Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 9 de abril de 2021

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "La gran catástrofe amarilla. Diario de un hombre tranquilo" de J.J. Benítez.

 Las iglesias -todas- son un naufragio.

 


 

Y este libro también lo es: Un naufragio.

 

 

“La gran catástrofe amarilla. Diario de un hombre tranquilo” (Planeta, 2020) de J. J. Benítez, es además de una gran catástrofe literaria, un diario que, de tan tranquilo, aburre muchísimo. En primer lugar, lo reconozco, y en cierta manera me entristece, con este producto editorial de “¿autobiografía?” “¿realismo fantástico?” “¿pseudomisticismo?” “¿ensayo?” “¿folletín recopilatorio o propagandístico? … ¡Ni idea!, se me han caído algunos palos del sombrajo del mito, cuento o sueño; o mejor, un encantador referente que me ha acompañado desde la adolescencia con sus libros de investigación ovnística o de interesante ficción como la saga “Caballo de Troya”. De hecho, a partir de ahora, y conste que este libro, tras otras incursiones anteriores, ha supuesto la gota definitiva que ha colmado el vaso de la confianza y de la paciencia, obligándome, por salud literaria, a seleccionar, bastante, el tipo de lectura o incluso la intención de leer a J.J. Benítez; y de efectuarlo, probablemente, me circunscriba, sin salirme de la línea, a sus tanteos de investigación llamémosle paranormal. Y porque hasta en esto, en esa ponderada rigurosidad y objetividad con que trata, por ejemplo, el fenómeno OVNI, después de esta confesión o memorias o el producto editorial que sea, ha marcado una seria suspicacia, ha extendido una gran mancha de aceite por el océano de la temática y a la que luego, si me place, referiré con mayor detalle.

 

El reportaje de este malogrado crucero a lo largo del mundo naufraga desde su comienzo. El autor manifiesta una evidente, y sorprendente, ineptitud en su estilo de narrar, ya no solo por cuanto a un aspecto o estilo medianamente literario, ni así, así, sino en lo que podría considerarse de una crónica periodística donde se le presupone mayor solvencia o al menos tablas dada su trayectoria. Nada, ni literaria, ni periodística, ni narrativamente que rascar en esta plana superficie; simple, reiterativo y monocorde, un libro para olvidar. Un hundimiento narrativo donde, también de manera incomprensible, y decepcionante, irrumpe el morrocotudo ego del escritor o aquel tenaz periodista que no se reconoce. No solo por lo concerniente a publicitar, sin medida ni acomodo y de manera insolente, otros libros suyos, como es el caso de “Gog”, los que no han tenido un nivel de ventas exigible o una aceptación mínima, y es que el negocio es el negocio, sino por su vanidad arrolladora, inconcebible en quien siempre se le consideró tímido y sencillo, tanto que en ocasiones (casi) roza lo estrambótico. No. No voy yo a criticar o denunciar su plagio de los “Libros de Urantia”, y menos a su creencia o particular fe en Dios, en el Padre Azul, en Jesús de Nazareth, o en su apócrifo mensaje o revelación o incluso epifanía… No, no lo voy a hacer; pero sí me permito reprochar, por evidente, por excesivo y por ello incontenible, esa “superioridad”, esa arrogancia intelectiva y moral como para, tras tomar un poco de aquí y de allá, montar un edificio religioso, o pseudomístico, o de veleidosa filosofía o afirmación, en torno a lo que ya se mastica como su nueva religión o credo; dotándolo, con pesadez, de un marchamo inefable, de cierto, reduccionista, exclusivo y exclusivista; presentándolo, asimismo, o presentándose, como un nuevo gurú o santurrón o factótum seráfico…, tocado por el dedo del “verdadero” dios para trasmitir sus misterios y mensajes e incluso redención… Escribe: “… tolerancia. Si tu dios te pide algo a cambio, desconfía.” Lo que, visto lo visto, y sufrido lo leído, cansa, mucho, y ni siquiera para mover un mínimo carcajeo, al menos. Absurdo y mediocre.

