Cansado. Indignado. Superado. Por momentos, desesperado. Y es que andaba yo asumiendo la literalidad, como hoja de ruta, con una devoción casi bíblica, de unas letras de Benedetti: "Que llegue quien tenga que llegar, que se vaya quien se tenga que ir, que duela lo que tenga que doler… que pase lo que tenga que pasar", cuando la contrariedad suspiraba sacástica tras la esquina, otra vez, con su alarde exhibicionista, fijador y sentencioso: "A cada cabo, hay tres leguas de mal quebranto". Y remataba, descojonada, con un chulo y provocador: "... a joderse, guapo".
Por tanto, sin otra lucha o argumento o camino, sin héroes de fe y sobre todo de quimeras, ha sido una bendición tomarme una pausa, un alto, un desahogo helado, rubio y espumoso, con los ojos cerrados como si con cada trago pudiera rebobinar unos metros en la cinta de mi vida. Y con esto, gracias Homer Simpson, un sorbo y más soltar cable desde mi naufragio al universo: "Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor, ¡sálvame Superman!", ... o acaso, por el escudo estrellado estampado en mi camiseta, bajo el cabestrillo, un ¡sálvame Capitán América!.
Salud, precisamente.
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