Lo siento por mi amiga Paqui Ben-Mizzián, pero no puedo, ni quiero sustraerme a esa idea estrecha, casi neurótica, sí, a la voluntad obsesiva, la aptitud intrusiva o la actitud invasiva de lo que ella definió, me definió como un empecinado "barrista"; es decir, no de alguien que por su etimología sea un artista de circo que trabaja en la barra fija o un gimnasta que realiza ejercicios en las barras paralelas (risas), sino a cuanto tiene que ver con mi desproporcionada ligazón y fijación por mi Barrio, de San Francisco, como "leitmotiv" de mi literatura (con todo el respeto por la palabra y sus usos); y con esto, según ella, para la lúcida poeta, gracias miles, abrir mis límites, extender la mirada hacia otros escenarios susceptibles de acaparar la emoción, el ritmo, acaso musical, de unas letras con las que aspiraría a esbozarlos y situarlos. Como decía, por ahora me resulta imposible o poco probable extender, ampliar, los iconos de mi inspiración o el espejo de mis conmociones. «Lo que a mí me interesa -alego a Haruki Murakami- es que determinado paisaje real se funda con la idea que yo tengo de ese paisaje. Fitzgerald lo hizo con Nueva York, Dostoievski, con San Petersburgo; Chandler, con Los Ángeles. A mí me gustaría lograr el mismo efecto con Tokio»... Y a mí, esa fusión de idea y creatividad, su pretensión, las tengo con solo abrir las puertas, para que por ahí me penetren, como esa lengua de luz que llama a bienvenidas y sorpresas, la calle, la alameda, el bastión,... el Barrio, mi entorno, el que sigue, no sé mañana, acaparando mi observación y desahogo iconográficos y tal vez escritos.
"Barrista"
© F.J. Calvente.

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