Estrechez callejera, aquí
o ahí, simbólica de La Ciudad en la ciudad ancestral, adentro, allá y tan cerca,
Ronda acerca su ayer a este ahora, en el casco urbano antiguo, o conjunto histórico,
o monumental, en un instante atemporal, peculiar, único, hoy y ojalá mañana, bello,
que hace levantar la mirada, elevar los pies del suelo, parar, volar, vuela,
vuela, vuela, …, detener, anticipar los pasos a lo horizontal y vertical, la
carga, los pesos ante los ruedos y requiebros, respirar, exhalar, a sublimar su
soledad y silencio, en un andar solitario, a lo mejor íntimo, o en el grito de
sus ecos, zureos y campaneos, murmuraciones o cascos de carruajes en el pavimento
hueco, de abierta y amplia autenticidad a pesar de esa herida, esa, la mordida
longitudinal y anacrónica en la fachada de cal, en la otra no, imposible, en la
otra sería sacrilegio, para que pasen… ¿los coches?, absurda, los espejos de…,
no, no, no, …, curiosa, la farola en la noche, la luz de espectros ciegos que
guían con tus propios latidos, por la calle, por el laberinto descifrado, por
el cielo hecho de piedras desbastadas, azules y de cenizas, por el viento atento,
sombras enfáticas y clarores vírgenes, “Donde hay mucha luz, la sombra tiende a
ser profunda”, Goethe, sí, sí, sí, …, lienzos nobles y sencillos, de hogares
distinguidos y desapercibidos, cuidados o desidiosos, cuántos apólogos en sus grietas
y desconchones, manchas biliosas y costurones, cuántos, nubes de llover,
arriba, charcos de océanos extinguidos, abajo, hojas y agujas desprendidas, rociadas,
un cuchicheo incierto de agua lustral, apremia la estrechura de miras, apura entre
las curvas milenarias y parturientas de la cantería sagrada, con sus oscuras impresiones,
frente a las rectas níveas, aunque deslustradas de lo también viejo, profano,
pero más aproximado, mira, mira, mira, …, ventanas cerradas, desportilladas, hierros
que lagrimean siglos, visillos murmuradores, raídos, avanza o recula, desliza o
sobrevuela, va, va, va, …, un gato indolente en la penumbra de un balcón, un perro
escamado al sol, y luego yo, o tú, o alguien que continúa, lo penetra, emocionado,
da igual su historia, las ruinas, serás más tú con lo que sea, hagas lo que
hagas, sientas, así, incluyéndose por unos límites angostos que trascienden de
sí mismos, con escalofríos, en el pasadizo hacia todo y sus recodos de nada, de
leyendas y pausas, épicas y clausuras, porque aquí, poeta, Pessoa, ahí o allá,
se hace evidente el camino hecho desde un lugar del que nadie parte hasta un
lugar al que nadie va, la callejuela que ilumina, inspira, y, sobre todo,
oprime el corazón.
© F.J.
CALVENTE.
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