“Las iglesias -todas- son un naufragio.”
Y este libro también
lo es: Un naufragio.
“La gran catástrofe
amarilla. Diario de un hombre tranquilo” (Planeta, 2020) de J. J. Benítez, es además
de una gran catástrofe literaria, un diario que, de tan tranquilo, aburre
muchísimo. En primer lugar, lo reconozco, y en cierta manera me entristece, con
este producto editorial de “¿autobiografía?” “¿realismo fantástico?” “¿pseudomisticismo?”
“¿ensayo?” “¿folletín recopilatorio o propagandístico? … ¡Ni idea!, se me han
caído algunos palos del sombrajo del mito, cuento o sueño; o mejor, un encantador
referente que me ha acompañado desde la adolescencia con sus libros de investigación
ovnística o de interesante ficción como la saga “Caballo de Troya”. De hecho, a
partir de ahora, y conste que este libro, tras otras incursiones anteriores, ha
supuesto la gota definitiva que ha colmado el vaso de la confianza y de la
paciencia, obligándome, por salud literaria, a seleccionar, bastante, el tipo
de lectura o incluso la intención de leer a J.J. Benítez; y de efectuarlo, probablemente,
me circunscriba, sin salirme de la línea, a sus tanteos de investigación
llamémosle paranormal. Y porque hasta en esto, en esa ponderada rigurosidad y
objetividad con que trata, por ejemplo, el fenómeno OVNI, después de esta
confesión o memorias o el producto editorial que sea, ha marcado una seria
suspicacia, ha extendido una gran mancha de aceite por el océano de la temática
y a la que luego, si me place, referiré con mayor detalle.
El reportaje de este malogrado
crucero a lo largo del mundo naufraga desde su comienzo. El autor manifiesta
una evidente, y sorprendente, ineptitud en su estilo de narrar, ya no solo por
cuanto a un aspecto o estilo medianamente literario, ni así, así, sino en lo
que podría considerarse de una crónica periodística donde se le presupone mayor
solvencia o al menos tablas dada su trayectoria. Nada, ni literaria, ni periodística,
ni narrativamente que rascar en esta plana superficie; simple, reiterativo y
monocorde, un libro para olvidar. Un hundimiento narrativo donde, también de
manera incomprensible, y decepcionante, irrumpe el morrocotudo ego del escritor
o aquel tenaz periodista que no se reconoce. No solo por lo concerniente a
publicitar, sin medida ni acomodo y de manera insolente, otros libros suyos,
como es el caso de “Gog”, los que no han tenido un nivel de ventas exigible o
una aceptación mínima, y es que el negocio es el negocio, sino por su vanidad
arrolladora, inconcebible en quien siempre se le consideró tímido y sencillo,
tanto que en ocasiones (casi) roza lo estrambótico. No. No voy yo a criticar o
denunciar su plagio de los “Libros de Urantia”, y menos a su creencia o
particular fe en Dios, en el Padre Azul, en Jesús de Nazareth, o en su apócrifo
mensaje o revelación o incluso epifanía… No, no lo voy a hacer; pero sí me
permito reprochar, por evidente, por excesivo y por ello incontenible, esa “superioridad”,
esa arrogancia intelectiva y moral como para, tras tomar un poco de aquí y de
allá, montar un edificio religioso, o pseudomístico, o de veleidosa filosofía o
afirmación, en torno a lo que ya se mastica como su nueva religión o credo; dotándolo,
con pesadez, de un marchamo inefable, de cierto, reduccionista, exclusivo y
exclusivista; presentándolo, asimismo, o presentándose, como un nuevo gurú o
santurrón o factótum seráfico…, tocado por el dedo del “verdadero” dios para trasmitir
sus misterios y mensajes e incluso redención… Escribe: “… tolerancia. Si tu
dios te pide algo a cambio, desconfía.” Lo que, visto lo visto, y sufrido lo
leído, cansa, mucho, y ni siquiera para mover un mínimo carcajeo, al menos. Absurdo
y mediocre.
