“Hasta que uno no ha amado un animal,
una parte del alma sigue sin despertar.”
No estás. Te has ido.
Por el tiempo que hace de tu marcha, los días y la ventura advierten más de lo
definitivo que de lo provisional. Con todo, por la fuga, al reparar en la cadena
extendida, tirada en el suelo, infame, apocada, con un orín aún invisible de un
rencor sordo, en la boca rectangular de la caseta que tan áspera se te hacía y
a todos nos preocupaba en las intemperies más intempestivas, en unas moscas
desorientadas, mejor, en las cabras pegadas al vallado con expectante asombro y
rumiando sigilo, en unos huesos sin roer y en un temblor en el espejo del agua
de los dos cubos junto al rosal de pétalos marchitos, no logran despejar la
duda interna o el empeño ante el disgusto de la ausencia o el contento por una
libertad romántica y poética. Allá donde estés, ojalá que con la libertad que estimuló
tu huida, por ese vasto y plegado horizonte de piedras originales, de alturas
caídas, de oquedades vírgenes y misteriosas, de agua como maná del cielo, de
soledad y ubicua enormidad, gris, azul e intrincada, en el reclamo de guardián travieso
tras un rebaño de ovejas que pastorean silencios y arraigos, o en otro encierro
menesteroso del que escaparás con viento favorable, o en la liberación total de
la tierra y de la mezquindad de los humanos, por mucho que esta duela, sonrías
como lo solías efectuar y permanezca por siempre el guiño impregnado en el
ambiente, en la memoria, y del abrazo que dispensabas con generosidad al
sumergirse con ánimo en tus tiernos y profundos ojos, aún jóvenes pero despejados
a universos enteros, absolviéndonos de nuestras rutinas y mentiras. Grande,
mullido, blanco, honesto y bueno. El animal hembra. “Linda”.
Esta curiosa foto que
ilustran estas letras, sin filtros, sin proporción o afinación o estética, sin
encuadre o infractora al dogma fotográfico, no es de ahora, se urdió meses atrás,
allá en marzo y al medio día, y quizás entonces con la intención de apostar una
imagen a este testimonio de tu evasión acaso eterna y congraciada con la
leyenda. Porque la fotografía no la hice yo, la hiciste tú, y ya no sé si aspirándolo
en verdad o por mera y frágil suerte, en un momento de entre tus afectivos arrumacos,
caricias y regocijos. El teléfono móvil estaba junto a mí, ahí lo dejé, en el
banco longitudinal que separa la zona de las terrazas del caserío de la de la
piscina y donde estaba sentado, en un alto de unas gratas tareas campestres,
para verte ahí, próximo, bien durmiendo al sol, o bien con tu tímida y franca curiosidad,
o jugando conmigo o con elásticas quimeras inalcanzables. El tiempo se deshacía
de esta manera en líquidas ilusiones, tomándote en consideración y sintiéndote
conmigo. En una de tus aproximaciones hacia donde yo estaba, para jugar, para
darme un beso, para que te acariciara, te rascara bajo las orejas, acaso tu
pata cayó, se apoyó sobre el móvil, la pantalla abierta, asequible el icono de
la cámara fotográfica, y el destino hizo la foto casual para la causalidad ahora
de este sentimiento escrito.
Hoy no estás. Te has ido. Y he recuperado esta fotografía. Tu recuerdo. Tu hondura amable. Deseo y no deseo que vuelvas ahí, donde yo también estaba de prestado, por un favor diluido con desaire, donde las cadenas pesan más que el hambre sin ellas y tus patas aún guardan distancias por ganar. Solo quiero estés en perfectas condiciones, segura, con las necesidades cubiertas, venturosa, respirando libertad. Y si ahora te echo de menos, sea por lo que me diste sin pedir nada a cambio, por tu lealtad, tu cariño, por hacerme despertar, en esta primera muestra de aquello que dijo Anatole France, una parte de mi alma natural. ¡Corre, corre, Linda! ¡Corre… hacia un sueño, … corre!
“LINDA”
© F.J. Calvente
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