Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 13 de octubre de 2020

“PASOS SIN (NÍTIDO) FIN”

 


Pasos que no dejan huella.

 

Un paso, otro paso, luego otro, y otro, y otro… aunque no tengan huella, aunque no admitan un rastro, un trazo en la tierra, en la hierba, incluso en el agua, ondas concéntricas de menor a mayor que se engendran unas a otras, o como al tirar con atino una piedra y así el número de saltos en su superficie haga aparecer su vestigio para rápido desaparecer con idéntica lindeza, o en los rombos geométricos de esta calle Pedro Romero, curiosamente en soledad salvo por el andar solitario de un hombre o mujer de negro, yo, tú, cualquiera, y los que podrían saltar, desdoblarse, mezclarse, los paralelogramos llenos y despejados dibujados en el pavimento, apuntar en el pasaje o lanzadera hacia un destino sangriento y trágico y conforme a lo acentuado por el fondo de la escena y al final del siguiente párrafo, o en las losas de barro de una casa de vecinos, de una acera perdida y nimia, en los melancólicos destellos deslizantes al vacío en el paseo central de la Alameda,… o en un genérico suelo. Pasos que siempre evidenciarán un progreso, un caminar adelante porque para atrás solo lo hacen los cangrejos, el temor, la integridad lesa, y los náufragos que sobreviven con recuerdos. Un progreso, sin embargo, que igual puede ser positivo como negativo, irreal o usual, cansado o ilusionante, entre luces o sombras, bondadoso o maledicente. Un desarrollo al frente, cierra los ojos, no escuches, habla lo preciso, pa'lante, pa'lante... que para detrás ya es imposible, muy tarde. Un transitar sin nítido fin, sin rumbo inefable del que no sea soportar, defender su argucia. Caminante que camina con pasos que no dejan estela; o si la dejan resulta invisible a los ojos, a la memoria, por soflama, penitencia, o nada más que por vergüenza.

 

Existe una categoría de pasos que no dejan huella adentro, en el interior de quien los efectúa, en las entrañas de su factor o ensayista, o quizás solo rentarían una traza más o menos extensa, más o menos grave, de acuerdo a la lucidez o moral de su conciencia, una mácula más o menos espaciosa acorde al contraste, a la inclinación entre su perversión y pureza; y ya que en las afueras su consecuencia estaría condenada, tarde lo que tarde, a la dilucidación, a la censura y al olvido y tacha ignominiosos. En esta categoría se encuadran los pasos que no dejan huella por ser una progresión de la mentira. Pasos mentirosos. Mentira. De la mentira, de la falsedad, de un engaño, sinónimos sí, pero con diferenciadores matices, sesgos y alcances. Primero, y más importante, las invenciones con las que uno o todos nos mentimos a nosotros mismos, necesarias o superfluas, lenitivas o fracturadas; por naturaleza o desliz, tensión, tentación o contradicción, de significados ambiguos, … disonantes cognitivos enfrentados ante el espejo de los días para disimular defectos o sentirse más cómodos. Después, cuando uno o todos cuelan su caballo de troya o engañan a los demás, en lo que para Nietzsche sería un defecto relativamente vano. Esta subdivisión incorpora una amplia gradación, desde la piedad hasta la depravación. Alguien dijo, probablemente no fue el filósofo teutón, que “engañar a los demás es opcional, engañarte a ti mismo es criminal.” Finalmente, porque somos nosotros los estrictos responsables, quienes los forjamos y perpetuamos sin conocimiento y menos sensibilidad, constan los hábitos, usos, tradiciones u ocios que en sí son una vulneración de la naturaleza, un acoso a la decencia, una violación al respeto, a la vida; y a los que disfrazamos con otras cataduras, toreamos con displicencia y arrogancia, únicos en su estúpida unicidad. Fiestas y bárbaras costumbres en los que nos emboscamos con otros eufemismos y absurdas épicas, para atenuar su franco y directo sadismo e incongruencia.

 

Los pasos que se dan con una mentira, sentencia un viejo proverbio, no importa que cristiano, ni mahometano, judío, pueden llevar muy lejos, en el camino, en la finalidad, en un interés determinado, enfermo o gravoso o malvado; pero en ningún momento de ese trayecto puede ya volverse, retroceder; parar sí, pero en absoluto volver atrás, al principio y ojalá que para rectificar o, en estos casos, para no hacer nada. La esperanza asesinada por la fuga. Porque este avance de pasos es una cobarde huida, y un arrojo ridículo, peleado, para continuar huyendo, escapar de la verdad, de la sinceridad propia y para evitar el azogue de la realidad, a la vista o perspectiva de los demás. Pasos en los que cabalga la mentira, sí, con huellas, sí; pero los que en la oscuridad no se ven, los traga la noche, los devora su peligrosa inexactitud, el velo que cae una vez descubiertos para que los valores de la sociedad, ética, moralidad, cierto idealismo o espiritualidad…, no se discutan, no impongan algún cambio, un barniz enfático, no prescriban o se exceptúen… No se ven, en un rastro al que ninguno quiere ver. Recorrer un aspecto de la existencia, autoengañándose, engañando, sacando a pasear la mentira para calmar un instinto asimétrico de defensa, de recelo, fratricida y aversivo, confrontado o confrontando, ideológico, político, religioso o del que fuese, de cuando el estómago razona y la cabeza, indigesta, eructa. Y esta es otra… confusión de la voluntad con la decisión veraz; otra a la que el sonrojo, la lucidez más callada, más íntima, la turbación indecible y arrepentida, para los nadie que al mentir o fingir, pues fingir es la doblez más incisiva, más adictiva, estos se anulan, mueren en su singularidad como personas, y en lo que será su peor condena, por hipócritas.

 

“El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.” Terrible, Alexander Pope, aunque asimismo justo. El primer paso de una mentira, llevará a otro que la mantenga, que la haga más creíble, más verdadera; y después a otro, y a otro, engrosando el engaño, en un esfuerzo cada vez más titánico, más insostenible, donde no hay vuelta atrás. Y cuando se pare, no incluirá solución para nada, ni una traza que sirva de recuerdo, de memoria para cuanto no debe concebirse, ni inventarse. Ser deshonesto no compensa, desuela. Pasos cortos tiene la mentira. Pasos que no dejan huella, puesto que nadie quiere verlos.

 

Pasos que no dejan huella; pero los que, por su mentira, de igual forma señalan la oscuridad.

 

 

“PASOS SIN (NÍTIDO) FIN”

 

F.J. Calvente ©

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