Y por este desmedido
ego, resulta grotesco, irrisorio, que además pretenda arrastrar al lector en la
estrafalaria trascendencia de sus manías personales, las que a nadie deberían
interesar, por supuesto, y las que, sin duda alguna y por mucho que lo ambicione
e intente, no tienen nada de original o de utilidad. “… los dedos de los pies
si el viaje es largo… No podría cortarme las uñas si no consulto previamente el
reloj.” O alguna fobia o dolor mal asimilado o simulado y arbitrario: “No creo
que la humanidad tenga arreglo -le digo-. Somos peores que los animales.” ¿Son
los animales malos?
Tan jactancioso el escritor
o aquel tenaz periodista, para también permitirse la licencia de criticar, en
ocasiones con menosprecio e impertinencia, a máximas literarias de autores
famosos con los que el capitán del crucero amenizaba cada día la travesía,
defenestrándolas y anteponiendo sus propios pensamientos o frases breves o aforismos
personales que, sinceramente, por su profusión, por su sofoco, que si sobre el mar,
que si sobre qué preguntar a dios, y otras zarandajas románticas o ingenuas o
de una sensiblería “cortita”, constituyen infumables y simplonas metáforas a
las que ni con calzador logra cuadren o atraigan, arrojadas con toda la
monotonía, sin filtro ni contención, y de las que acaso se puedan salvar, como
de aquello de encontrar una aguja en un pajar, algunas frases, testimoniales,
como las que abre y cierra esta reseña. Envanecido por esta inesperada superioridad
intelectual o impresionable, J.J. Benítez tacha e insulta a autores de la talla
de Antonio Muñoz Molina, por un ignorado quítame de allá esas pajas o alguna revancha
pueril, o al gran Delibes cuando escribe: “… empiezo la lectura de El Hereje, de
Miguel Delibes (Premio Nacional de Narrativa en 1999). A la tercera página, el
libro se me cae de las manos. No comprendo: Delibes fue un maestro… ¿Por qué
abunda en palabras eruditas que nadie entiende? Ser culto no quiere decir que
no te comprendan”; y lo dice él, J.J. Benítez, quien acostumbra a “copiar y
pegar” farragosos tochos científicos cuya interpretación cuesta seguirle inclusive
a él. Pasmoso.
Esta crítica o mejor
menosprecio del escritor o aquel tenaz periodista, usando la letra gruesa, el agravio,
normal cuando no se tienen argumentos, adornándolo o emboscándolo a través de
reuniones con otros pasajeros más ultra conservadores que un cardenal del
vaticano y propias de esos diálogos de besugos de tabernas y saraos, la extiende
no a la política, o a los políticos, sino al actual gobierno español en exclusividad
e irritación. Insisto en que, usando términos peyorativos, ordinarieces, chascarrillos
hirientes, carga la culpa y responsabilidad de esta crisis mundial provocada por
la pandemia del coronavirus a un lado de la orilla política, la que representa
el gobierno español, soslayando, excusando con una clamorosa y significativa elipsis,
al otro lado de la orilla política, y mira que ahí hay donde asimismo censurar,
pero en la que parece estar muy cómodo y alineado y como un aguerrido numerario.
Sí, muy en la línea o directriz de la falsaria derecha española. Y es por este
descarado y tendencioso posicionamiento llamémosle político, totalmente
subjetivo, e injusto por arrojar falsedades del calibre, por ejemplo, de la culpabilidad
de la mortandad en las residencias de ancianos, que incita entonces a
desconfiar de aquella su característica objetividad y rigurosidad en ese otro
campo de la investigación Ovni y/o paranormal. Valga la paradoja ridícula, la
que después de afirmar, con razón: “No creáis nada de lo que sale en
televisión. La manipulación es constante”, salvo si es por menoscabo a este y
no a otro gobierno, a estos y no a los otros políticos. Tanto que, en
ocasiones, por el nimio peso político de su argumentación, momentos narrativos en
los que se imagina, una muestra, un puerto en la singladura del crucero en la
Plaza de Colón en Madrid, en ese encuentro arrojado de la oposición, loando la
segunda venida del Padre Azul en M. Rajoy o en su sucesor Casado, a una cohorte
de serafines o enviados en los preparativos post mortem de los mat-1, 2 o pi, a
las órdenes de Rivera o Cantó, o el Espíritu Infinito en su apóstol Santiago
Abascal con todo su apostulaVOX. Tanto que por ahí “cuela” un “Con Franco no
pasaba esto…”, con el que huelgan, en este aspecto, más comentarios.
