Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 29 de octubre de 2021

"CUÁNTA MUERTE EN VIDA"

 


"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.


“¿Qué me ha ocurrido?”, pensó."


"¿Qué me está ocurriendo?", se preguntó asímismo tras leer el comienzo de "La metamorfosis" de Franz Kafka. Libro que, inexplicablemente, había caído de la estantería del salón cuando ella, "Soledad Velada", pasaba hacia un lugar de la casa donde ya no importaba cuál ni su motivo; como si su sombra, o su aura, o el tenue crepitar del aire a su paso lo hubiera dejado caer con travesura y misterio, como un pajarillo con las alas extendidas precipitado de un nido para siempre huérfano. Al coger el volumen del suelo leyó el fragmento inicial, solo hasta la pregunta que separaba los primeros párrafos, interrogación que le hizo preguntarse por el sentido de sus días y en la efemérides religiosa próxima de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, e inclusive en el profano y asimilado Halloween.


Su cuerpo presagiaba a la vecina borrasca, incluso al cambio de hora, sobre todo a la apertura del portal que auspiciaba una más estrecha comunicación de los vivos con los muertos. Toda esta conjunción, entre especulación, duda, emoción y un remusgo incómodo, gravitaba en torno a la pregunta o de las dos preguntas, la literaria y la propia: "¿Qué me ha ocurrido?" "¿Qué me está ocurriendo?" Una hoja del balcón abierta. Olía a la lluvia que aún no había llegado, un presentimiento a tierra mojada, pronto, junto a un aroma de las flores muertas que engalanarían, con respeto pero también fatuidad, las sepulturas de quienes, pronto o tarde, adoloridos o aliviados, se habían ido, a un agarrado humo de las primeras chimeneas, seco, a un efluvio nostálgico, casi una memoria vaporosa, a castañas tostadas, masa frita y un traicionero anís. Cerró la ventana, un estremecimiento, de frío y asimismo de inquietud. Se fueron formando otros visillos de vaho en los cristales, alternos, donde ella permanecía con la mirada de su reflexión, la de aquellas dos preguntas, en la calle y en una luz blanca de agua que le había ayudado a leer ese inicio de "La metamorfosis". Todavía el libro en una mano, con su dedo anular entre las páginas, asegurando el espacio de letras, la espeluznante transformación de Samsa. Respondió entonces con otra pregunta a las predecesoras: "¿En qué monstruo me he convertido?", la que pareció garabatearse en el frágil aliento solidificado en el vidrio, y de seguido: "¿Sé reconocerlo, al monstruo, en estos momentos?" 


Más: Soledad Velada sintió aguijonearle una paradoja, recelosa por divertida, muy conforme con el hilo de su pensamiento, pues en una  festividad en la que, además del culto a los difuntos, santos presuntos y apocalípticos incluídos, del mismo modo se celebra con algarabía el terror, el miedo, el susto por aquello de ser otros en otros disfraces bajo el intrigante mantra del "truco o trato", a ella, contradictoriamente apuntó, le urgía despojarse, ahora, de esa otra máscara, ese otro disfraz, impuestos por la sociedad para no desentonar, para no situarse en el límite de lo establecido, en el borde del vacío. Máscara y disfraz, estos que llevaba puestos desde que renunció a la niña que una vez fue y quien atesoraba, sin disimulos, su esencia verdadera. 


Una sonrisilla trémula, de la que Soledad Velada vio a modo de un esfumado en el vaho intermitente del cristal, se dibujó en su rostro, la que no tenía calor pero sí un color característico. Y más se acentuó su cromatismo cuando tiró de la cavilación, así como una masa húmeda de harina desplegada con las manos o con el rodillo de la experiencia, en un mapa de deseos, de cartografías de sueños inalcanzados, antes de que crepitara en el aceite hirviendo de los sentidos, de la realidad. Continuaba siendo absurdo que en estas fechas de conmemoración a los muertos, a ella le invadiera la urgencia de plantearse, con sincera introspección, cuánto de muerto o mejor muerta era, qué carga de muerte soportaba en su vida o también podría decirse por cuánta vida no había vivido, en lo de un vivir sin vivir o al dictado de una gris inercia y rutina. Porque de una cosa estaba muy segura: el miedo como el disfraz, la máscara predilecta de la muerte, de la muerte en vida mientras pasan los días sin pasado ni recuerdos bellos. 


Exhaló un agudo y largo suspiro que arrojó un vaho más compacto y duro en el vidrio del balcón. A continuación rescató, sacó el dedo anular de entre las páginas inaugurales de la breve pero intensa novela de Kafka, a la que pasó a su mano izquierda, y pintó un corazón en el cristal, atravesado no por una flecha, sino por lo que parecía la escoba de una bruja todavía con vuelos por consumar.


"CUÁNTA MUERTE EN VIDA"

F.J. Calvente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario