Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 27 de junio de 2021

"ECHO DE MENOS Y ECHO DE MÁS"



Leo en "El País", esta mañana de bochorno en la atmósfera y en la concurrencia, el artículo, "Lo que algunos echaremos de menos o de más", de Javier Marías, sobre la salida, más o menos juiciosa, más o menos precipitada, de la pandemia. Transcribo: 


“Lo que ya se advierte es que las predicciones más ñoñas no se van a cumplir. Se anunció que la plaga nos uniría y nos haría mejores. Que nos obligaría a reflexionar sobre la vida alocada y hueca que llevábamos, que nos daríamos treguas y pausa, que apreciaríamos la lentitud y enriqueceríamos el espíritu; que distinguiríamos lo necesario de lo superfluo (los obsesivos móviles), el porqué de nuestros viajes constantes, de nuestros afanes y prioridades. Que daríamos importancia a lo que la tiene y se la restaríamos a lo que no. Que seríamos menos atolondrados y más prudentes. Una bobada ilusa tras otra, con las excepciones de rigor.”


Y añado, en páginas más atrás del diario, o del suplemento dominical, este otro fragmento de Elvira Lindo: 


"Hay algo que tristemente no ha cambiado: el precipitado juicio popular, alimentado con alarmante frecuencia de prejuicios, hipocresías morales y odio colectivo." 


Para rematar, asimismo en El País, con la opinión de Rosa Montero: 


"... nos estamos volviendo tontos. O al menos estamos perdiendo la sutileza. Triunfa el pensamiento lineal y se deteriora esa maravillosa capacidad caleidoscópica de la mente humana que nos permitía manejarnos en la ambigüedad, en el doble sentido, en la ironía y la metáfora."


Poco o nada ha cambiado o nos ha cambiado como sociedad y, por supuesto, como humanos singulares esta aun activa y terrible epidemia. Pero vuelvo, quizás con un registro más personal, con aquello que echamos de menos durante los momentos más duros de confinamiento y lucha contra el maldito coronavirus, y por ende a cuánto echamos de más y mal, regreso pues con Javier Marías: 


“Echaré de menos el ritmo apaciguado, y que nadie moleste para proponer tonterías. Echaré de más el vocerío, la grosería sin freno y el ejército de termitas humanas que reanudará su tarea de corroerlo, estropearlo y destruirlo todo por nada, por vacío y rudimentaria diversión”. 


Porque esta reflexión de Marías me ha hecho mirarme, con sinceridad, muy adentro de mí mismo, desde la reciprocidad del argumento, y recordar otras letras que escribí el pasado 13 de marzo: 


"(echo de menos)... el riguroso silencio que penetraba por todas las rendijas de un pertrechado hogar. Un silencio al que una vez olvidé y tanto necesitaba y porque con este podía oírme a mí mismo y entender algún que otro sigilo del universo. Escapaba al balcón de mi casa, afuera, aunque sea en la altura, sin mascarilla, y como si arropase a una soledad muy sola, tocaba, oía, gustaba, olía el silencio, inédito, denso y celoso; tan solo accidentado por el retorno de los pájaros y el rumor de los surtidores de la fuente de San Francisco en la Alameda, a medio centenar de pasos, incluso alguna que otra madrugada me alcanzaba el incesante fluir del agua lustral del pilar anexionado a las murallas, un desierto mayor y lejano. Nada más. Un silencio embriagador que anestesiaba la aflicción, el pavor ante la tragedia." 


Ahora, ya echo de más esta acuciante y obsesiva colonización del espacio, el ruido como fingido artificio de un estar vivos, el egoísta divertimiento como otra de esas absurdas máscaras con las que huir del miedo, del fin... Y echo de menos, en aquel estricto silencio con el que me arropaba al salir, una y siempre, al balcón de mi hogar, la visión en la alameda inmediata de un fulgor naranja, solo uno, derramado desde una de las farolas en el fondo como lava incandescente y ajustado a una de las líneas longitudinales de mármol, solo una, que dividen en cuadrículas el empedrado. Un cristalizado reguero, como vertido de un otoño crepuscular, como un mágico camino de baldosas amarillas que reafirmaba la esperanza de que todo aún era posible.



"ECHO DE MENOS Y ECHO DE MÁS"

F.J. Calvente. ©

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