Echo o extraño cosas de menos en la Feria del Barrio. No se trata de comparar un tiempo con otro, no, o no como alguien dijo de una peligrosa manera de la nostalgia. O acaso sea por ella, por nostalgia, mi extrañeza o insólita incomodidad actual o mientras garabateo estas letras. Nuevamente un pulsante vacío en el pecho, zozobra de cicatriz abierta, sangrada, desnuda, sincera. Pienso. Miro fuera desde adentro. Lo primero que experimento, aunque indemostrable, es de haberme cortado, lacerado con una arista afilada de aquella; porque también la nostalgia, tan seductora mentirosa, como admitió otro, no solo es un caleidoscopio de recuerdos o vivencias amables y romas. Un desgarro, convulsión, corte o herida producido al hojear el programa o "libreto" de Feria...; bueno, un decir, mejor lo dejo en un apresurado mirar, a mirarlo, ni leerlo, por ser solo un suelto, esquema, huesos, como un árbol de la Alameda sin hojas en invierno. Me gusta, dicho sea de paso, su portada, o la imagen antigua elegida o más bien impuesta en cartel de las fiestas, antojada o así como una singular puesta en escena de un "western" rondeño, o ceporrero, de principios del siglo pasado. Me irrita la escasa imaginación de los que tienen que imaginar para gobernar y para hilvanar unas letras de saludo que no sea el mismo "corta y pega", el mismo pastiche inveterado feria tras feria, año tras año; por el contrario, por correctos, esperados y apreciados, los "saludas" de Antonio por la Hermandad ("...renovado compromiso con los valores que San Francisco nos legó: la paz, la fraternidad y la sencillez.") y Juanma por la Asociación ("Esta feria es más que una celebración: es el reflejo de nuestra identidad, de la unión que nos define, del respeto por nuestras raíces y del compromiso con nuestra gente..."), a los que honestamente agradezco; admirado y conmovido asimismo con la prédica de bienvenida o esquela de Francisco el párroco, por su valiente ruego de Paz y de fin de la masacre en Palestina ("...no nos podemos cruzar de brazos ante esa inhumanidad que está aconteciendo.") Por lo demás, idéntica o reiterada programación de actos, esta que dentro de lo poco no es poco sino mucho, mucho de posibilidad y atractivo. Repetición o insistencia de actos o desarrollos a excepción de una foto, única, emotiva, genuina, la que como un náufrago en un mar en calma ilustra, pequeña, el escueto programa o aviso ferial. Y con ella la herida en mi esencia o aquel hierro en la extrañeza de un extraño ante la Feria de mi casa, del Barrio.
En un primer momento, con congoja y sobresalto al ver la vieja fotografía, me vino a la sien una frase de Melville: "No podemos vivir solo para nosotros mismos. Mil fibras nos conectan con nuestros semejantes; y entre esas fibras, como hilos simpáticos, nuestras acciones corren como causas, y vuelven a nosotros como efectos". Allí estaban ellas, ellos, un grupo de vecinos del Barrio San Francisco. Personas de las que a lo largo de las décadas sentí y creí y me entusiasmaba con que estarían siempre ahí, aquí, en esta o en aquella calle, en uno de los poyetes de la Alameda, en este o en aquel comercio, al fresco en noches de estío o al calorcito de un dorado sol junto a sus fachadas encaladas; con una escoba en las manos o aún con ensueños, tras unos recíprocos "buenos días" o un suyo "¿Cómo está tu madre, niño?" y un mío "Bien, ¿y usted?". Y ahora, casi todos los de la foto ya no están entre nosotros, definitivamente se marcharon de estas calles, de los poyetes o de unas palabras de compromiso con la vida que se las llevó un viento que no vuelve si no es con el recuerdo. De todos, de entre los trece y buenos, mis vecinos hasta que también yo deje de serlo, quedé más tiempo observando al primero, arriba y a la izquierda de la sepia instantánea. Antonio García Serrano, si la memoria con sus apellidos no me falla, de calle Las Kábilas, bajo, retaco, calvo, chato, de modoso y afable aire, con su tic o gesto de plisar sus labios como si rumiara un concepto absoluto, con quien al encontrármelo en los calmos avatares del diario, acá o allá en nuestro pueblo, creía aparecería de un momento a otro la Blancanieves de viñeta de un cuento para reclamarlo; él, armado en sus últimos años con papeles, hojas, lápices y bolígrafos, quizás porque fue el primer poeta del Barrio, doblegó su analfabetismo con esfuerzo, voluntad y versos. Rememoré su alegría, su satisfacción, cuando por primera vez vio uno de sus poemas publicados, abierto a todos, libre, en un libreto o programa de la Feria del Barrio.
