Aunque han terminado las jornadas celebradas este fin de semana sobre el Legado de Cayetano Arroyo, en verdad acaban de empezar, o han regresado a su origen, al origen de cada una de nosotros; para tratar de que su mensaje, de una hondura o trascendencia únicas, reescriba el destino o insinúe la revelación en "los Hijos de la Luz, que trabajan Conscientemente por la implantación del Reino de la Paz y el Amor en la Tierra"; o mejor nos impulse a no hacer NADA y a que sea la propia Vida, en su Silencio, quien lo haga.
En momentos de los distintos actos desarrollados en el Convento Santo Domingo, bien ante uno o muchos de sus cuadros, en un testimonio ajeno, un recuerdo, unas palabras, unas letras declaradas, la alquimia de una mirada, las hubo intensas, o un grito del silencio, ese canto de los pajarillos o la música de las esferas, ha surgido el pellizco adentro, el estremecimiento, la alteración que sana y permite abrazar a lo inaprehensible sin querer limitarla, la chispa, el destello de luz, de entendimiento; así surgidos de manera espontánea, caprichosa conforme a esas casualidades disfrazadas de azar, las que aparecieron como por ensalmo y permanecieron en una densa energía derramada en el espacio y en el tiempo de los presentes. Instantes tal vez de magia, de sincronicidad, de un reconocimiento perdido, excepcionales, tildes en el legado que Cayetano Arroyo sembró en todos nosotros y aún en algunos sin germinar, ya llegará su momento y será extraordinario.
Segundos o siglos en los que nos hemos identificado con la foto de Elicia Edijanto que ilustra estas líneas. Cuando al llegar aquí o allá, siempre corriendo, las horas con su manejo y mordaza, a un abismo de los días, de usos y rutinas circulares, en un precipitar de lapsos, contextos o circunstancias donde inevitable es detenerse, por la fractura inevitable, de falla en la existencia; a demorarse en la carrera al sentir un sincero dolor por no saber quiénes somos o quiénes en verdad deseamos ser, al mirarnos en el espejo del precipicio y ver solo un eco de sombras. Entonces surge la esencia, la palabra, la reunión en una unidad que debe ser maravillosa, la Belleza, y nos dejamos ir... Nos dejamos acompañar de la energía, del conocimiento, del amor que hace saltar los anclajes del miedo, para dar el primer paso a lo imposible de un vacío donde todo termina y no tenemos alas o la esperanza de que aparezcan, y comprobar que no caemos, no. Cierta ligereza nos envuelve los pies, párpados que se cierran, se abre el pecho, en un cuerpo que siente deshacerse, sea en un santiamén, del peso del mundo. No nos caemos, no, tampoco soñamos o quizás sí. Solo imaginamos, sentimos, volamos, con alas y sin ellas, sintiéndonos formar parte de Todo, viviendo, viviéndonos, en consciencia.
Gracias, Cayetano Arroyo, por prestarnos tus alas, por hacernos despertar, por atrevernos a ser lo que ya somos, sea por unos instantes, en un latido común de amor hacia el interior de fuera. Paz y bien.
"El Legado de Cayetano Arroyo"
F.J. Calvente.
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