Estoy seguro que nunca le di las gracias, no ya por tratarme tan bien, tan innecesariamente bien, en aquellos tiempos en los que, digámoslo así, ejercía yo un quehacer público, expuesto, sino por su amistad y confianza. Ya nunca podré resarcirle alguna que otra apuesta, unas cervecitas, que él siempre ganaba y condescendía luego en incrementar mi debe, envites en su mayoría de temas políticos y deportivos, algún secreteo, rumor y confidencia junto con alguna broma cáustica, como cuando en la calle nos encontrábamos y le decía: «Nacho, quién saca a quién, tú al perro o el perro a ti.» Y él respondía...
Nacho Garay ha muerto. Pero no se ha ido.
Nacho ha muerto. Sin embargo, en el ámbito del periodismo rondeño, en la historia de estos contadores de historias, además de en la propia, mía y de cada uno de vosotros, permanecerá su astrosa singularidad, tan frágil aunque dispuesta, su sentido común, como un inexcusable y ejemplar titular para una crónica de todo lo que fue su devoción, compromiso y voluntad con la información, la noticia. Esa raza del informador en su afán por contar una realidad protegida de la hipocresía, en un preciso equilibrio; del comunicador con la libertad e inteligencia por delimitar, en diferenciarse, en trazar la línea, el punto y aparte, el silencio en las ondas, por ser él, ante quienes eran simples taquígrafos del diario. Él, uno entre los que alcanzaron a profundizar, analizar e interpretar más que lo sucedido, para los que oyen, ven y quizás atienden, nosotros, a cuanto no llegó a suceder o no se ha visto o conocido.
Nacho. Gracias. Que la tierra te sea leve.
(Foto de Emilio García)

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