Fría la mañana que aguijonea con esquirlas de desasosiego, «nulo en el fondo de toda la expresión, como un polvo indisoluble en el fondo del vaso donde se ha bebido agua.» Desasosiego, en un pronóstico de la herida melancólica por la vecina Navidad, de acuerdo, aunque tampoco sea casual que hoy el Poeta, en mayúscula, Fernando Pessoa, añada un número más en el aniversario de su muerte, y cuando ya nada importa más que un sentido, o los sentidos, al universo de sus versos.
Y en estas efemérides casi invernales, me miro en el espejo de uno de sus heterónimos, Álvaro de Campos, para sincerarme y asimismo acordarme del Poeta:
"Estoy cansado, está claro,
porque a estas alturas uno tiene que estar cansado.
De qué estoy cansado, no lo sé.
De nada me serviría saberlo,
porque el cansancio sería el mismo.
La herida duele porque duele
y no en función de la causa que la produjo.
Sí, estoy cansado,
y un poco sonriente
de que el cansancio sea sólo esto:
ganas de dormir en el cuerpo,
un deseo de no pensar en el alma,
y por encima de todo una tranquilidad lúcida
del entendimiento retrospectivo...
¿Y cambia la lujuria al no tener esperanzas?
Soy inteligente: eso es todo.
He visto mucho y entendido mucho lo que he visto,
y hay un cierto placer hasta en el cansancio que esto me da,
pues al final la cabeza sirve para algo."
Fernando Pessoa (13/6/1988-30/11/1935. Lisboa.)
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