 

Y por este desmedido ego, resulta grotesco, irrisorio, que además pretenda arrastrar al lector en la estrafalaria trascendencia de sus manías personales, las que a nadie deberían interesar, por supuesto, y las que, sin duda alguna y por mucho que lo ambicione e intente, no tienen nada de original o de utilidad. “… los dedos de los pies si el viaje es largo… No podría cortarme las uñas si no consulto previamente el reloj.” O alguna fobia o dolor mal asimilado o simulado y arbitrario: “No creo que la humanidad tenga arreglo -le digo-. Somos peores que los animales.” ¿Son los animales malos?

 

Tan jactancioso el escritor o aquel tenaz periodista, para también permitirse la licencia de criticar, en ocasiones con menosprecio e impertinencia, a máximas literarias de autores famosos con los que el capitán del crucero amenizaba cada día la travesía, defenestrándolas y anteponiendo sus propios pensamientos o frases breves o aforismos personales que, sinceramente, por su profusión, por su sofoco, que si sobre el mar, que si sobre qué preguntar a dios, y otras zarandajas románticas o ingenuas o de una sensiblería “cortita”, constituyen infumables y simplonas metáforas a las que ni con calzador logra cuadren o atraigan, arrojadas con toda la monotonía, sin filtro ni contención, y de las que acaso se puedan salvar, como de aquello de encontrar una aguja en un pajar, algunas frases, testimoniales, como las que abre y cierra esta reseña. Envanecido por esta inesperada superioridad intelectual o impresionable, J.J. Benítez tacha e insulta a autores de la talla de Antonio Muñoz Molina, por un ignorado quítame de allá esas pajas o alguna revancha pueril, o al gran Delibes cuando escribe: “… empiezo la lectura de El Hereje, de Miguel Delibes (Premio Nacional de Narrativa en 1999). A la tercera página, el libro se me cae de las manos. No comprendo: Delibes fue un maestro… ¿Por qué abunda en palabras eruditas que nadie entiende? Ser culto no quiere decir que no te comprendan”; y lo dice él, J.J. Benítez, quien acostumbra a “copiar y pegar” farragosos tochos científicos cuya interpretación cuesta seguirle inclusive a él. Pasmoso.

 

Esta crítica o mejor menosprecio del escritor o aquel tenaz periodista, usando la letra gruesa, el agravio, normal cuando no se tienen argumentos, adornándolo o emboscándolo a través de reuniones con otros pasajeros más ultra conservadores que un cardenal del vaticano y propias de esos diálogos de besugos de tabernas y saraos, la extiende no a la política, o a los políticos, sino al actual gobierno español en exclusividad e irritación. Insisto en que, usando términos peyorativos, ordinarieces, chascarrillos hirientes, carga la culpa y responsabilidad de esta crisis mundial provocada por la pandemia del coronavirus a un lado de la orilla política, la que representa el gobierno español, soslayando, excusando con una clamorosa y significativa elipsis, al otro lado de la orilla política, y mira que ahí hay donde asimismo censurar, pero en la que parece estar muy cómodo y alineado y como un aguerrido numerario. Sí, muy en la línea o directriz de la falsaria derecha española. Y es por este descarado y tendencioso posicionamiento llamémosle político, totalmente subjetivo, e injusto por arrojar falsedades del calibre, por ejemplo, de la culpabilidad de la mortandad en las residencias de ancianos, que incita entonces a desconfiar de aquella su característica objetividad y rigurosidad en ese otro campo de la investigación Ovni y/o paranormal. Valga la paradoja ridícula, la que después de afirmar, con razón: “No creáis nada de lo que sale en televisión. La manipulación es constante”, salvo si es por menoscabo a este y no a otro gobierno, a estos y no a los otros políticos. Tanto que, en ocasiones, por el nimio peso político de su argumentación, momentos narrativos en los que se imagina, una muestra, un puerto en la singladura del crucero en la Plaza de Colón en Madrid, en ese encuentro arrojado de la oposición, loando la segunda venida del Padre Azul en M. Rajoy o en su sucesor Casado, a una cohorte de serafines o enviados en los preparativos post mortem de los mat-1, 2 o pi, a las órdenes de Rivera o Cantó, o el Espíritu Infinito en su apóstol Santiago Abascal con todo su apostulaVOX. Tanto que por ahí “cuela” un “Con Franco no pasaba esto…”, con el que huelgan, en este aspecto, más comentarios.

