La nostalgia es un entramado de arraigados recuerdos, de permanentes incandescencias, como esos nervios puros, la sonrisa de expectación, ese pellizco en el pecho, tan hondo, tan adentro, cuando de niño veía los primeros y enormes camiones de los feriantes en la Alameda al salir por la tarde del colegio o en su entrada de buena mañana; como aquel derrame de tacos de madera de la pista de coches de choque que en su caos sostendrían los hierros ilusionantes de la existencia. Hoy, mayor, o joven con más experiencia, vuelvo a ver, a sentir, a reconocerme en esa nostalgia, en unos preliminares a la Feria del Barrio; y a vivirlos de nuevo, a vivir y no mantenerme o dejar pasar el tiempo en el primer aliento del otoño.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario