Hace tanto calor que el silencio que habita la soledad de la media tarde discuten entre sí de otras modorras y nostalgias. Por un momento, me miran y callan, se derriten u ocultan en esta tragedia canicular de luces y sombras, de plomos y espejismos. Me hubiera gustado pasar inadvertido; porque ellos, y con ellos el callejón, son así de necesarios para mí, incluso con esta calor, incluso con sus melancolías delicuescentes.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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