“Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves,
ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura
y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este rincón donde me tienes
ahora. Sólo se me ocurre que debería ser yo la que te tuviera abrazado a ti.
¿Oyes? Allá afuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la lluvia?
-Siento como si alguien caminara sobre
nosotros.
-Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya
miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo
enterrados.”
Si no han leído la novela “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, háganlo; si
ya la han leído, reléanla. Esta es una de esas novelas excepcionales, en el
fondo y en su forma, una de esas novelas extraordinarias que subliman la
Literatura (con mayúsculas); y con esta ostentación ni mucho menos pretendo
hacer una mitificación excesiva del libro, al contrario, ya que este hay que
leerlo una, dos… las veces necesarias, porque en cada lectura la sorpresa, y
admiración, no tanto su dificultad, o su complejidad, se hace mayor. “Hacía tantos años que no alzaba la cara, que
me olvidé del cielo.” Una novela inagotable, a pesar de su brevedad. No en
vano está considerada una de las obras cumbres de la literatura
hispanoamericana, avalada ni más ni menos que por Gabriel García Márquez para
quien la consideró una conmoción en una de sus crisis de la página en blanco, “el
camino que buscaba para continuar mis libros”, para Carlos Fuentes, “misteriosa,
mística, musitante, murmurante, mugiente y muda, Pedro Páramo concentra así
todas las sonoridades muertas del mito”, para Rosario Castellanos aturdía “Esa
burla de la eternidad que es el infierno”, o Jorge Luis Borges para quien además
de considerarla una obra maestra y universal, “el lector ya sabe que ha entrado
en un texto fantástico, cuyas indefinidas ramificaciones no le es dado prever,
pero cuya gravitación ya lo atrapa”. Esta es mi ¿segunda? ¿tercera? lectura, (Biblioteca
El Mundo, 2001), y comienzo a comprender porqué Rulfo no publicó ninguna otra
novela más, pues “Pedro Páramo” era (es) insuperable.
“El día que te fuiste entendí que no te
volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo
ensangrentado del cielo; Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces
me dijiste: "Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por
haber nacido en él". Pensé: "No regresará jamás; no volverá
nunca".”
A pesar de que “Pedro Páramo” es una novela breve, esta reseña no pretende
serlo, ya que es tanto lo que me gustaría decir, y reflexionar, y no me refiero
precisamente al argumento en sí, sino por esas casi infinitas ramificaciones no
solo literarias que infunde la narración y las que en cada una de mis
relecturas me llevan a mundos nuevos y sensacionales, sugerentes y amados. Tal
vez, o tan cierto, que me miro en depositario de la intención del autor, al
convertirme en un lector implicado, en desear involucrarme, siempre, en su guion,
al igual que me sucedió, y me sucederá, con “Rayuela” de Cortázar. Esta es una historia
que encierra varias historias a la vez. Y es poesía y prosa, es primera y
tercera persona, hablan los vivos y los muertos, o unos que son como los otros,
es realista y mágica, es soñadora y a la vez escéptica, dura, la crudeza del
mundo rural mexicano, es tradicional y vanguardista, es crítica y melancólica, entre
otras temáticas como la de la revolución mexicana, con sus desencantos y expectaciones,
es ensayo e invención, es una historia de fantasmas y de gentes humildes…
“Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que
vendría a verlo en cuanto ella muriera” … “No vayas a pedirle nada. Exígele lo
nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos
tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.
… alguien cuenta en primera persona, quizás Juan Preciado, cómo promete
a su madre agonizante encontrar a su padre, Pedro Páramo, y reclamarle lo que
es suyo. Viaja hasta Comala, o viaja hasta la soledad absoluta, “Hay pueblos que saben a desdicha. Se les
conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo
lo viejo”, y a partir de aquí, la historia se revuelve, se fragmenta,
alternando sin orden, sin criterio, diálogos de su difunta madre, Dolores, de
hermanastros, de vivos muertos o de muertos vivientes…; hasta que una nueva y
catártica interrupción regresa a la primera persona narrativa, al monólogo
interior, quizás de Pedro Páramo, con su idealización romántica, juvenil, sensual,
en torno a la enferma Susana San Juan, “Tengo
la boca llena de ti, de tu boca. Tus labios apretados, duros como si mordieran
oprimidos mis labios” (…) “Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos
en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.” (…) “Era tan bonita, tan,
digamos, tan tierna, que daba gusto quererla”, junto al despliegue de su
poder y abusos, la crueldad del terrateniente, su falta de escrúpulos e
inteligencia por salvaguardar su interés, su tiranía…; y aquí, entonces, nos
encontramos con un texto más roto, más fragmentado, en el que ya pierde
cualquier noción de la linealidad de la llamémosle primera parte.
