Mañana. Mañana es el último día del año. El día postrero al
que llegan todos los tiempos del anuario, todos muertos, justos, acabados, y
solo vivos en el recuerdo si en verdad con algunos se quiere, se acomodan o
deben ser recordados. Mañana, además, tendría que quedar tiempo para la
reflexión, sea un poco, más o menos introspectiva o con cuanto, como de lo otro,
se considere adecuados; en esto que a las 12 de la noche, medien las campanas o
a golpes de carillón mecánico, descorches y explosiones, farras hipócritas en
la nochevieja, uvas atragantadas, peste a garrafón derramado, será algo acabado
o tal vez aplazado o incidir en lo inacabado o en lo que con el nuevo año,
inmediatamente, ¡1,2,3… 7,8… y 12!, histriónico júbilo, convulsivo, pletóricos
en imperturbables “Feliz 2020”, como tahúres del menoscabo, tiene que ser
retomado, resuelto u olvidado, y en cualquier caso obligado por planteado. Sin
olvidar, bien que resuene la metáfora, la licencia literaria, una sensibilidad
o sentimiento en ocasiones de empacho, a flor de piel, de hartazgo, la fe o el
aforismo o la voluntad o la inercia adelantada de, así, en cerrar ciclos,
momentos, situaciones o cuanto no nos haga estar felices o contentos o
sosegados, cuanto nos haga olvidar que la vida importa o tiene que importarnos.
Sí, tan difícil poner puntos finales aquí y allá, tan cómodo emplazar los
puntos seguidos cuando consideramos por imposibles los puntos y aparte, dónde
el corte, dónde aquellos y terminales, dónde. Pasar página. Entonces, en la
vuelta, en la mirada atenta, aún con la hoja entre los dedos sujeta, advertimos,
consideramos, tenemos para seguir escribiendo una nueva página que siempre está
en blanco, o con algunas guías, el de unas líneas o interlineado, de cuadros,
una raya, o doble para los más obtusos, los más remisos, o despistados, para
escribir las palabras, las frases, los párrafos, en este lapso novedoso o por
la fecha, el consabido origen, en un inicio de la nueva historia, nuestra, de
cada cual, un nuevo relato, o bien con la perseverancia del otro, este aún
vigente y después anterior, este año que mañana acaba, bajo otra perspectiva,
escena o rol. En verdad, o con todo, se trata de dar oportunidad al propósito,
de pensar en lo hecho y en lo no realizado, en la confianza del entendimiento o
en el descalabro de persistir golpeándonos contra paredes u obstáculos, ciegos
y desorientados, o de abrir ventanas, puertas, y salir y respirar y caminar por
los renglones de la nueva crónica, no voy a dignificar mis preferidos, a los
que son torcidos, retorcidos, alambicados, barrocos o laberínticos y para mis
detractores pesados, de esta otra estación que pronto comienza con decisión y con
la pretensión de ser únicos, no algo de los otros, de los demás o con los
demás. No, no vamos a truncarlo de antemano, tan seguro, su fin y esto esta vez
como sinónimo de meta o ánimo, tan convencido de su trascendencia, condicionando
el futuro con el pasado, o por cuanto quiere decir de sucedido y por tanto
experimentado, cargando al mañana un ayer que ya no existe, ya ha pasado,
totalmente intercambiable, innecesario.
Un punto y aparte, el predecesor, para, tras la extensa
perorata, con toda su garantía y desbarro, consejo e influencia, aliento o
suspiro inmolado, soy consciente, veo, que esta foto que ilustra el texto, una
imagen a mediodía en mi casa, hoy, no mañana que es último día del año, no
tiene relación, conexión, ilación con las letras antecesoras, con su rebuscado
o nítido sentido o significado, tampoco es una felicitación, mi postal de un
pláceme inexplicable o insano, sino más bien, puñetero Bukowski, la que acapara
el instante y mi íntima celebración de nada en la víspera del término de la
anualidad y acaso de explicación para estas letras, de su desvarío o claridad.
¿Cómo has dicho, Charles? “My beerdrunk soul is sadder than all the
dead christmas trees of the world” A ver, hija, Inés… Gracias por la traducción: “Mi alma borracha de cerveza está más triste
que todos los árboles de navidad muertos del mundo”. Eso.
“ALMA BORRACHA”
© F.J. Calvente
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