“Del río en el abismo del tajo/
reflejando las desgarradoras luces de la altura (y de mí)/ y de todo esto para
hacer solamente una cosa, Señor, de mí, del sentimiento.”
(Rainer María Rilke)
“No sé distinguir entre besos y raíces
No sé distinguir lo complicado de lo
simple
Y ahora estás en mi lista
De promesas a olvidar
Todo arde si le aplicas la chispa
adecuada.”
(Héroes del Silencio. “La chispa adecuada”)
Instantes en los que
soy un transeúnte solitario, en una atmósfera cargada que respira agua, que
exhala agua, en una ciudad quizás más soñada porque creo que es más verdadera
en este silencio, en esta tranquilidad mítica como una esencia perfumada de
incienso en primavera, recorriendo los estrechos callejones de su ciudadela en
madrugada. Hoy, en este húmedo atardecer, más noche que día, más tapado que
abierto, más volcado al otoño que a un persistente estío que regresará, no sé
si soy más yo, o más o menos si yo soy el otro, o aquel entre los otros; pero
siento que ahora, en mi andar solitario por la Alameda del Tajo, no estoy, no
hay nadie más que yo. Solo es un vagabundeo desapasionado. No existe, no
acontece nada de esperado o inesperado en estos pasos sin rumbo, con tiempo
determinado, de acuerdo, mas sin ningún condicionamiento o anhelo; es decir, por
cuanto medie en un deseo u obligación, por caso, a la de meditar, no quiero
meditar, ni a desahogarme, no preciso en estos momentos desahogarme … Nada de
nada ni de nadie, ni de soñar, soñar que sueño y vivo por un sueño. Acaso esto tocará
a otras letras, a otros tránsitos conscientes y afectos y demasiado en suponer
de literarios.
Un camino conocido,
aunque por su voluntad desconocido. No hay nada más detrás, más a cuanto es un paso y luego otro, y otro, y otro…, en una cadencia
del mismo arbitraria o dispuesta por el simpar contexto. Tampoco, como pueda
entenderse en estas letras, por este relato, un caminar a la búsqueda de
inspiración. No. Un itinerario que comienzo por este pasillo secundario al
paseo central, el más hermoso del mundo, de la Alameda del Tajo. Es cierto que,
al adentrarme en el rastro de adoquines centrales de este sendero, bañados por
la primera luz de las farolas, por un matiz dorado de soledad y declive, y
valgan los versos iniciales para refrendarlo, pensé o intuí la huella, siempre
presente, volátil, fija, integrada, del poeta Rilke. Solo un reconocimiento, un
remusgo espiritual de su presencia eterna en este lugar imprevisto pero elegido,
privilegiado, y de ningún modo para mí influyente o como guía a la búsqueda de
una inspiración que ni mendigaba ni jamás me veré electo para algo tan excelso,
como “Las elegías de Duino”, o su VI elegía en concreto, y porque fue aquí
donde se compuso junto a un puñado de cartas y alguna narrativa y otros poemas
de La trilogía española. ¡Por favor!
Solo un pasear
tranquilo separado del mundo, vale del que en absoluto enajenado por cuanto vibra
o atento de soslayo apercibo más allá de sus límites, en sus lados ocultos que
también son los míos. “Tú recibes tu gloria de todo lo sublime; / nosotros
nos tratamos con lo ínfimo…” No busco a Rilke ni a ningún otro en los que
yo me incluyo, a mí mismo y a los otros. No busco estas letras siquiera, ni
magias, sortilegios, arcanos primigenios o esquivar un miedo atávico. Solo concibo
un llano deambular por una senda que por la sutilidad a la que la hora lo confiere,
parece abrirse en uno de baldosas amarillas que conecta a mi simple caminar, no
con las diferentes regiones de la Tierra de Oz, con el precipicio, el Tajo, no
con la Ciudad Esmeralda porque ya estoy e invariablemente estaré en la Ciudad
Soñada. “… si tú no vienes, / serpentea mi camino hacia el fin. / Sólo te
anhelo a ti…” Reconozco cierta influencia en mi estado por unas resonancias
de la mañana. A mi primo Paco (Francisco Ruiz Calvente) culpo y al mismo tiempo
redimo con agradecimiento. En primer lugar, en su establecimiento donde siempre
encuentras lo que deseas encontrar, incluso más, aunque no estés indemne al
precio de cualquiera e insospechada filosofía, por traerme, o con su órdago
identitario, a Bukowski; ¡Ah! esos versos… “Nací para robar rosas de las
avenidas de la muerte…” Y, en segundo lugar, por el 25º aniversario de la
publicación del álbum Avalancha del grupo musical “Héroes del Silencio”, al que
pertenece la estrofa de arriba, y esta otra de la canción homónima: “La
locura nunca tuvo maestro/ Para los que vamos a bogar sin rumbo perpetuo/ La
muerte será un adorno que/ Pondré al regalo de mi vida/ La luna ejerce extraños
influjos/ Que se contradicen y no hay quien descifre.”
Solo soy un transeúnte
solitario que no espera nada, que no espera la luz de un faro, ni “luz que vive
en la tormenta, (como Francisca Ben-mizzián Palma versificó en “Relampaguea y
rima”), ni de un candil, bombilla o llama, ninguna; ni luz de cultura, del
arte, música, pintura o de la literatura, de sus obras y autores, ni en esto a
Rilke o a otros que escribieron o escriben la leyenda de Ronda. “Lo nuestro
es no saber la salida/ de este ámbito interior equivocado/ pero tú surges sobre
nuestros límites/ e irradias luz como una gran montaña.” O tal vez de
querer, de esperar a algo o a alguien, sería un espejo donde Alejandra Pizarnik
trazaría en el vaho de un espacio sin tiempo o un tiempo sin espacio, donde solo
existe o acontece un paso y luego otro, y otro, y otro…, míos, por supuesto, en lo que por ventura será
la escritura de un poema, y porque únicamente necesito de un lugar en donde sea
lo que no es.
“Donde sea lo que no es”
© F.J.
Calvente
No hay comentarios:
Publicar un comentario