Después del poemario “Actos impuros”, (Hiperión, 2017), Premio
de Poesía Hiperion, en el que Ángelo
Néstore se exigía en “quemar los
puentes/ que sostienen todo lo que supe en masculino”, con un verso
desnudo, por esto hiriente, asimismo de una belleza iluminadora, “con la garganta limpia de quien nunca tuvo
que gritar para que se le oiga”, con una nueva concepción de la idea de
masculinidad, también de feminidad, o sin duda ni lo uno ni lo otro, ahora, en “Hágase mi voluntad” (Pre-Textos, 2020),
el poemario con el que obtuvo el Premio Emilio Prados, trasciende de aquella
exigencia, a esa idea, desde una decepción siempre latente, desde una
responsabilidad por ir más allá, por obligarse a asentar un nuevo derrotero más
natural, equilibrado y ajustado al del imperante poder masculino, del
patriarcado y su condición y abuso en la sociedad pasada y presente con su
férula de opresión e incluso brutalidad, como el caso de “la manada” y otras
violaciones a la mujer, del lenguaje sexista, de la herencia, de la tradición y
de todas las imposiciones sociales o colectivas, estereotipos, privilegios de
clase y de género.
“Jadeo como la bestia que soy”, así escribe
con cruda belleza, en un acto primero de provocación y luego de herida y de
conciencia, con todos los condicionantes o condicionamientos que determinan el
lenguaje, la comunicación, la palabra, la letra, el verso, la imagen. “Debe existir un lugar donde poder inventar
una lengua / que no hable siempre en masculino”, u otra forma de expresarse
y a la que hay que, con voluntad, asumir y acostumbrarse, a superar los
límites, acomodar el espacio transgénero o binario o… aquel que se sienta, para,
en definitiva, sin identificaciones, ser.
“Lo que ocurre a mi alrededor está
escrito, / pero no me nombra”. Son varios los temas que el poeta revuelve para
alcanzar o aproximarse a esta concepción, a esta reivindicación, a este grito en la noche uniforme y lesionada:
la muerte, “acaricia sin saberlo el lecho
de su tumba: / la idea de la muerte cae un día sobre la niñez / y la fusila”;
la madre, acaso en el arquetipo del matriarcado, de una vuelta a los orígenes,
al útero terrenal y por medio del que penetrar el universo de nuevo; y
especialmente de un encuentro o reencuentro con la palabra, el lenguaje de una
nueva expresión de conocimiento y singularidad, de lo personal, de lo pequeño,
hacia la otra libertad compartida, a lo universal, la voz trascendida de
hombre-mujer, la de una nueva identidad transgénero, o esta sin
identificaciones y ni menos imposiciones biológicas, culturales o
tradicionales.
Néstore es osado, honesto, rotundamente
responsable con su inquietud, con su dolor, con su luz, “¿Te sorprendería /
ese corazón helado y hueco / que imagina el calor de tus manos?”, presentándonos
una nueva e interesante insinuación literaria, necesaria, un nuevo campo o
canon poético basado en una fresca mirada del mundo, la surgida del derrumbe de
determinados cimientos, circundada a la normalidad sexual y por tanto existencial;
invitándonos a la reflexión sincera, a ir despojados de los viejos usos, a
restañar las heridas, la espina clavada en la piel, de la realidad, de la
herencia. “Me empeño en habitar algo / que aún no me pertenece. No hay
sosiego / si miras desde el filo.”
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