Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 21 de diciembre de 2020

"PALABRA DE GATO"



 Un día a la vez, no un día sí y otro tal vez. Un día. Y luego otro, y otro, y otro, … durante 89 días y 20 horas. Otoño en la alameda. La Alameda. Un vértice. Un vórtice. El Aleph del Barrio. Este al que, en su última coincidencia, siglos a, observaste en lo alto de… la Puerta Almocábar, del… Barrio San Francisco, de… Ronda: “Vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.” Jorge Luis Borges, ¿verdad? Tal cual. La plaza, emplazado en ella. Llamado acá, persistentemente, ven, ven, ven, … No escuchas la llamada, o te da la sordera selectiva por lo que sea. Con todo, acudes, vienes sin cuestionarlo. La épica, y la tradición, te lo agradecerán, seguro; solo en el espíritu, lo siento, la lotería va por otro camino y según lo cachondo que tenga el instante el de arriba o, si se prefiere, el abstruso con disfraz de los púlpitos y tabernáculos. Una confluencia para lo real y lo conjeturado. La idealización depende del sentir. Imaginar sintiendo. Imaginar viviendo. Imaginar… solo imaginar. Asimismo, depende de un compromiso, del vínculo atávico. Las raíces, como la de estos álamos y quejigos y plataneros que, soterrados, recorren la tierra ancestral, bajo una superficie en su norma trepidante y consensuada. El otoño es identitario. Muy afín, muy hermano. Muy nostálgico, muy escuchado. Tan intrínseco, de auscultarlo. Un día, … otro, y otro, y otro, … hasta hoy que, oficialmente avalado por instancias oficiales, no sé yo, no obstante habrá que aceptarlo, es el último día de este otoño. El otoño incumbe a cada cual, por sus cuitas y sus días. Existen días buenos y malos, dichosos y aciagos. El destino. Aquí estás, de nuevo, de modo inesperado, me has visto y te has parado. Lo primero que has experimentado es la detención del tiempo, o la capacidad de abstraerte del ruido del diario. En la alameda es posible la pausa. La pausa para casi todo. Todo cuanto surge de manera espontánea, de repente, ¿fabulosa? Estás ahí y de súbito surge o no aquello o lo otro, sin ser ajeno y meridiano, próximo. Algo. Entonces puedes pararlo, suspenderlo. Y si no puedes, al menos en esos límites de lo poco, lo normal es no hacerlo, desacostumbrados, irresolutos, a no lograr pararlo, puedes tener la oportunidad de verlo, quizás de verlo pasar, más parsimonioso; y percibirlo desde otra perspectiva, desde otro lado, escondido o curioso. Al advertirlo de esta suerte, creas o eres consciente de una nueva creación, la que puede ser más asumible, concreta, o confiar en un sueño para descifrarla o en su metáfora, por su símbolo, tomarla. El sueño de un lugar que nos crea y al que tenemos la necesidad de volver para crear, para revalidar la esencia de existir en consciencia, de penetrar en las sensaciones por las que existes, de que no vegetas en los jardines cortados de lo consuetudinario. Un destino al Destino, inextricable y certero.

 

Nada es increíble. Todo es posible. Y esto ya lo sabes, a pesar de tus recaídas de normalidad, en las que no te reconoces ni asomándote en el azogue del agua del pilar del murallón, roto, desfigurado cuando alguna corriente arranca arrugas de su plano. Tan cierto como si esto lo pueda estar diciendo, o en tal caso lo escribes al dictado, un gato. Sí yo, ese de la foto, el mismo y reconocido, entre pico de la oreja y rabo. Esta vez más sosegado, más dócil al cambio de estación, más indiferente incluso. Porque en esta coyuntura, no soy, y lo he sido y lo seré, por supuesto, de la familia de Famas, de las Esperanzas, o de los Cronopios; más de los primeros, Famas, por ser, o mejor al considerarme, ¡ay!, esas ínfulas, esas independencias, esa soledad altiva, como a aquellos, tan rígidos, organizados y sentenciosos. Tan posible como si quien rubrica abajo pueda entenderme y transcribirlo en letras, en estas o en aquellas que jamás podrán ser escritas y que siempre las inventará Julio Cortázar. “Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.” El gato. Yo. El gato al que él, el rubricado con negritas abajo, tú, o uno que se parece al que llegó a ser el peregrino de la nada o aquel rimbombante hombre que mira a los ocasos y vive con el fuego de su melancolía, sí ese, uno u otro o aquel que atañe a la sombra de la foto, el que mantiene un brazo en el cuadril, con el otro perpetrando la fotografía, llamó, me tildó como el gato del otoño. Soy yo, el único Vertumno de hace unos años, el mismo y perdurable, anunciador de la tercera estación y ahora no me veo yo en un papel de oferente de despedidas, ni ceremonioso en un ritual estacional. No lo creas, no abrigues la esperanza de conseguirlo. Paso. Un centinela para la llegada de la estación o de un tiempo remiso. ¡Qué no! Alguien tiene que abrir la puerta, de acuerdo. Si bien todo está en manos de su tiempo, de un contexto, con sus causas y efectos. Lo que hoy puede ser, mañana no; esto de ahora no es factible ayer y ni acaso mañana. Conforme en que la puerta, aquí, la de Almocábar, siempre está abierta, no en vano es un vano que conduce a la muerte, y también por la que se sale a la vida. La perspectiva, ¿recuerdas? Todo depende de cómo y desde dónde se miren las cosas.

