Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 17 de septiembre de 2020

"Parece que va a llover"

 


Parece que va a llover. Aunque corre aire. No huele a agua. Sombría la calle San Francisco de Asís, a pesar del empeño luminiscente de la cal en sus paredes por resistir a la losa gris del cielo. El cielo se hace más pesado, más cercano. Se respiran cambios. Septiembre es un mes de cambios en Ronda. De cambios como esas grisuras de arriba: convulsos, inesperados, ásperos, tormentosos, como una tos seca en demasía aguantada, padecida, y arrojada. El cuerpo barrunta el tiempo, la variación, la exigencia de introspección, de parar, y atentos por soltar amarras, o de sostenerlas; liar los bártulos, o desliarlos a ver la situación de los hábitos, del estado de sus fracturas, del dolor de sus heridas; se nota el peso de la lápida de mármol borrascosa en la cabeza, en los hombros, en las piernas, en físicas y filosofías.

 

Hoy he sentido pena por la manera, aquí y allá, en que afecta acaso esta turbulencia climática, en los unos y en los otros, en todos, con más o con menos odios, con enorme ignorancia, con demasiado intestino o solaz indiferencia. Yo mismo o así, por ejemplo, al prestar en este párrafo una atención inmerecida por alguien que recrudece y endurece lo que no es más que inseguridad, quien huye a ciegas adelante, ahora con un disfraz de invectivas, gramaticalmente penoso, sobre unas voladuras patrimoniales, de un circuito fascista, de cuanto ve y refuta desde su acera, exclusiva, miope, estrecha y derecha, toca por tocas “la derecha”; cuando sus escombros no pueden ocultarse bajo la alfombra de una atolondrada mollera explosionada por el miedo, la duda, el turno indefectible que pega en su puerta y otro ruido no va a disimular la llamada.

 

Septiembre aquí es un mes de vicisitud, de mudas, de caídas y levantares, de goteras o contratiempos, de transición, de novedades y revueltas. No solo a nivel personal, también colectivo. Y en la colectividad rondeña, en el escaparate de cristales empañados de desidia, espantoso, de la política local, en el vodevil absurdo de un “gobierno” local que ahora justifica su ineptitud no ya en el recurso tedioso contra el presidente Sánchez, sino suma a aquel la pandemia, ¿mañana qué será?, la Covid-19 que no ha afectado a sus espléndidos sueldos, por cierto; o en el vodevil de los otros y en su recurrente día de la marmota. Cambios. Son necesarios, necesarios cuando son posibles revertirlos de sus males mayores.

 

Septiembre es un mes de cambios en Ronda, y estos acontecen al igual que, invariablemente aquí, se alternan las estaciones: con brusquedad, sin intermedios, de la calor al frío, del frío a la calor, del verano al menos otoño y al más invierno, de súbito. Urge, por tanto, la interiorización, la reflexión irrenunciable; se va el verano, viene el invierno, marcha un tiempo extrovertido y llega el plazo de analizar lo vivido, de mirar adentro. Reconocer, da igual cómo se lea la palabra para acompañar su sentido, qué sobra, cuánto lugar vacío puede llenarse en este instante, o luego. La antesala. Ese momento que vendrá. Parece que va a llover. No sé si cuando leas esto ya lo esté haciendo.

 

 

“Parece que va a llover”

 

© F.J. Calvente

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