Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 11 de marzo de 2021

"EL ALIENTO DE LAS OSCURIDAD (II)" "El aliento tóxico".

 


El aliento tóxico.

 

A veces callar y esperar es una manera de hablar y de que suceda algo.

 

No eres invisible. Temías que de tanto ser sigiloso, desapercibido tras una sombra de la tiniebla, como una lealtad herida al no dejar huella en el agua, al final resultaría más fácil invisibilizarte a lo nuevo como un redundado eco hecho trizas de aquel eclipse viejo.

 

Tranquilo, si cuando estabas no te valoraban, ahora no pretendas que alguno, cualquiera, uno de los nuestros, o ahora de los otros, te atrape al menos uno de los cien pájaros que vuelan hacia el ocaso. Jamás tuviste balas contra la amistad y las apariencias matan con veleidad.

 

Sonríe, ¿ves?, todavía te reflejas en el charco de los días pasados. Aún puedes cerrar los ojos. Olvidar sin dolor.

 

Piensa que un ligero golpe en la superficie, bastaría un pétalo caer de la rosa marchita, el peso de los ¡No! que se callaron, desbarataría tu reflejo, en unas ondas gruesas de indiferencia sincronizada o de esa docilidad desaguada en el tintero de los acasos mañana.

 

Aguanta, calla y espera.

 

Aunque ya es tarde, tarde para todo.

 

No hay vuelta atrás.

 

Un lugar donde ir, eso necesitas, aunque no sepas dónde. Sin duda lo habrá. Venga.

 

No debes nada, para ti no hay nada, ni piedras por donde cruzar. Más allá está hondo y olvidaste nadar.

 

Rompe el hilo, recupera tu recuerdo roto, chorreado de confusión, y déjate llevar hacia la orilla, a tus espaldas, de los erráticos perdidos que vuelven a errar.

 

El problema son los pies mojados, no hundirse más en el fango con los pasos adelantados sobre tu cabeza, el traje de ayer que pesa como una confianza zozobrada, y mantener el globo del ego, de la dignidad, indemne a más pinchazos, con lo que te cuesta luego inflarlo.

 

 

De “El aliento de la oscuridad (II)”

© F.J. Calvente

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