“El calor me hizo despertar al filo de la
medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en
costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco
de lodo”
No voy a negar que es una novela difícil de leer, que exige casi una
atención e implicación devota, en la que no son arbitrarios los continuos
“flashbacks” o cambios de escenarios, pues con estos se ata al lector con una
intriga irrenunciable, pero la que siempre valdrá, sin duda, todo esfuerzo y
dedicación, por leerla y disfrutarla. Insisto en que es una historia de
historias tejida con sublimes metáforas, con un trasfondo de crítica social angustioso,
intrigante; leemos y leemos, no se sabe bien qué, o qué sucede o en qué
terminará todo esto, quienes están muertos y quienes vivos… “Aquello está sobre las brasas de la tierra,
en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren
al llegar al infierno regresan por su cobija”;
leemos y leemos, o tal vez
vemos, fascinados, inquietos, nerviosos por cuando haremos nuestra entrada,
nuestra aportación a la historia, al libro, a la proyección cinematográfica… Y
es que, leyendo o concursando en “Pedro Páramo”, por su visualidad tan
singular, “Nada puede durar tanto, no existe ningún
recuerdo por intenso que sea que no se apague”, me creo frente a una
pantalla donde se proyecta una película muda, en blancos y negros difuminados,
irreales, con saltos de metraje, leyendo los subtítulos, o mejor
imaginándomelos, y rodeado de silencio, de abrumador silencio, por una
atmósfera opresiva, mísera, primaria, temida.
“Aquí esas horas están llenas de espantos.
Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto
oscurece empiezan a salir” (…) “Las palabras que había oído hasta entonces,
hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero
sin sonido, como las que se oyen durante los sueños”.
Magistral narración de Rulfo, por su dominio del tiempo, por su
sugerencia, por el poder de conceder a la palabra una dimensión elevada,
moldeable, participativa, coloquial, estableciendo desde la primera línea esa relación
de complicidad entre la historia y el lector que ya no se romperá incluso
tiempo después de finalizarla, en un asombro del que es imposible, ni falta que
hace, escapar. “Pedro Páramo” hay que leerlo siempre de otra manera, de esa
forma a la que aludía Jorge Luis Borges con “el que lee mis palabras está
inventándolas”.
“Porque tenía miedo de las noches que le
llenaban de fantasmas la oscuridad. De encerrarse con sus fantasmas. De eso
tenía miedo...”
Investigando en la vida del mexicano Juan Rulfo, descubro que éste,
al igual que Borges, fue un lector obsesivo, más por cuanto él leía y leía para
descubrir, para encontrar una lectura diferente, algo que no estaba escrito y,
por tanto, inencontrable. “¿La ilusión?
Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.” Y al no encontrar
esa obra inexistente, la única manera, pues, de leerla era que la escribiera el
mismo. Así nació “Pedro Páramo”.
“Allí, donde el aire cambia el color de las
cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un
puro murmullo de la vida...”
No hay una estructura definida en “Pedro Páramo”, o tal vez haya una
estructura desapercibida, una trama que construye a su antojo los personajes,
no el autor, ajenos al tiempo y al método, en escenas cortas, cortadas, todas
con ese amplio margen para que el lector las complete, las llene. “La muerte no se reparte como si fuera un
bien. Nadie anda en busca de tristezas.” Un gran ejercicio de cooperación, esto
es lo que plantea Rulfo, donde la complejidad, la confusión, está en manos del
lector, puesto que si este no coopera, no se esfuerza en ser también creador,
entonces no entenderá lo leído, no lo hará suyo. Por otro lado, reitero en que
hay un gran poder visual en esta novela.
“Esa noche volvieron a sucederse los sueños.
¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la
muerte y no esa música tierna del pasado?”
No sé si esta es la novela precursora del denominado realismo
mágico, de acuerdo con ceñirla así, pero lo que sé, y aprecio, y me gusta, “Cada suspiro es como un sorbo de vida del
que uno se deshace”, es estar ante una novela que no es como ninguna otra novela:
única, cosida de silencios, o solo una sordina de murmullos, de ecos de
ultratumba, de resignaciones y esperanzas de un pueblo inexistente, perdido
entre montañas, rural, “Este pueblo está
lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o
debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces
ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que
estos sonidos se apaguen”, entre déspotas y caciques y sufridos feudatarios,
ánimas que trasgreden el espacio-tiempo; un mundo auspiciado de maldiciones, de
tradiciones inviolables, de sortilegios que cruzan la vida y la muerte, o las
imbrica; no hay límites, ni retóricos, ni costumbristas, ni temporales, ni
espaciales. “Me mataron los murmullos.”
Una inquieta maravilla narrativa.
“Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un
cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces... Hay
esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.”
Léanla, o reléanla. Estamos ante una obra maestra.
“Y oyó que se alejaban los pasos que siempre
le dejaban una sensación de frío, de temblor y miedo.
-¿Para qué vienes a verme, si estás muerto?”
(…)
-Oí a alguien que hablaba. Una voz de mujer.
Creí que eras tú.
-Ha de ser la que habla sola. La de la
sepultura grande. Doña Susanita. Está aquí enterrada a nuestro lado. Le ha de
haber llegado la humedad y estará removiéndose entre el sueño (…)
-¿Oyes? Parece que va a decir algo. Se oye
un murmullo.
-No, no es ella. Eso viene de más lejos, de
por este otro rumbo. Y es voz de hombre. Lo que pasa con estos muertos viejos
es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan.
-¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
-Debe andar vagando por la tierra como
tantas otras (…) Cuando me senté a morir, ella rogó que me levantara y que
siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me
limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: ‘Aquí se acaba el camino –le
dije-. Ya no me quedan fuerzas para más.’ Y abrí la boca para que se fuera. Y
se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba
amarrada a mi corazón…”
(C) F.J. Calvente
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