Asimismo, por cansino,
y ridículo, tan inaudito, la gran manipulación y autoría estadounidense de esta
pandemia del coronavirus, más… la del sida y otras calamidades, inclusive la del
aceite de colsa adulterado en España,… pues de sobras es conocido, o inferido, del
manejo inicuo de los órdenes de nuestra existencia por parte de los grandes
bancos, las más grandes riquezas, de las agencias mal llamadas de inteligencia,
militares, etc.; pero de ahí a mantener, a afirmar, casi como una cuestión de
fe, a confiar en un dogma irrefutable del que es solo y privilegiado
depositario, sea por revelación divina, o propia en un estado alterado de
conciencia o de lo que fuese, o a que cuenta con información confidencial de primera
mano por parte de los “garganta profunda” de los nuevos tiempos, de extraordinarias
filtraciones secretas de los departamentos de seguridad igualmente ultrasecretos…,
realizadas por los canales más normales como una carta echada al correo, a un
periodista navarro en el que ese secreto se guardaría como un cubito de hielo
en el desierto de Gobi, o los tres tréboles en la máquina tragaperras de la
editorial…, no, no es muy creíble y ni siquiera por un uso, ficticio, como reclamo,
de recurso literario. Y es que no se puede confundir sinceridad con los
reflujos gástricos, por caso. Como tampoco al hecho de creer en ciertas profecías
o en otra información reservada y profética, pues, como dice el dicho: “cojón
visto, macho seguro”; o lo que es lo mismo: a toro pasado, todos adivinos, y cualquiera
puede de esta manera demostrar su dote y solvencia adivinatoria.
Sinopsis:
“La gran catástrofe
amarilla no descubrirá el gran secreto de J. J. Benítez (pero casi)
Horas antes de partir
hacia su segunda vuelta al mundo, J. J. Benítez recibe una carta procedente de
EE. UU. La carta es abierta, pero no leída. Juanjo embarca en el Costa
Deliziosa y, en plena navegación, surge la pandemia del coronavirus. Lo que se
presentaba como un viaje de placer se convierte en un caos. El escritor lleva
un cuaderno de bitácora en el que registra las incidencias de cada día. Primero
aparecen los personajes, las historias singulares de personas de más de 10
nacionalidades del mundo unidas por el afán de pasarlo bien y vivir la vida.
Poco a poco van llegando al relato los temas emocionales y el miedo al contagio
que hizo saltar todas las alarmas. De fondo, la investigación y los interrogantes
que una persona de la brillantez de Benítez siempre plantea.
La gran catástrofe
amarilla es una vertiginosa mezcla de aventuras, conversaciones, temores y
esperanzas. Al regresar a España, Benítez lee la carta procedente de California
y queda atónito. Nada es lo que parece. El final del libro es de infarto.”
De infarto… (risas) Y
es que, conforme a esta consideración, a ese fraudulento señuelo editorial de
“un final del libro de infarto”, naufraga como aquella filtración secreta sobre
el origen de la pandemia del coronavirus, o de la enfermedad de su mujer (por
cierto, esta tratada de una manera fría y aséptica, como si estuviera
asistiendo a una explicación rápida del doctor Cabrera sobre el dibujo en una
de las piedras de Ica…, inconcebible), en esta gran catástrofe literaria y
aburrida. Dediquen el tiempo a otras lecturas más amenas y provechosas, en
serio.
“¿Quién te inspira más confianza: el
Todo o la Nada?”
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