En esta calle San Francisco de Asís, en el Barrio San
Francisco, en Ronda, la ciudad del abismo sí, pero en su Barrio, uno y que es
solo, Barrio único y generoso, o acaso bonancible y de una sencillez ya cada
vez más diluidos, como su silencio, en una apariencia testimonial, nostálgica,
que como muestra constante y característica; aquí, decía, escribo, por esta vía
rutilante, placentera, he ido yo caminando, transitando entre luces y sombras,
recorriendo avatares con el alma y todavía con menesterosa entereza, aquella
tiniebla del tiempo, de la indecisión, acompasando el pulso, el paso, en sus
mayores ocasiones de forma inconsciente, con prisas, de modo mecánico, huérfano
de fantasías o quizás míticas quimeras, hundido en rutinas, aguantes, y donde
el impulso, a veces asimismo honesto, a veces, que teje los mimbres de la
identidad, de la tierra afín, incluso de la esperanza o por un mañana posible
desde un ayer asumido y reconocible, acoge una verdad fundamental de mi vida,
en todas sus versiones, y de todos los que ahí llegamos de acuerdo a un
desconocido, mas definitivo, plan en el plan universal de la providencia o el
destino en su término serio y desenvuelto. Negros postes o piezas de un ajedrez
de arrabal y acostumbrado a no ver al verlo siempre. He sido, así he mirado y
he sentido la comparación, la metáfora, la perspectiva insólita, como uno de
esos peones en su suelo de piedras, en la línea fronteriza del mármol, o de
albos adoquines, con la calzada igual de empedrada, en la acera abierta y
compañera, franca y bella. Me he visto como uno más entre ese despliegue, así
en firmes, de peones por la épica partida de la realidad, de este universo particular
en el que nací, al que a diario recorro, y en el que quiero partir, muy tarde
espero, cuando me toque o sea añorado más allá, o por la nada absoluta, y en el
origen de todo. La alegoría de las cosas pequeñas, insignificantes, como esa
procesión de balizas, con las que se apertura, en aperturas memorables y con
todo desapercibidas, con un movimiento quieto y ordenado de peones, a una
epifanía popular, a una voluntad costumbrista y eterna. Un azogue que mira
adentro, tan dentro de ese matiz oculto de la naturaleza, la esencia ensoñada, puede,
que vierte en la otra y personal, la de cada cual, en un espacio de convivencia,
de apego o de algún afecto, y por efecto de una pauta que fue causa y hereditaria.
No hay ningún misterio en esta formación de unos bolardos transmutados en
peones por la calle de la existencia, la de un Barrio que los mueve, (nos
mueve), parece que los detiene, (nos detiene), los empuja, (nos empuja), acaso
los sostiene, (nos sostiene), o a mí y ahora, otro peón negro y a la espera,
que lo vislumbro o idealizo con mayor o menor acierto. Con mayor o menor
acierto traduzco en letras el estremecimiento, la de una emoción, la de una
visión inesperada, para ordenar el juego de la vida, la imaginación que persiste
y forja un lugar estratégico con tradición, o un triste y necesario gambito por
un favor de leyenda.
"PEONES"
F.J.
Calvente ©
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