 

Qué quieres que te diga. Qué quieres que haga. Estoy aquí. Solo, a gusto, en esta “recacha” de piedras y ángulos al sol, aseándome, relajándome, con el secreto de mi lengua lamiendo con destreza mis patas, mi cara, las briznas de este voluntarioso sol… ¿Invisible? ¡Qué me dices!... Al fin y al cabo, con mirar tu sombra, sabrás que no eres invisible; y no, ni a poco, ni a mucho, que te empeñes en observar en derredor para contrastarlo. No. Que hay quienes te invisibilizan, pues sí. Réprobos. Con esto, como convendría a la credibilidad y cumplimiento de las maldiciones, de los negros sortilegios, el poder se lo concedes tú, y tú, y tú, y nadie más que tú... La invisibilidad depende de la voluntad, de uno mismo. La invisibilidad desarraiga, también es muy cómoda. A lo mejor, en este momento, sin pretenderlo, oyéndote, escuchando tu pulso, tu latido inquieto, pasmoso, he hecho que no seas invisible, o te veas consistente en el espejo de tu sombra. De todas maneras, eres una sombra entre sombras, la diferencia no está en si más visible o no, sino en más quieta o impaciente. La sombra que adquiere la solidez, el contraste pesado del invierno que, ya, en estas horas postreras, atiende, da un patadón de frío y realidad al otoño, y eso que este ha sido el menos pusilánime a los de otros años. Sombras líquidas como las palabras. No estas, aún tienes pendiente algunas letras. Las hojas ya se han caído, quedan algunas tozudas en las ramas frágiles, y una preside tu hogar con su nota musical, con su vuelo delicado de mariposa. No seas oruga, hombre. O no seas un capullo después del testimonio de este otoño, no lo seas después del invierno. El miedo demora, bastante pospone. Soy un gato y tú no. Y te respondo porque me preguntas. No tengo ninguna pena, ninguna conmiseración por sentirte invisible. ¡Anda ya! No, aquí no eres invisible, eres responsable de tu fantasía, de tu imaginación. Y, por supuesto, no quiero que quieras ser yo, es decir, que envidies ser un gato, por mucho que te seduzca la sugerencia del amigo Charles Bukowski: “En mi próxima vida quiero ser gato. Dormir 20 horas al día y esperar que me den de comer. Estar tirado todo el día, lamiéndome el culo. Los humanos son demasiado miserables e iracundos y monotemáticos.” Estás sobrio, por tanto tranquilo, tranquilos estamos. Insistes a pesar de todo, ¿eh? Vale.

 

No, no tengo epifanías ni develamientos de arcanos universales que ofrecerte, ni sacramentos que confiarte. Tampoco tenía porqué tenerlos y ni mucho menos dártelos. No es una cuestión de ganas. No sirven de nada. Estás tú, aunque sea a través de tu sombra, de esa sombra alargada por los geométricos cuadros de cantos de ceniza del suelo, así que… ¡quillo!, tú mismo. Si quieres secretos, misterios, imagínalos y luego les das una búsqueda si te apetece. Y a los que te hacen invisible, pues mándalos a tomar…, a tomar por culo, ¡coño!, y ¡polla! igualmente por el género. Y no, no fui yo ni nadie salvo tú, quien en cierta ocasión escribió esto y tal día como hoy, las efemérides que cuestan conmemorar, cuando de forma progresiva se ven absorbidas, desleídas por sus extremos, más imprecisos sus límites, o su fisonomía, por añoradas que yacieran: “Solsticio. Solsticio de invierno. Suena a magia, a ritual, a arcanos misteriosos. Lo son, y lo es. El día más corto, seguido de la noche más larga. O acaso la metáfora concretada en el triunfo de la oscuridad sobre la luz. Ahí queda. Y a partir de estos momentos, conforme a lo suscrito, que cada cual haga de su capa un sayo, o lo que le venga en gana. La noche más larga.” Conque… aplícate el cuento, nunca mejor dicho, y deja de tirarme de la cola, cansino, pesado, que tengo mucho que hacer e íntimo antes que el sol se escabulla detrás de la blanca clausura del convento de las Franciscanas. O tal vez, mira por dónde, solo una cosa, una vislumbre con la que aconsejarte, con su distancia y recelo: Siéntate en estos poyetes, mejor al sol y antes que..., cierra los ojos, y cuando notes tus retinas el cegador incendio, suspira con hondura, contén el aire dentro hasta que te duela el pecho, y luego ve soltando ese aire viciado que no tienes que retener por más tiempo, devuélvelo a su legítimo dueño, a este mundo que hoy cuelga sus bártulos de muda y se repliega a un vacío necesario. No pienses, siente, que ha llegado el momento de dotar de magia y de un poco de chifladura a tu invisibilidad. A no tenerte en cuenta. Suelta lo que estancas dentro y que te ocasiona un sufrimiento ocioso. Es momento de comenzar algo nuevo. Suficiente con esto, ¿no?, o lo que no es poco. En definitiva, solo puedo confiarte, asegurarte, ratificarte del único hecho, del simple acontecimiento del final del otoño, y con la confianza de que lo aproveches; de que hoy se despide, despedimos, más conscientes o menos sensibles y puñeteros, da igual, no importa, bendecimos y nos sacudimos del otoño.; bye, bye, o a otra cosa, mariposa, sí, la que puede ser aquella junto a la hoja. “Adiós ya otoño, y perdona porque, aun aguardándote, no te había visto llegar. Adiós otoño.” Palabra de gato.

 

 

“PALABRA DE GATO”


© F.J. Calvente.

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