“Ya somos el olvido que seremos.”
Las cortinas cumplen con
su función. Sólidos espejismos que nos protegen del exterior, nos resguardan de
ligerezas humanas o de insidiosos insectos, de ciertas fobias, manías y en
definitiva de algunos miedos. Frágiles pantallas que velan por la intimidad,
aunque la ausencia sea tramposa al difuminar la representación del rodar del
mundo de afuera. Trémulas barreras en el intermedio, de un estar o no estar, de
un estar a salvos, en paz, o en el afán de ocultos inquisidores, por malestar o
solo por asesinar a los momentos, con vestir al tedio o a la curiosidad. Caricias
de sus cuentas en los tránsitos de dentro al exterior, demoradas, y de alivio
mayor y gratificante al viceversa; entre susurros de una voz persistente, la
del tiempo, y algo más insistentes en las palabras que desliza o toca con
sugerencia musical en sus laminillas el viento. Ayer incluso proponían a distracciones,
lúdicas e ingenuas, ¿verdad? Frenos, filtros, a llamadas que se aplazan o se
hunden en la incertidumbre regurgitada con cautela de gargantas más próximas o
extrañas, a bienvenidas o encogimientos por un silencio mezquino a despedida o
destierro. Cortinas o velos, visillos o persianas, celosías o cierres, de
tejidos sintéticos u otras texturas, de abalorios de plástico o PVC en sus
tiras de caída vertical o estas de metal que refulgen las albas y los ocasos, o
un destello súbito y efímero, de un cristal, un coche que pasa por la
carretera, o este que llega a la estancia, en el reflejo de platas en una
palmera o de las hojas de un recio arbusto que la sustituya o mejor en la
lisura de una roca tajada y épica, de la llama que enciende un cigarro, o de un
resol anónimo y momentáneo, tras una mirada que cambia, se mueve, y entonces se
desvanece. Tras las cortinas, afuera, el universo, afrentoso afirmar si la
realidad, o una realidad consensuada para todos; adentro nosotros, o ellos, los
otros, indiferentes al espacio porque solo duran los tiempos, los instantes, los
hechos que los esculpen y conforme a la emoción estos así se olvidan o
permanecen. Y con todo, Jorge Luis Borges, o además, con estas, o a través de
estas, de las cortinas de la casa, del hogar, fijo o provisional, miden y exponen
el grado de valentía y expiación, de revelación o de transgresión quizás, por
el número de veces de quien permite, como en la fotografía, la confluencia de
los dos ámbitos, interno y externo. Este, al entornar ahí con seriedad, o con una
tristeza reflexiva, melancólica, con las palmas de las manos las tiras, con
suavidad, y donde a través de la apertura, de la dilatación diáfana, abre
resquicios en su frontera, opacidades vulneradas a medias, aberturas geométricas
en cuña o incisivas, intersticios sean por curiosidad o agotamiento, por respuesta
o indicación, bañando de sombras y luces aquel perfil, la presencia del yo o
del otro, “alguien, cualquiera”. Sin embargo, estos son asomos no definitivos,
imprudentes o tímidos, todos insuficientes para refutar el preámbulo, este
complicado y extraño camino o pensamiento, al no desmentir, sino al aseverar de
otra manera que ya para el mundo somos el olvido, este voluntario o tal vez impasible
tras la cortina, que seremos.
“CORTINA”
© F.J. Calvente.
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