costaleras y costaleros, tras salir con el ya distintivo alarde de heroicidad de la iglesia del Espíritu Santo ("¡Esa cruz, por Dios, que se engancha al dintel de entrada!" "¡Ese flanco izquierdo de la Virgen, que se nos va!"), andaban gráciles, acompasados, perfectos hacia la primera "revirá" de Las Imágenes, bajada a Ruedo Alameda, los bellos contrastes con la muralla, extraños en sus mecidas sin música, en su silencio incómodo y clamoroso, para que Sor Nieves lo quebrara con un histriónico y voluntarioso cántico de alabanza junto a un coro de Hermanas Franciscanas, a continuación remontaba Torrejones, larga "chicotá", Empedrada, y todos a por una bendecida flor del paso, del símbolo de la resurrección o del seguir viviendo, si los voluntarios de Protección Civil lo permitían o bien estabas en el listado de los elegidos, ya en su encierro en la Casa Hermandad.

En los momentos en que Él entraba, tras una ultima mirada al firmamento y con gesto agradecido a los presentes, dejó caer en un tono sentencioso y con inflexiones de esperanza, no unos versículos de los evangelistas, sino unas oraciones de "Los paraísos artificiales" del "letraherido" Baudelaire o de tal manera me hizo sentirlo ("-Así de simbolista decadente se pone el Hijo del Hombre cuando su misma providencia contraria a su voluntad", excusó la más bella entre las Madres en su advocación de Loreto):

 "Revivía en él toda su vida anterior, según dice, pero no por un esfuerzo de la memoria, sino como presente y encarnada en la música; y su contemplación no era ya dolorosa; toda la trivialidad y la crudeza inherentes a las cosas humanas estaban excluidas de esa resurrección tan misteriosa, o fundidas y ahogadas en una bruma ideal, y sus antiguas pasiones se hallaban exaltadas, ennoblecidas y espiritualizadas." 

Tras otros estremecimientos, ruegos en sordina, y un hormigueo de afinidad muy adentro, renovado, fue una opción la de desandar los otros pasos para desayunar en El Puntillas, café negro y tostada con aceite, sintiendo con fuerza como el Barrio, de San Francisco, ejemplarizaba la más alta alegoría de la vida, una igual para todos, la vida que era una serie de muertes y resurrecciones.

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