Fiel a la cita, la tierra del Valle del Genal, en este caso Pujerra, con sus ecos de leyenda como la del rey godo Wamba por sus límites de sierra Bermeja, se abre, se engalana, se desnuda al otoño con culminante y mágico esplendor; en una orgía cromática de carmesíes, azafranados y dorados, en la noche más cercana, en temblores más helados. Cuando en otro lugar ya se hace tan difícil advertir el otoño, asimilado por un pertinaz estío o por un implacable invierno con sus fríos y exilios, aquí permanece el privilegio, por ser milagroso, el cíclico acontecimiento de una estación veraz, rutilante y hechicera. En estas fechas de una segunda primavera de cobre, cuando se llega para recorrer sus caminos que por inclinados y retorcidos son intensos, donde cada hoja es una flor, insinuó Camus sobre el otoño, al pisar las primeras hojas marrones en el suelo, al humedecer la visión con esos ocres luminosos, al respirar un fresco intermedio de renovación y candelas, al oír el silencio desde muy adentro, sientes, ahí mismo, con su melancolía y alteración propias, como siempre fuiste esto: otoño.
"Ocaso de cobre II"
F.J. Calvente.
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