 

Asimismo, por cansino, y ridículo, tan inaudito, la gran manipulación y autoría estadounidense de esta pandemia del coronavirus, más… la del sida y otras calamidades, inclusive la del aceite de colsa adulterado en España,… pues de sobras es conocido, o inferido, del manejo inicuo de los órdenes de nuestra existencia por parte de los grandes bancos, las más grandes riquezas, de las agencias mal llamadas de inteligencia, militares, etc.; pero de ahí a mantener, a afirmar, casi como una cuestión de fe, a confiar en un dogma irrefutable del que es solo y privilegiado depositario, sea por revelación divina, o propia en un estado alterado de conciencia o de lo que fuese, o a que cuenta con información confidencial de primera mano por parte de los “garganta profunda” de los nuevos tiempos, de extraordinarias filtraciones secretas de los departamentos de seguridad igualmente ultrasecretos…, realizadas por los canales más normales como una carta echada al correo, a un periodista navarro en el que ese secreto se guardaría como un cubito de hielo en el desierto de Gobi, o los tres tréboles en la máquina tragaperras de la editorial…, no, no es muy creíble y ni siquiera por un uso, ficticio, como reclamo, de recurso literario. Y es que no se puede confundir sinceridad con los reflujos gástricos, por caso. Como tampoco al hecho de creer en ciertas profecías o en otra información reservada y profética, pues, como dice el dicho: “cojón visto, macho seguro”; o lo que es lo mismo: a toro pasado, todos adivinos, y cualquiera puede de esta manera demostrar su dote y solvencia adivinatoria.

 

 

Sinopsis:

 

“La gran catástrofe amarilla no descubrirá el gran secreto de J. J. Benítez (pero casi)

 

Horas antes de partir hacia su segunda vuelta al mundo, J. J. Benítez recibe una carta procedente de EE. UU. La carta es abierta, pero no leída. Juanjo embarca en el Costa Deliziosa y, en plena navegación, surge la pandemia del coronavirus. Lo que se presentaba como un viaje de placer se convierte en un caos. El escritor lleva un cuaderno de bitácora en el que registra las incidencias de cada día. Primero aparecen los personajes, las historias singulares de personas de más de 10 nacionalidades del mundo unidas por el afán de pasarlo bien y vivir la vida. Poco a poco van llegando al relato los temas emocionales y el miedo al contagio que hizo saltar todas las alarmas. De fondo, la investigación y los interrogantes que una persona de la brillantez de Benítez siempre plantea.

 

La gran catástrofe amarilla es una vertiginosa mezcla de aventuras, conversaciones, temores y esperanzas. Al regresar a España, Benítez lee la carta procedente de California y queda atónito. Nada es lo que parece. El final del libro es de infarto.”

 

 

De infarto… (risas) Y es que, conforme a esta consideración, a ese fraudulento señuelo editorial de “un final del libro de infarto”, naufraga como aquella filtración secreta sobre el origen de la pandemia del coronavirus, o de la enfermedad de su mujer (por cierto, esta tratada de una manera fría y aséptica, como si estuviera asistiendo a una explicación rápida del doctor Cabrera sobre el dibujo en una de las piedras de Ica…, inconcebible), en esta gran catástrofe literaria y aburrida. Dediquen el tiempo a otras lecturas más amenas y provechosas, en serio.

 

 

“¿Quién te inspira más confianza: el Todo o la Nada?”

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