Parece que va a
llover. Aunque corre aire. No huele a agua. Sombría la calle San Francisco de
Asís, a pesar del empeño luminiscente de la cal en sus paredes por resistir a
la losa gris del cielo. El cielo se hace más pesado, más cercano. Se respiran cambios.
Septiembre es un mes de cambios en Ronda. De cambios como esas grisuras de
arriba: convulsos, inesperados, ásperos, tormentosos, como una tos seca en
demasía aguantada, padecida, y arrojada. El cuerpo barrunta el tiempo, la variación,
la exigencia de introspección, de parar, y atentos por soltar amarras, o de sostenerlas;
liar los bártulos, o desliarlos a ver la situación de los hábitos, del estado
de sus fracturas, del dolor de sus heridas; se nota el peso de la lápida de
mármol borrascosa en la cabeza, en los hombros, en las piernas, en físicas y filosofías.
Hoy he sentido pena
por la manera, aquí y allá, en que afecta acaso esta turbulencia climática, en los
unos y en los otros, en todos, con más o con menos odios, con enorme
ignorancia, con demasiado intestino o solaz indiferencia. Yo mismo o así, por
ejemplo, al prestar en este párrafo una atención inmerecida por alguien que
recrudece y endurece lo que no es más que inseguridad, quien huye a ciegas adelante,
ahora con un disfraz de invectivas, gramaticalmente penoso, sobre unas voladuras
patrimoniales, de un circuito fascista, de cuanto ve y refuta desde su acera, exclusiva,
miope, estrecha y derecha, toca por tocas “la derecha”; cuando sus escombros no
pueden ocultarse bajo la alfombra de una atolondrada mollera explosionada por
el miedo, la duda, el turno indefectible que pega en su puerta y otro ruido no
va a disimular la llamada.
Septiembre aquí es un mes
de vicisitud, de mudas, de caídas y levantares, de goteras o contratiempos, de
transición, de novedades y revueltas. No solo a nivel personal, también
colectivo. Y en la colectividad rondeña, en el escaparate de cristales empañados
de desidia, espantoso, de la política local, en el vodevil absurdo de un “gobierno”
local que ahora justifica su ineptitud no ya en el recurso tedioso contra el presidente
Sánchez, sino suma a aquel la pandemia, ¿mañana qué será?, la Covid-19 que no ha
afectado a sus espléndidos sueldos, por cierto; o en el vodevil de los otros y en
su recurrente día de la marmota. Cambios. Son necesarios, necesarios cuando son
posibles revertirlos de sus males mayores.
Septiembre es un mes
de cambios en Ronda, y estos acontecen al igual que, invariablemente aquí, se alternan
las estaciones: con brusquedad, sin intermedios, de la calor al frío, del frío
a la calor, del verano al menos otoño y al más invierno, de súbito. Urge, por
tanto, la interiorización, la reflexión irrenunciable; se va el verano, viene el
invierno, marcha un tiempo extrovertido y llega el plazo de analizar lo vivido,
de mirar adentro. Reconocer, da igual cómo se lea la palabra para acompañar su
sentido, qué sobra, cuánto lugar vacío puede llenarse en este instante, o luego.
La antesala. Ese momento que vendrá. Parece que va a llover. No sé si cuando
leas esto ya lo esté haciendo.
“Parece
que va a llover”
© F.J.
Calvente
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