En esta tarde fría, oscura, mustia, lloriqueante, de hojas amarillas en el suelo de la Alameda, como un espejo en el que el hombre que mira a los ocasos y vive con el fuego de su melancolía observa el azogue de su ánimo, empañado con un vaho tenue que aún retiene el calor de la esperanza, velado por la tristeza del domingo que se despide sin un adiós y sin una promesa de regreso. Quizá por esto arroja su mirada en el pasado, en el recuerdo retenido en esta fotografía aparecida con un truco de magia de lo indefinible, la de hace bien poco atrás, en un tiempo benévolo y efímera la contrariedad, ascendente su curva e ilusionante un mañana sin estridencias, calmo y expresivo aquel vacío al que se asomaba en la otra alameda, del Tajo. Con la reminiscencia, el pensamiento, la esencia, sin filtros, escanciada en sus lecturas, en sus escrituras con las que se vaciaba para llenarse de nuevos reflejos y tentaciones, de inéditas aventuras y ensueños que se hacían reales. Vuelve enérgico su propósito en estos momentos, acaso para deshacer la ausencia desgarradora, aventar las cenizas de la tarde. Comenzó a escribir por consuelo, por placer, por fantasía, por libertad... por arrojar fuera humores de adentro. Y entonces, paulatinamente, dejó de ser nadie, nada, alguien que no difiriera de los demás, contrario a ser como todos. Aunque ahora, el retorno de estos viejos nubarrones eclipse, amenace con apagar el fuego de los ocasos con los que editaba unas letras que le permitían vivir y ser.
«SER»
© F.J. Calvente.
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