“Soledad como forma de retirada, para no tener que enfrentarse a sí
mismo, para que nadie más lo descubriera”
Paul Auster es uno de mis
escritores predilectos. Y dicho esto, me gustaría hablar, o tal vez confesarles
mi reparo a la hora de, primero, leer esta “La invención de la soledad” (Anagrama,
1994) y, en especial, por tratarse de una novela intimista, personal, casi
autobiográfica. Siempre guardo un enorme, y acaso absurdo, respeto a la lectura
de este tipo de libros introspectivos, no sé, quizá por miedo a que todo
aquello que me fascina del autor, decline en estas obras de registro distinto, a
que se desmorone mi admiración; y aun con antecedentes imponderables para no
dudar, por ejemplo el “Mortal y Rosa” de Francisco Umbral. Sin embargo, como en
aquel, este texto de Auster es magnífico, verdadero, intenso, perdurable. Indudablemente
no es un libro para leer en verano, y menos en este verano de temperaturas sofocantes
y aires molestos; no es la mejor lectura porque nos obliga a luchar contra el
amodorramiento para centrar la atención y reflexión en sus páginas y en sus
asertos. Bien merece la pena hacerlo, leerlo.
Hojeo la contraportada: “Una
mañana de enero de 1979, el escritor se enteró de que su padre había muerto. Y
comenzó a escribir La invención de la soledad, que, como él dice, fue el
comienzo de todo. Entre la memoria, el ajuste de cuentas y la investigación de
la «novela familiar», esta obra germinal de todo el edificio literario
austeriano se divide en dos partes. En «Retrato de un hombre invisible» se nos
descubre el misterio de un asesinato ocurrido en la familia sesenta años antes,
un episodio que permite sospechar las claves del frío carácter del padre
muerto. En «El libro de la memoria» Auster encadena la reflexión acerca de su
papel de hijo con su propia paternidad y la soledad (¿orfandad?) del escritor.
«Una emocionante reflexión sobre la paternidad y sobre la muerte, sobre el
ejercicio de la memoria y de la escritura», Miguel Sánchez-Ostiz”.
Tras leer el libro, además de su
recorrido por las miserias y expectativas del autor, entre los renglones de sus
memorias, de esa imagen del cuarto cerrado como metáfora de la soledad del
escritor, me ha hecho reflexionar, o ahondar, en que la escritura no es que sea
un ejercicio exigente para soltar, digámosle así, necesidad y desahogo, o de suponer
cierta catarsis a cuanto asfixie de la existencia; podría ser una
desmitificación del noble arte de escribir, de acuerdo, aunque me interesa la
idea de Auster o su sentimiento de que la escritura, por tanto, no cicatriza
heridas, sino que las abre, algo de hecho ineludible para crear.
“Era un hombre invisible, en el sentido más profundo e inexorable de la
palabra. Invisible para los demás, y muy probablemente para sí mismo”
“La invención de la soledad” está
dividida en dos partes: “Retrato de un hombre invisible”, escrita en primera
persona, como si se tratara de un diario o de una íntima reflexión sobre
momentos tan importantes en la vida de Auster, tales como el nacimiento de su
hijo, su carrera, y, al caso, la muerte del padre. En “El libro de la memoria”,
la tercera persona literaria penetra la narración, un hombre llamado A., trasunto
del escritor, y donde, a través de un abanico de experiencias vitales, la
soledad, el olvido, la memoria, la paternidad y la escritura, muy austerianas, desarrolla
un ensayo en torno a lo que podía entenderse como una filosofía existencial con
algún que otro corte o tono surrealista.
“Al situarse en aquella oscuridad, S. inventó una forma de soñar con
los ojos abiertos”
“Retrato de un hombre invisible”
surge ya no de una decisión personal, sino como obligación tres semanas después
de la muerte del padre de Paul Auster, con esa imposición por perpetuar la
memoria de aquel y ante la casi imposibilidad de hacer inmortal a quien fue un
hombre invisible. El autor hurga en la intimidad de su familia, en los
recuerdos, y particularmente en la relación con su progenitor, con los que despliega
una conmovedora evocación henchida de tristezas y frustraciones, de deseos y
decepciones, como hijo y, a su vez, de ahí lo meritorio de la historia, dándole
una trascendencia que nos toca a todos, en la que se da cabida a los lectores,
en esa relación universal entre padres e hijos. A través de estas sentidas,
muchas recuperadas, experiencias de ternura y de dolor, desarrolla su proyecto
con el cual pretende inmortalizar la imagen de ese padre distante. Experiencias
afines a los objetos de éste, fotografías, ropa, coche, huerto…, y en los que
centra su búsqueda, el sostén definitivo para la memoria, el significado; pero
que conducen a una falsa ilusión de la intimidad; más tras la recreación del
gran “secreto”, el origen de la “invisibilidad” del padre, o su anécdota.
“Nunca antes había sido tan consciente del abismo entre el pensamiento
y la escritura”
“El libro de la memoria” es ajeno
a cualquier encuadre narrativo, de género, incluso editorialista o mercantil, ligero,
simple, complejo, propio, un ensayo de Auster donde reluce toda su ostentosa escritura.
Efectivamente es algo que brota directamente de sus entrañas, sin matices ni
filtros, una honda introspección que salta el tiempo, que retrocede cuanto
quiere y en lo que quiere, apuntala el presente e imagina el futuro, en ese
espacio indefinible entre lo real y lo ficticio, del que no nos es imposible
discernir cuál es cuál, permitiéndose inclusive reflexionar en torno a
referencias en un principio absurdas y luego reveladoras del Jonás bíblico, del
Pinocho infantil, Mallarmé, Proust… y que dan buena prueba de lo magistral de
su pluma.
“Dicen que si el hombre no pudiera soñar por las noches se volvería
loco; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo
imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un
niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo
modo que el hambre”
Indudablemente Paul Auster no
inventa la soledad, pero aquí la reinventa: “Cada libro es una imagen de la soledad. Es un objeto tangible que uno
puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos
meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada
libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula
de la soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro
puede hablar de soledad y compañía, pero siempre es necesariamente un producto
de la soledad”. Una invención de la soledad que nos permita, a todos, crear
historias sobre nosotros mismos, reflexionar sobre ellas, sin prejuicios ni
mezquindades, sin miedos, sin importar que estos ejercicios sean quiméricos o
sustanciales, puros, casi instintivos, y con la única intención de hacernos
mejores personas. Un libro imprescindible.
“La invención de la soledad. O historias de vida o muerte”
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