“Era un espacio donde me podía encontrar
a mí mismo. Era un espacio donde podía leerme.”
2020 nos deparó, con
el 38º Premio Herralde de novela, dos excelentes narraciones de la mano de Luisgé
Martín, ganador con “Cien noches” (http://fjcalv.blogspot.com/2021/01/libros-que-voy-leyendo-cien-noches-de.html),
y la finalista “Los llanos” (Anagrama, 2020) de
Federico Falco.
Esta última leída es una novela muy bella, interesante y honda… Bueno, de una
narración bella, interesante y honda no hay duda al respecto; sin embargo, al identificarla
de novela, … no se sostendría alguna que otra característica que lo reafirmara,
como la trama sin argumento, sin clichés ni otros artificios manidos o estándares…
“El tiempo sin narrativa, sin historias. El tiempo del llano.” De hecho,
lo apropiado sería tratarla como una novela bella, interesante y honda, sí,
pero original, diferente, una reflexión de voz callada, mas intensa, en cada
golpe de dolor o en cada golpe de la azada en la tierra. “Una novela sutil que
aborda el duelo de una ruptura. Un libro sobre el tiempo que pasa y sobre el
llano en el que habita un hombre que cultiva una huerta y mira y recuerda y
escribe.” Esta aceptación reflexiva o esta búsqueda de reencuentro tras una
ruptura amorosa, que obliga al autor o protagonista a embarcarse en una
realidad totalmente contrapuesta al ambiente de la ciudad, con la única preocupación
de sacar adelante no su oficio de escritor, sino un huerto, lleva a recordar o
a ejemplificar, de entre la semblanza anímica, aquella traslación o alegoría sobre
la literatura que efectuó Luis Landero en otro memorable y también
autobiográfico libro, “El huerto de Emerson” (http://fjcalv.blogspot.com/2021/04/libros-que-voy-leyendo-el-huerto-de.html)
“Me repito una y otra vez que hay un tiempo para cada cosa. Un tiempo para
la siembra. Un tiempo para la cosecha. Un tiempo para la llovizna. Un tiempo
para la sequía. Un tiempo para aprender a esperar el paso del tiempo.” Asimismo,
estirando este aspecto metafórico, subyace un mensaje delicado: cómo tras un
término, un fin, tal vez en este proceso de duelo y restablecimiento, existe
una vuelta a la tierra o a los orígenes donde solo puede emerger un hombre
nuevo.
“Virginia Woolf, buscando reproducir
en sus oraciones el ritmo de sus paseos. Adjetivos como curvas, adverbios como
cuestas, subordinadas como desvíos, asonancias y cacofonías como basura a la
orilla del camino … Los sentimientos nunca son una palabra.”
Federico Falco, con
una prosa simbólica, efectista y enternecedora, sencilla, llena de matices y sutileza,
nos ofrece en “Los llanos” un itinerario interior a través de los meses y de
las labores en la huerta; sobre el dolor, la fragmentación, la soledad, la
inquietud y el desarraigo, incluso de la resignación y la desesperación, que
conmueve de manera insospechada no por su artificio, sino por su realismo,
precisamente en ese depósito del tránsito de unas imágenes en el cultivo del
huerto y de las estaciones, del calor, de las lluvias... y del alma.
“Yo ahora solo quiero mirar el
horizonte, la llanura, fijar los ojos en la distancia, que me inunde el campo,
que me llene el cielo, para no pensar, para que lo que sucede en mí deje de
existir todo el tiempo.”
Sinopsis:
«En la ciudad se
pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es
imposible», empieza diciendo el narrador de esta historia, que a continuación
va desgranando su día a día en una casa con una huerta donde se ha aislado de
todo y de todos, tratando, acaso, de huir de sí mismo. El tiempo ahí casi se
palpa, avanza sin premuras y permite sentir los detalles más minúsculos: los
insectos, los ruidos, una hoja que cae, el olor de la tierra húmeda...
Esta historia empieza
en enero, y se nos cuenta en capítulos que abarcan varios meses. El
protagonista establece vínculos mínimos con personas del entorno rural en el
que se ha autoexiliado, recuerda su infancia –aquel italiano veterano de alguna
guerra que se ahorcó al confundir las luces del pueblo con fogonazos de
cañones; aquellas historias que contaba la abuela, acaso reales, acaso sacadas
de alguna película...–, evoca su llegada a la ciudad como estudiante, el interés
por la estructura de las historias que contamos, el empeño en desentrañar el
secreto de su funcionamiento; y evoca su relación con Ciro y su ruptura con él,
que lo ha traído hasta ahí.
Esta novela sutil,
elusiva y bellísima aborda el duelo de una ruptura, la soledad que activa todos
los sentidos, la sabiduría secreta de los versos iluminadores de algunos
poetas, la necesidad de contarnos historias... Este es un libro sobre el tiempo
que pasa y sobre el llano en el que habita un hombre que cultiva una huerta y
mira y recuerda y escribe.
«Después de ser
abandonado por su novio, un escritor decide volver al campo. Alquila una casa y
dedica los días, las semanas, los meses, a cultivar zapallos, lechugas,
achicorias, a pelear con los yuyos y las hormigas, a criar gallinas, mientras
intenta comprender los motivos por los que fue rechazado y rememora la historia
de sus ancestros, llegados del Piamonte a principios del siglo veinte. “Contar
una historia cambia a quien la cuenta”, nos dice el protagonista de esta
novela, quien entiende la escritura como una manera de atarse a la vida. Pero
leerla también nos cambia, nos hace sentir que incluso en los peores momentos
hay una tierra en la que podemos apoyar los pies e inclinarnos para encontrar
la paz y una literatura a la que es posible encomendarse para reconciliarnos
con nosotros mismos» (Juan Pablo Villalobos, miembro del jurado).”
“Contar una historia cambia a quien la
cuenta.”
Una novela atípica,
pero indispensable, obligada a su relectura y recuerdo.
“En el campo, y más en otoño o en invierno, una casa siempre es un refugio. Se siente en el cuerpo la inmensidad que la rodea. Una casa en el campo tiene la forma de un gran silencio.”
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