Echo o extraño de menos...
Este recuerdo, al "hojear", al hoyar en solo unos instantes el suelto o programa de esta edición de feria, incrementó o alentó la aparición imprevista de otras y desordenadas memorias, impregnaciones o vivencias que la nostalgia trama en raíces no solo del tiempo sino del espacio, de la identificación o genética concretas de unos seres con su terruño, de nosotros o mi caso o historia o leyenda con el Barrio. De tal manera estos aparecieron, transitaron, se esfumaron para renacer desde otra perspectiva, a través de mis retinas de ojos cerrados, húmedos de sonrisas y lágrimas, en los oídos como un susurro, como un aliento familiar, como el rumor del agua del pilar ante unos silenciosos y coloridos crepúsculos por el prado viejo, en mis manos como caricias, a una piel, un libro, a una superficie y hondura queridas y retenidas y reclamadas,... a todos mis sentidos y no pocos pliegues del alma: a otoños que entonces eran otoños y que este año, acaso por solaz, por travesura, muestra su excepción a lo que fueron y me crearon con su soledad de cobre; a ellos, ellas, más cercanos o más consustanciales, vecinos y amigos, familia; a fundamentos, fuentes y promesas, compromisos o sensaciones...
A todo aquello que hace unos minutos, unas letras más arriba, unos latidos que antecedieron a estos otros, la vibración, inquietud, un propio echar o extrañar cosas de menos en la Feria del Barrio, ahora, digo, en este renglón, nada torcido, sé o mejor siento que del mismo modo mi sensación o reflexión han sido, son injustos, propios de una conducta egoísta, acaparadora de una nostalgia que no me pertenece por entero. De una peligrosa manera, aquella morriña como escribí aludiendo de otro párrafos arriba, de comparar unos tiempos con otros, pasado con presente; ajeno o descuidado de circunstancias, obligaciones, del devenir o acaso progreso o inercia, de exigencias y nuevas necesidades que imponen el furioso y destructivo rodar de los años en días, horas, segundos, hasta de lo aún no acontecido y ni siquiera ideado; de rostros, momentos, recuerdos ... A fin de cuentas ha sido, es un añorar, vindicar a todo cuanto entonces me hizo feliz, cuando me veía y me reconocía en este espejo, uno entre los azogues de mi existencia, de la Feria de mi hogar, de mi Barrio.
Porque en estos momentos, en unos últimos pulsos de escritura, de confesión narrativa, de una tradición expresiva por y en la Feria del Barrio, míos por supuesto, tengo el convencimiento, la emoción o afecto, insisto en más que de sorpresa o añoranza por esas cosas que echo en falta en la Feria, cosas que echo de menos, un extrañamiento, de un exigir, rogar, necesitar de aquellas luminosas vivencias, de unos felices y buenos recuerdos. De aquel que fui, de aquel niño, de aquel adolescente, de aquel hombre, de aquel comprometido y promisorio vecino y al que todavía removía y lo removían, dejándose con ganas hacer, la curiosidad, el afán, el trabajo y dedicación mano con mano, en grupo, con amigos, para edificar la fiesta, el Barrio en feria, la Real Feria, al Barrio con su alma abierta. El Barrio. En mi necesidad, hambre, fiebre, esperanza, sentimiento, de volver siempre al lugar de donde vine, donde estoy y donde quiero estar mañana. En definitiva a como hiló César Vallejo de referirse a estas fiestas: "Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse”.
¡Feliz Feria!
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